Las favelas de São Paulo se están quedando sin comida, pero estas mujeres han intervenido
La COVID-19 está empeorando las privaciones en los asentamientos de gente trabajadora en Brasil, así que este grupo está distribuyendo 6.000 comidas gratis por día.
La extensa favela de Paraisópolis, hogar de más de 100.000 residentes, está rodeada por levantamientos altos en el vecindario de Morumbi, uno de los más ricos de la ciudad. La falta de servicios gubernamentales en la favela ha hecho que la asociación de residentes locales haya brindado los suyos para combatir la pandemia de coronavirus.
São Paulo, Brasil - Tatiana Bernardo de Nascimento, de 27 años, extiende sus manos para que la joven pareja que entrega las comidas en su puerta pueda rociarlas con alcohol higienizante. No hay jabón y los grifos usualmente se quedan sin agua en su hogar de Paraisópolis, una comunidad de gente trabajadora de más de 100.000 residentes que constituye una de las muchas favelas, o asentamientos informales.
El marido de Nascimento perdió su trabajo como soldador a finales de marzo, justo antes de que San Pablo entrara en cuarentena en un intento por prevenir la propagación del nuevo coronavirus. La pareja, sus tres niños pequeños y el hermano de Nascimento (quien vive con ellos) están hoy sin ingresos.
Maria Angelica de Araújo Costa entrega la comida y rocía desinfectante en las manos de una residente. El agua potable es escasa en la favela.
Incluso antes de que el mundo haya sido azotado por la pandemia, Nascimento y su familia estaban pasando dificultades extremas, junto con los otros residentes de las favelas de Brasil, que se cuentan por miles. El agua corriente, el gas para cocinar y los alimentos suficientes para preparar comidas nutritivas se han convertido en lujos; el acceso a una vivienda formal, la asistencia sanitaria y el empleo estable están, a menudo, fuera de alcance.
Las voluntarias de la Asociación de Mujeres de Paraisópolis preparan hasta 6000 comidas gratis por día para entregar a los residentes que están en cuarentena en un intento por prevenir la propagación del nuevo coronavirus. Las comidas son un salvavidas para los pobres.
El arroz, los frijoles o porotos negros, la ensalada y la carne picada se pueden preparar rápidamente para entregar a aquellos necesitados.
Ahora, las fallas en los sistemas de salud social del país están haciendo que sea casi imposible para los residentes de las favelas seguir las recomendaciones de salud pública pensadas para ralentizar la propagación del coronavirus; esta situación hace que estas comunidades sean especialmente vulnerables a la infección.
Nascimento se preocupa por su madre, a quien los médicos le han pedido que no abandone su casa luego de que se sospechara que la tos seca y la fiebre que tenía podían ser síntomas de la COVID-19. Con la poca ayuda ofrecida por el gobierno, Nascimento estaba preocupada por la alimentación de su familia, compuesta por seis, hasta que un vecino le comentó sobre la Asociación de Mujeres de Paraisópolis, una organización comunitaria creada en 2006 para apoyar a las mujeres y sus familias; la asociación está cocinando y entregando comidas a Nascimento y a otros residentes que se encuentran en su misma situación.
“Sin la ayuda de nuestra comunidad, nos hubiéramos quedado sin nada”, cuenta Nascimento parada en la entrada de su hogar de cemento escondido en la esquina de un callejón estrecho.
La voluntaria de la Unión de Residentes de Paraisópolis Amanda Barros Vasconcelos Silva, derecha, registra en el programa de comidas gratis a una residente desempleada. La residente perdió su trabajo por la pandemia.
Una familia desayuna en la cocina. Los lugares estrechos en la favela hacen que sea casi imposible para los residentes seguir las recomendaciones pensadas para ralentizar la propagación del nuevo coronavirus; por lo que la comunidad se vuelve especialmente vulnerable a las infecciones.
“Pero me da miedo lo que pasará si las personas dejan de enviar donaciones. ¿Qué haremos cuando se olviden de nosotros de nuevo?”.
Una crisis habitacional se encuentra con una pandemia
Según un estudio realizado por la Fundación João Pinheiro, un departamento dentro de la secretaría de planificación y gestión del gobierno de Minas Gerais— estado vecino de San Pablo — Brasil tiene un déficit habitacional de 6,3 millones de viviendas.
