Conflictos entre humanos e hipopótamos en este sitio prístino de Kenia
Las inundaciones y las consecuencias económicas de la COVID-19 están poniendo a los hambrientos pescadores en contra de los hambrientos hipopótamos. Y los resultados son letales.
Los hipopótamos se sumergen en el lago Naivasha en un sitio de protección de la naturaleza denominado Sanctuary Farm que, alguna vez, fue un lugar seco. Las fuertes lluvias han hecho que el lago crezca. Hoy, los pescadores y los hipopótamos comparten las pantanosas orillas, lo que ha provocado un aumento de ataques de hipopótamos, letales a menudo. Los hipopótamos son mayormente dóciles, pero pueden volverse agresivos cuando se sienten amenazados. En África, matan alrededor de 500 personas por año; los muerden con sus dientes que pueden alcanzar hasta los 45 centímetros de largo.
NAIVASHA, KENIA - En mayo, George Mwaura fue a pescar con su amigo íntimo Babu a las costas pantanosas del lago Naivasha, en el centro de Kenia. "Babu era un tipo tranquilo, agradable", recordó Mwaura. "Él me enseñó lo que es la paciencia. Y pescaba bastante bien".
No tenían dinero para una embarcación, así que se metieron en el agua hasta el pecho para ver qué peces (tilapias, carpas, bagres) habían nadado dentro de sus redes la noche anterior. "La pesca había sido buena", contó Mwaura. "Pero antes de que pudiéramos tomar la pesca entera, el hipopótamo se acercó de nuevo".
Lo habían visto a la mañana, sus orejas y ojos salían por la superficie. "Le pegamos al agua con un palo para hacer ruido y así ahuyentarlo", recordó.
Los amigos estaban demasiado pendientes de la pesca como para darse cuenta de que había regresado. "Babu siempre me dijo que los hipopótamos son animales peligrosos", señaló Mwaura. Los hipopótamos habían atacado a Babu cuatro veces, pero siempre había podido escapar. "La quinta vez... no lo logró".
El hipopótamo embistió a Mwaura primero, quien pudo salir disparado porque sabía nadar. Luego fue por Babu, que no podía nadar. La enorme mandíbula del hipopótamo lo sujetó. Los dos dientes inferiores le atravesaron la espalda... una, dos, tres veces. Docenas de pescadores corrieron al borde del agua, pero cuando un hipopótamo atrapa a un ser humano, no hay nada que se pueda hacer.
Cuando terminó el ataque, los otros pescadores se sumergieron para sacar a Babu, pero ya estaba muerto. "Es muy triste estar presente el día de la muerte de tu mejor amigo", se lamentó Mwaura. Unos días después, Mwaura regresó al lago a pescar.
El tronco de un árbol Acacia xanthophloea, también conocido como el árbol de la fiebre, está parcialmente sumergido en el lago Naivasha. El lago ha crecido 3,65 metros y ha alcanzado un nivel que no se había visto en casi un siglo.
Se estima que, alrededor de 40 personas (en su mayoría pescadores) fueron atacadas por hipopótamos en el lago Naivasha en 2020, y unas 14 murieron. Todos los años, en África, los hipopótamos matan alrededor de 500 personas, lo que los convierte en el mamífero más letal del mundo, después de los seres humanos. Además, son el doble de letales que los leones. Los hipopótamos son herbívoros y, rara vez, molestan a otros animales. Pero los machos se vuelven peligrosos si detectan algún peligro. Las madres pueden atacar para proteger a sus crías. Y casi todos los hipopótamos se ponen nerviosos cuando algo, o alguien, se interpone entre ellos y el agua donde viven.
Los hipopótamos, el segundo mamífero terrestre más grande de la Tierra, suelen parecer dóciles, pero tienen la capacidad de volverse letales. Aunque pueden pesar hasta cuatro toneladas, son capaces de correr a una velocidad de hasta 32 kilómetros por hora. Sus mandíbulas tienen una abertura de 180 grados, aprietan con una fuerza 10 veces mayor a la de las mandíbulas de los seres humanos y los caninos inferiores pueden alcanzar hasta los 45 centímetros de largo. Y son difíciles de ver ya que pueden contener la respiración bajo el agua hasta cinco minutos.
A pesar de los peligros que suscitan los hipopótamos, la magnitud de la tragedia en el lago Naivasha es inusual, y surge de dos eventos extraordinarios que cambiaron cómo los seres humanos y los hipopótamos interactúan.
