Los monos infectados con fiebre amarilla no contagian a los seres humanos
La disminución de la población de primates en la Selva Atlántica brasileña preocupa a los especialistas, quienes advierten sobre lo inútil que resulta matar a los animales como medida preventiva.
Desde finales de 2017 que no se oyen los gritos de los monos aulladores que vivían en el Horto Florestal de la ciudad de São Paulo. Los 85 ejemplares de la especie fallecieron debido a una epidemia de fiebre amarilla silvestre que comenzó en Minas Gerais a principios del 2016 y se fue propagando por todo el sudeste del país hasta llegar a Río de Janeiro y Espírito Santo. En este último estado, aproximadamente 1.300.000 primates fueron encontrados sin vida con las características de la enfermedad.
“Los aulladores fueron los más afectados porque tienen una inmunidad mucho más baja que la de otras especies de monos”, afirma Sérgio Lucena, profesor de ecología de la Universidad Federal de Espírito Santo (Unifes) y director del Instituto Nacional de la Selva Atlántica (INMA). “Además, cinco especies de primates fueron afectadas por la epidemia".
El especialista cuenta que los monos son extremadamente importantes para la preservación de la biodiversidad y del equilibrio ecológico de la Selva Atlántica, y se lamenta muchísimo su pérdida en los lugares en donde sucede. Pero lamentablemente, no se puede hacer mucho para evitar la epidemia entre los animales.
“No tenemos forma de administrarle a los primates una vacuna para humanos. Por lo tanto, no tenemos un solución”, comenta Juliana Summa, directora de la División de Fauna Silvestre de la Secretaría de Espacios Verdes y Medio Ambiente de la Municipalidad de São Paulo. “Además, capturar y agarrar a los animales que andan sueltos en la naturaleza podría hacerles más mal que bien".
“Los monos son nuestros centinelas. Descubrimos que la enfermedad estaba cerca porque comenzamos a notar que estaban muriendo.”
Summa advierte que matar a los primates con el objetivo de prevenir una propagación de la enfermedad, aparte de inútil y perjudicial para el ecosistema, termina perjudicando a los propios seres humanos. “Los monos son nuestros centinelas. Descubrimos que la enfermedad estaba cerca porque comenzamos a notar que estaban muriendo”, afirma. Si murieran los animales, el virus todavía continuaría en el ambiente sin poder identificar una cercanía de la enfermedad.
La directora también explica que el cierre de parques naturales y la vacunación de los habitantes de los alrededores son acciones preventivas para evitar que la enfermedad comience a propagarse hacia las ciudades.
Cuando pasa a su ciclo urbano, los vectores de la fiebre amarilla pasan a ser los mosquitos del género Aedes.
Para Lucena, una mayor preservación de áreas naturales de la Selva Atlántica podría disminuir el impacto negativo de casos epidémicos como el de ahora. “Con más espacio para habitar, aparecen más monos y más chances de que la especie sobreviva”, comenta. Con más espacios verdes, tanto humanos como monos tendrían la vida más garantizada: los primates continuarían actuando como termómetros frente a una posible epidemia, sin muchas muertes como las que estamos viendo hoy.