La densificación excesiva (cuando la misma habitación es compartida por más de tres personas) y la cohabitación (cuando un hogar es compartido por más de una familia) son situaciones representativas de la actual crisis habitacional. En las favelas, el problema es aún más severo— y San Pablo lidera la lista de déficit habitacional ya que carece de 640.000 viviendas aproximadamente.
“En China, la propagación [de la COVID-19] dentro de los hogares fue una de las principales fuerzas que impulsaron la transmisión continua del virus”, explica Carolyn Cannuscio, epidemióloga social del hospital de la Universidad de Pensilvania. “En una favela, si muchas personas están ocupando un hogar pequeño, los riesgos de transmisión dentro del hogar son increíblemente altos”.
Normalmente, en las favelas, son las matriarcas las jefas del hogar. Un estudio realizado a finales de marzo por Data Favela y el Instituto Locomotiva informa que el 92 por ciento de las 5,2 millones de madres que viven en las favelas de Brasil tendrán dificultades para comprar comida luego de perder el ingreso de un mes. La gravedad de este hallazgo se amplifica por el hecho de que el 80 por ciento de los encuestados dijo que ya había perdido un ingreso dado el autoaislamiento exigido para ralentizar la propagación del coronavirus.
El Dr. Ricardo Vieira da Silva, izquierda, y Patricia Kele viajan en una ambulancia como parte de una “brigada de traslado” enviada a los hogares de las personas con probables síntomas de la COVID-19. Como los vehículos de emergencia del sistema de salud público tardan horas en llegar— eso si ingresan a la favela— la comunidad ha utilizado fondos donados para alquilar tres ambulancias.
El Dr. Ricardo Viera da Silva, derecha, camina con su equipo para hacer una visita a domicilio en la favela. "Es una comunidad muy pobre, y es muy común encontrar familias con cuatro o cinco hijos, y, a veces, hasta 10 integrantes viven en una pequeña habitación, lo que dificulta aún más nuestro trabajo ya que tenemos que aislar a la familia completa”.
Maria José de Jesus Silva, de 26 años, madre de dos y embarazada de seis meses de su tercera hija, está preocupada por el pequeño lugar donde vive su familia y su capacidad para lavarse las manos. Sus hijas, su marido, su tía y su primo comparten una casa de tres habitaciones en Paraisópolis.
“Intentamos no estar muy cerca de los vecinos, nos mantenemos alejados de los amigos, pero no hay posibilidad de que nos separemos unos de otros”, explica. “¿Y si uno de nosotros se enferma? ¿A dónde vamos?”.
Dificultades y carencias en las favelas
El acceso a una adecuada asistencia sanitaria, un empleo estable y hasta agua potable también son bienes escasos en Paraisópolis.
En una iniciativa por apoyar a las ya sobrecargadas clínicas públicas y salitas de emergencia de la comunidad, la asociación de residentes locales ha establecido hospitales de campo en escuelas vacías; estos están ayudando a mantener en aislamiento a las personas con síntomas leves. Como los vehículos de emergencia del sistema de salud público tardan horas en llegar— eso si ingresan a la favela— el grupo ha utilizado fondos donados para alquilar tres ambulancias y así ayudar a la comunidad.
El marido de Silva, Fernando Edson Fernandes, había completado su servicio militar y estaba buscando un trabajo cuando se anunció la cuarentena. Su primo, Raine Santos da Silva, fue despedido de su trabajo de vendedor telefónico en una clínica médica poco antes del bloqueo. El último pago de Fernandes por parte de las fuerzas armadas, que llegará en mayo, será el único ingreso de la familia. Todos están buscando trabajo.
Por ahora, se reúnen en la mesa de su cocina de baldosas para compartir el pan con manteca y el café de la mañana. Silva intenta mantener a sus dos hijas, Erlane de seis años y Edilaine de ocho, ocupadas mientras no hay escuela y les da actividades de matemática o de portugués para hacer. Otras veces, las niñas juegan con sus muñecas favoritas, dos sonrientes bailarinas de trapo en tutús rosas.
La primera vez que Silva oyó hablar de coronavirus en enero mientras miraba las noticias, se preocupó porque la enfermedad llegara finalmente a Brasil; compró desinfectante para manos para que sus hijas llevaran a la escuela.