Las casas, las cabañas turísticas y los invernaderos se construyeron en tierras ribereñas protegidas creadas como barrera para permitir que el lago subiera y bajara de manera natural. Hoy, muchas de estas construcciones se encuentran bajo el agua.
Las fuertes lluvias que comenzaron en octubre de 2019 hicieron que el lago Naivasha creciera y alcanzara su mayor tamaño en casi un siglo. Este evento inundó la tierra sobre la cual cientos de hipopótamos habían pastado antes. Como el agua empujó las cercas de las plantaciones y de los hogares que rodeaban el lago, ahora están forzados a deambular alrededor del mismo borde poco profundo donde los pescadores como Mwaura y Babu lanzan sus redes.
Y la cantidad de pescadores (que alguna vez fue de docenas, tal vez centenas como mucho) aumentó a miles luego de que la crisis económica mundial provocada por la pandemia por COVID-19 golpeara a la región. Kenia es el cuarto exportador de flores del mundo, pero, al llegar la pandemia, los europeos dejaron de comprarle. Miles de floristas en el lago Naivasha se quedaron sin trabajo. Como tenían pocas fuentes de ingresos, muchos recurrieron a la pesca.
Durante mucho tiempo, Naivasha ha sido un lugar donde los seres humanos y la vida silvestre convergen. En el extremo este del lago yace una península cuyo nombre, Crescent Island, fue inapropiado hasta que la reciente inundación sumergió a la estrecha franja de tierra que la conecta con el continente.
Al amanecer, estos pescadores levantan sus redes en el lago Naivasha mientras las gaviotas y las aves martillo pasan por encima de sus cabezas esperando alimentarse de la pesca. La industria de la pesca de Naivasha comenzó por accidente hace décadas cuando un torrente de lluvia inundó una piscifactoría aguas arriba en el río Malewa. Una gran cantidad de carpas comunes escapó hacia el lago. El lago es también hogar de tilapias, lobinas negras y bagres.
Las tilapias pescadas en el lago Naivasha descansan en una lona. Una tilapia pequeña puede venderse por 20 chelines (alrededor de 18 centavos estadounidenses), mientras que una lobina grande se vende por 200 chelines (aproximadamente 1,80 dólares estadounidenses). Se empacan, y envían a Nairobi y otras ciudades, donde duplican o triplican el precio que los pescadores reciben.
Los turistas llegan al lugar en bote y lo recorren a pie para fotografiar jirafas y búfalos, gacelas e impalas, cercopitecos verdes y, en ocasiones, hienas; todos varados hoy por la crecida del lago. Mientras tanto, cientos, tal vez miles, de hipopótamos se bañan cerca de la costa, apretados contra las cercas sumergidas de las hoy inundadas plantaciones de flores, casas y cabañas turísticas.
El resultado es una mezcla letal: los seres humanos y los hipopótamos compitiendo por una pequeña porción de territorio. La naturaleza está reclamando a Naivasha y el resultado ha creado un desorden peligroso, uno en el que los humanos no ganan.
Y, como gran parte del trabajo en el área está relacionada con el lago, no se encuentra ninguna solución clara. Ruth Mumbi perdió a su marido cuando un hipopótamo volcó la embarcación en la que viajaba hace cuatro años. El hombre era la única fuente de ingresos de la familia y dejó cuatro niños en este mundo, uno de los cuales hoy pasa sus días arreglando redes de pesca. "Si fuera por mí, no dejaría que mis hijos trabajaran en el lago", reveló Mumbi. "Pero, como no tengo mucho dinero y no hay otra cosa para hacer, si eso es lo que quisieran hacer, tendría que aceptarlo".
Una grieta en el valle
El lago Naivasha es lo que los científicos llaman "un lago amplificador" porque se encoge y crece con rapidez, gracias a las lluvias. "Cuando hay un cambio en el clima, se verán cambios en el nivel del lago, la salinidad", afirmó Lydia Olaka, profesora de geología ambiental y ciencias climáticas de University of Nairobi (Universidad de Nairobi).
Con una capacidad de 70 kilómetros cuadrados en épocas normales, la superficie del lago Naivasha representa más del triple del tamaño de Manhattan, pero, en sus partes más hondas, solo alcanza los 18 metros de profundidad. Lo alimentan tres ríos, así como también la escorrentía de la tierra circundante. El lago no tiene salida. Cada año, alrededor de 1,8 metros de agua se evapora de su superficie hacia el cielo celeste. Hace una década, luego de una serie de sequías, los residentes temieron que el lago desapareciera y se llevara un ecosistema entero y la industria del turismo con él.
Las fuertes lluvias que comenzaron en octubre de 2019 hicieron que el lago Naivasha creciera y alcanzara su mayor tamaño en casi un siglo. Este evento inundó la tierra sobre la cual cientos de hipopótamos habían pastado antes. Como el agua empujó las cercas de las plantaciones y de los hogares que rodeaban el lago, ahora están forzados a deambular alrededor del mismo borde poco profundo donde los pescadores como Mwaura y Babu lanzan sus redes.
Y la cantidad de pescadores (que alguna vez fue de docenas, tal vez centenas como mucho) aumentó a miles luego de que la crisis económica mundial provocada por la pandemia por COVID-19 golpeara a la región. Kenia es el cuarto exportador de flores del mundo, pero, al llegar la pandemia, los europeos dejaron de comprarle. Miles de floristas en el lago Naivasha se quedaron sin trabajo. Como tenían pocas fuentes de ingresos, muchos recurrieron a la pesca.
Durante mucho tiempo, Naivasha ha sido un lugar donde los seres humanos y la vida silvestre convergen. En el extremo este del lago yace una península cuyo nombre, Crescent Island, fue inapropiado hasta que la reciente inundación sumergió a la estrecha franja de tierra que la conecta con el continente.
Las plantaciones de flores rodean el lago Naivasha. Estos invernaderos (construidos demasiado cerca del lago) se han inundado. Kenia es el cuarto exportador de flores del mundo. Pero, al llegar la pandemia, los europeos dejaron de comprarle. Miles de empleados en las plantaciones se quedaron sin trabajo. Para muchos, la única opción fue convertirse en pescadores, el sostén de la economía local.
Los pescadores caminan por las costas pantanosas hacia sus botes.
Pero, a finales de 2019, en la cuenca del lago Naivasha llovió tres veces más de lo usual: el resultado de un fenómeno a miles de kilómetros al este denominado dipolo del océano Índico. Sucede cuando las aguas de la superficie del océano más allá de la costa este de África se vuelven inusualmente cálidas y las aguas cerca de Asia se enfrían.
Las temporadas de lluvia del 2020 también fueron más húmedas de lo normal. La mayor cantidad de lluvias aumentó la nubosidad y redujo la evaporación del lago. Parte del aumento del lago también se relaciona con los seres humanos. Es el resultado de décadas de deforestación en la cuenca del lago, que ha aumentado la cantidad de escorrentía que llega al lago. Naivasha no es el único. A unos doscientos kilómetros al norte de Naivasha en el Great Rift Valley de Kenia, los lagos Bogoria y Baringo se han inundado, y desplazaron a miles de personas y a incontables seres vivos.
La desaparición de tierra seca para que los hipopótamos pasten se debe no solo a las crecientes en el lago Naivasha, que han alcanzado 3,6 metros verticales, sino también a la usurpación ilegal por parte de los seres humanos del límite ribereño protegido. Se construyeron casas, cabañas turísticas y hasta invernaderos en la tierra, pero, ahora, muchas de esas estructuras están bajo el agua. Por ejemplo, Kioto, un pueblo al costado del lago, quedó sumergido el año pasado. Hoy en día, las paredes de bloques de hormigón se ven por encima de las aguas oscuras. Varios kilómetros al oeste, los techos curvos de los inundados invernaderos marcan el lugar donde estuvieron las plantaciones de flores.
Si el lago sigue creciendo, más edificios se sumergirán. Sin embargo, hace poco, Water Resources Authority de Kenia (Autoridad encargada de regular los recursos del agua) consideró permitirles a las personas instalarse aún más cerca.
"Estamos viviendo una época sin precedentes", señaló Olaka y mencionó que los modelos climáticos proyectan que llueva más y que el gran tamaño del lago Naivasha "sea la nueva normalidad".
Ir a pescar
La industria de la pesca comercial de Naivasha comenzó por accidente hace décadas cuando un torrente de lluvia inundó una piscifactoría aguas arriba en el río Malewa.
Una gran cantidad de carpas comunes escapó hacia el lago, se comió gran parte de los cangrejos de río, y atacó los huevos de las tilapias, las lobinas negras y otras especies que los pescadores deportivos valoran.