Ante el poco apoyo gubernamental, las residentes de Paraisópolis hacen lo que pueden para ayudar a su comunidad. Estas voluntarias producen mascarillas en un taller de costura ubicado en un centro de cuidados para la tercera edad.
Los bomberos enseñan primeros auxilios a los miembros de la Unión de Residentes de Paraisópolis que se han presentado voluntarios para participar en el recién creado programa de COVID-19.
“Aquí estamos acostumbrados a las enfermedades y he visto cómo se pueden propagar rápidamente”, dice Silva haciendo referencia a los brotes de los virus que el país ha visto recientemente, como el zika, el dengue y el sarampión. “Quería asegurarme de que estuviésemos preparados. Quería asegurarme de que mis hijas estuviesen seguras”.
Pero las niñas usaron lo último que quedaba de desinfectante de manos la semana pasada y el jabón en su casa está comenzando a escasear. El agua corre del grifo del fregadero de la cocina, pero nunca saben cuándo se va a cortar. Cuando eso sucede, generalmente a la noche antes de cenar, no regresa hasta la mañana siguiente.
Según la Agencia Nacional de Aguas de Brasil, alrededor de 40 millones de personas en la nación no tienen acceso al suministro de agua pública y aproximadamente 100 millones no están conectados al sistema de cloacas. Muchos residentes de Paraisópolis viven con cloacas abiertas que corren debajo y alrededor de sus hogares, las cuales presentan un riesgo potencial. Los estudios preliminares han indicado que el coronavirus puede sobrevivir en aguas residuales, aunque no es claro si las personas contraen la enfermedad por esta vía.
Incluso aquellos que tienen acceso regular a agua potable generalmente tienen solo un fregadero en sus hogares.
“En la mayoría de las casas de las favelas, una de las principales dificultades es poder separar las áreas donde se prepara la comida y se lavan los platos de los lugares donde se lava la ropa”, explica Tainá de Paula, arquitecta social y presidenta de relaciones internacionales del Instituto de Arquitectos de Brasil. “Así que es muy difícil pedirle a alguien que vive en una favela que cumpla con los estrictos métodos de higiene de este tipo de crisis”.
Surge una cocina comunitaria
Aunque el gobierno no ha creado un plan específico para favelas a fin de proteger a los residentes de la propagación de la COVID-19, la empresa de gestión de agua y residuos de São Paulo, Sabesp, ha comenzado a distribuir 1200 tanques de agua a los residentes de Paraisópolis. No es ni siquiera suficiente para la comunidad, pero marcará una gran diferencia para aquellos que puedan tener uno.
Adriano Silva Santos en el campo de fútbol del Palmeirinh.
Antonio Humberto Souza frente a su tienda de agua mineral.
Maria Sale de Pontes en su tienda de golosinas.
“No tuvimos ningún tipo de tanque de agua antes de este”, señala Marcone Francisco da Silva, quien vive con su esposa y su madre. Sonríe mientras carga su nuevo tanque por el tramo principal de Paraisópolis hacia su casa.
“Ahora podremos lavarnos las manos mucho más”.
Para ayudar con la escasez de alimentos, la Asociación de Mujeres de Paraisópolis inició una producción de comida en su bistró, Mãos de Maria (las Manos de Maria), que les da trabajo a las mujeres en la comunidad. A finales de abril, la asociación estaba preparando 6.000 comidas por día, usando cientos de kilogramos de arroz, carne, porotos, vegetales y pasta que fueron donados o comprados con dinero de una campaña de financiación multitudinaria en línea. Desde ese entonces, la asociación ha movido su operación a una cocina más grande y espera aumentar su producción a 10.000 comidas por día.
“Parece un número grande, pero para una comunidad con 100.000 residentes, no lo es”, indica Elizandra Cerqueira, presidenta de la Asociación de Mujeres de Paraisópolis. “Hay tantos más que necesitan nuestra ayuda”.
La joven pareja que repartió la comida a la familia Nascimento, Maria Angelica de Araújo Costa y Pedro de Araújo Teixeira, también vive en esta parte de Paraisópolis. Estaban ansiosos de ser voluntarios a pesar del riesgo personal.
“Somos una comunidad”, afirma Costa. “Tenemos que hacer todo lo que podamos para ayudar. Nos tenemos que cuidar unos a otros”.