Una noche de mayo en 2020, un hipopótamo atacó a Emmanuel Adinda cuando estaba metido en el agua del lago Naivasha para poner sus redes. El hombre de 40 años y padre de tres niños afirma que no tiene otra forma de generar ingresos. "Muchas personas son atacadas", cuenta. "Pero en el lago obtienes el pan de cada día, así que no se puede hacer nada".
Job Wainana, de 25 años de edad, trabajó de pescador en Kasarani, en el norte del lago Naivasha, hasta 2016 cuando lo atacó un hipopótamo mientras caminaba hacia el lago. A Wainana lo llevaron con rapidez al hospital local y los doctores le amputaron su pierna izquierda.
Ruth Mumbi, de 37 años de edad, perdió a su marido en 2016 por culpa de un hipopótamo cerca de la playa de Karagita. Para compensar por la pérdida del ingreso de su marido, su hijo de 18 años, John Muthee, trabaja en el mismo lugar y desenreda redes para otros pescadores. A Mumbi le gustaría que su hijo no tuviera que trabajar en el lago, pero hay muy pocos trabajos.
La carpa se multiplicó y la pesca se convirtió en un medio de vida. En un principio, cuando el lago Naivasha se expandió repentinamente en 2019, parecía ser un beneficio para la industria pesquera. Peces criados en el rico suelo virgen de la nueva tierra ribereña inundada. Se convirtieron en miles de kilos de comida fresca, más peces de lo se pudiera recordar.
"Todas las actividades (el turismo, la actividad pastoril, la floricultura) dependen del lago Naivasha", explicó David Kilo, presidente de Naivasha Boat Owners Association (Asociación de propietarios de embarcaciones de Naivasha). Antes de que llegue el COVID-19, había 180 embarcaciones pesqueras autorizadas en el lago (más de las que el ecosistema del lago podía atender de manera sustentable). Hoy, en la costa sudoeste, el desembarco en Karagita cada mañana es abundante: demasiados pescadores descargan sus pescas.
En el pueblo, las mujeres tejen ristras de hilo y las convierten en redes de pesca, que venden por 1000 chelines (9 dólares estadounidenses). Los adolescentes varones reparan las redes viejas que se enredaron o las cortó una hélice, y reciben centavos por ese trabajo. Y, día a día, los turistas llegan al lugar de desembarco y contratan capitanes de embarcación para que los lleven a ver los hipopótamos.
Una mañana muy temprano, el capitán Douglas Mokano se acercó a un grupo de hipopótamos. "Están dormidos ahora", afirmó. Señaló a un hipopótamo que se le veía la cabeza y la espalda en la superficie y les comentó: "este es el bebé". Tenía el tamaño de una vaca adulta.
Los hipopótamos apoyan las cabezas gigantes en la espalda de otros hipopótamos. A pesar de su contextura, logran apretarse tanto que un grupo de cinco hipopótamos parece una única masa amorfa de carne gris y rosa. Es imposible darse cuenta dónde termina un hipopótamo y empieza el siguiente. Mokano acelera para inquietarlos y que levanten sus magníficas cabezas por encima de la superficie. No hay que molestar a los hipopótamos.
Los pescadores desenredan las redes en la playa Karagita en el lago.
"No puedes permitir que todos pesquen. Afectará el ecosistema del lago", explicó Kilo. Y, a pesar de esto, es lo que ha sucedido desde que llegó el COVID-19.
Kenya Wildlife Service (el Servicio de vida silvestre de Kenia) no ha podido o no ha querido frenar la pesca ilegal. El organismo no respondió a las reiteradas consultas sobre el tema.
Los voluntarios de Naivasha Fishermen’s Association (Asociación de pescadores de Naivasha) ha ayudado a los guardas a patrullar por las noches y buscar pescadores ilegales con reflectores. Una noche, cuando intentaron arrestar a un grupo de pescadores, estos últimos se resistieron. Ataron a los guardas, dieron vuelta su embarcación y la prendieron fuego. Vararon a los guardas hasta que pudieron ser rescatados.
Por estos días, "ya casi no patrullan", afirmó Kilo.
Hipopótamos hambrientos
Los científicos estiman que entre el 29 y el 87 por ciento de los ataques de hipopótamos son fatales. Tienes más posibilidades de sobrevivir al ataque de un tiburón, a un encuentro con un cocodrilo y muchas más posibilidades de sobrevivir al ataque de un oso pardo. Aunque los hipopótamos son herbívoros, cuando no pueden conseguir pasto, muy rara vez han comido otros animales, incluso hipopótamos muertos.
Kilo ha presenciado o investigado un total de ocho ataques en los que han muerto pescadores. Los ataques se han vuelto tan comunes que ha transformado su automóvil en un improvisado vehículo de rescate: ha removido los asientos traseros para poder cargar fácilmente a las víctimas y que se acuesten en plástico para retener la sangre.
"Mi vehículo parece una ambulancia", señaló Kilo. "Si las personas ven a mi vehículo en reversa, gritan 'ataque de hipopótamo'".
Los hipopótamos pastan de noche en Sanctuary Farm. En la década de 1990, los funcionarios de vida silvestre kenianos calcularon que había 1250 hipopótamos en el área. Últimamente, han calculado un total de 700, pero los lugareños sospechan que el número es mucho más alto.
Pero Kilo no es paramédico. No sabe cómo hacer torniquetes o vendar heridas, procedimientos fundamentales para salvar la vida de la víctima según George Wabomba, médico de Naivasha County Referral Hospital. Por semana, Wabomba atiende un promedio de uno o dos víctimas de hipopótamos. "Cuando mencionas que hay una víctima de hipopótamo, todos en el hospital se ponen ansiosos", indicó. "Nunca sabes con lo que te puedes encontrar".
Los hipopótamos pueden pisotear o arrastrar a sus víctimas. "A veces es simplemente una mordida y suelta a la víctima. También recibimos muchas heridas abdominales", contó Wabomba y agregó que las laceraciones pueden tener tierra y pasto. "No sabemos qué hay en la boca de un hipopótamo, qué hay en el agua".
Wabomba explica que dichas heridas requieren atención inmediata, pero que usualmente las víctimas llegan horas más tarde. Los pescadores tienen que esperar hasta que sea seguro sacar a la víctima (cuando el hipopótamo se va) y luego transportarla al hospital. El hospital más cercano está a solo 8 kilómetros de Karagita, pero a 40 kilómetros por caminos complicados del otro lado del lago.
Wabomba calcula que el 40 por ciento de las víctimas de hipopótamos que ve últimamente muere. Recordó a un pescador de 35 años que atendió el año pasado; fue atacado antes del amanecer mientras ponía sus redes, pero llegó al hospital recién al mediodía. "Se le salían los intestinos", describió Wabomba. "Reparamos lo que se podía reparar. Es lo que llamamos cirugía de control de daños".
"No pudimos salvarlo", agregó. Murió menos de media hora después de la cirugía.
¿Sacrificar a los hipopótamos?
La única solución para el enfrentamiento en Naivasha es "resolver lo relacionado con el comportamiento de los hipopótamos", señaló Richard Hartley, quien administra dos áreas de conservación en el lago. Hace poco, una tarde mientras manejaba su Land Cruiser, paró para ver cómo un hipopótamo descansaba solo en una piscina de lodo poco profunda. "Es un macho maduro que busca hembras, y los otros no lo quieren cerca", explicó Hartley.
Un pescador regresa con su pesca matutina. La crecida del río ha dejado bajo el agua a las acacias en toda la costa.
Luego de un día de trabajo en el lago, los pescadores descansan en la playa Tarambeta.
Los letreros de "Peligro" les advierten a los turistas que no salgan a caminar por la noche. Pero si te subes a una Land Cruiser y enciendes las luces, seguro verás las siluetas de los hipopótamos pastando en los pastizales. A veces te miran fijo, atrapados por las luces. Pero, por lo general, se van trotando y solo podrás ver los traseros rosas con las pequeñas colas meneándose frenéticamente.
Desde la crecida del río, los árboles parcialmente sumergidos se caen a diario con un fuerte ruido en el agua ya que sus raíces se quiebran. Los pescadores han ido con sus rieles a esos troncos, sus piernas colgando a solo pasos de las cabezas de los hipopótamos. De vez en cuando, los hipopótamos gruñen para recordarles a los pescadores que el peligro está a la vuelta de la esquina.
"Hay pescadores que parecen no tener ningún tipo de miedo. Se pararán a, literalmente, metros de distancia, pero se equivocan", señaló Hartley. "Puede haber una mamá con una cría o un macho agresivo que irá detrás de ti o de tu embarcación. Y no los ves venir porque están sumergidos, y lo hacen rápido".
Cuando se cree que un hipopótamo específico ha atacado varias veces, los pescadores suelen pedirles a los guardas que lo maten. "Hay mucha presión de la comunidad para acabar con ese animal. Y, sin embargo, casi nunca es su culpa", explica Hartley. Afirmó que el guarda encargado de la tarea, en general, erra el disparo a propósito y así le salva la vida al hipopótamo. A medida que cada vez más pescadores llegan al lago, algunos han pedido que se sacrifiquen hipopótamos y así reducir su cantidad.
Un pescador lava platos en el lago Naivasha luego de almorzar pescado fresco.
Un hombre se sienta en un barco pesquero en la playa Tarambeta. La vegetación detrás de él es una isla de jacinto que flota en el lago.
El último y exhaustivo censo de hipopótamos de Naivasha se realizó en la década de 1990. Estimaba que había 1250 hipopótamos. Según Kilo, el año pasado, Kenya Wildlife Service calculó un número más cercano a los 700. Los hipopótamos son difíciles de contar ya que pasan sus días bajo el agua en grupos, solo con los ojos y las orejas en la superficie. Kilo y Hartley señalan que, aunque existe la caza furtiva, no hay razón para creer que la población de hipopótamos ha disminuido tan drásticamente.
En ocasiones, se tiene en cuenta sacrificar a algunos animales cuando el hábitat ya no tolera la cantidad que vive allí; cuando la población excede el suministro de pasto que se necesita para alimentarlos, explicó Hartley. Y agrega que, si el lago continúa tragándose los pastizales, los guardas de vida silvestre tendrían que considerar sacrificar hipopótamos en vez de dejar que docenas de ellos mueran de hambre. Y, según Hartley, eso sería una vergüenza internacional para Kenia, una nación conocida por su vida silvestre. "Sacrificarlos sería admitir la derrota. Sacrificarlos sería afirmar que ya no nos importa la vida silvestre".
"A veces, no me reconozco"
Parado junto al lago, Meshack Ogjah rengueó hacia la costa pantanosa. Señaló una pequeña área de agua rodeada de jacintos de agua y árboles caídos. Contó que, un día al anochecer, estaba trabajando en el agua oscura cuando un hipopótamo le rozó el lado izquierdo.
Conocía los peligros de pescar en un lago repleto de hipopótamos. "Un amigo nuestro había sido atacado y no sabía nadar", señaló Ogjah. El hipopótamo lo mordió al menos dos veces. No sobrevivió. No obstante, Ogjah siguió pescando. "Solo lo entiendes cuando te sucede a ti".
El sol se pone en el lago Naivasha en Great Rift Valley, Kenia.
Ogjah estaba buceando en aguas turbias para poner una trampa para peces hecha de redes de plástico cuando el hipopótamo lo rasguñó. "Comenzó a tocarme, su panza con mi muslo", recordó. "Fui a la superficie para ver sus movimientos. Luego, comencé a nadar, pero me persiguió".
Pidió ayuda, pero los otros pescadores no podían hacer nada. Me zambullí hacia lo profundo para que el hipopótamo no me viera. Cuando toqué fondo, "me vio muy bien", manifestó Ogjah y me dio un mordisco.
Los dientes del hipopótamo tenían "15 centímetros de largo y eran anchos", indicó. Atravesaron su muslo derecho y la sangre coloreó el agua. "Sentía que mi corazón no estaba ahí".
Ogjah logró escapar. Otro pescador lo llevó en una motocicleta al hospital. Los médicos limpiaron la herida y la cosieron. Ogjah tuvo suerte de vivir. Aun así, dice que una parte suya se perdió. "A veces, no me reconozco. Es una tortura, "se lamentó Ogjah, que hoy lucha para caminar. "Todavía me queda bastante".
Cuando le preguntaron si culpaba al hipopótamo (si creía que el gobierno debía sacrificar algunos), el amigo de Ogjah Wycliffe Injindi, que presenció el ataque desde la costa, intervino. ¿Quemarías todos los vehículos porque uno tuvo un accidente?", preguntó Injindi. "Somos afortunados de tener hipopótamos en Kenia, otros países no los tienen".
Y agrega que la solución es que los seres humanos aprendan a vivir con ellos; que pesquen de manera más segura desde una embarcación en vez de adentrarse en un lago oscuro. "No hay que matar a los hipopótamos, no es justo".
Ogjah e Injindi niegan con gestos de cabeza cuando les preguntan si regresarán a pescar. "No puedo regresar al agua", responde Injindi. "Ese fue un día terrible".
Para realizar esta historia se contó con la asistencia de una beca del Overseas Press Club of America.