Detectan nuevos y extraños síntomas de la COVID-19
Los científicos explican los "nuevos" síntomas del coronavirus. Si bien estos efectos suenan aterradores, eran esperables.
El personal médico de Klinicare, Bruselas, traslada a un paciente con coronavirus de un hospital lleno a otro hospital el miércoles, 1 de abril de 2020. El nuevo coronavirus provoca síntomas leves o moderados en la mayoría de los afectados, pero para algunos, sobre todo adultos mayores y personas con problemas de salud preexistentes, puede causar una enfermedad más grave o la muerte.
Una enfermedad puede provocar daños graves en el cuerpo a través de diferentes vías, y la COVID-19 parece abarcar todas estas. El coronavirus ataca principalmente los pulmones, lo que puede generar neumonía o incluso insuficiencia respiratoria y, en uno de cada cinco pacientes, también insuficiencia multiorgánica.
Sin embargo, a medida que el virus se expande por el planeta, van apareciendo síntomas menos comunes, como la inusual formación de coágulos sanguíneos o accidentes cerebrovasculares en pacientes jóvenes e incluso reacciones inflamatorias extrañas, como sarpullidos por todo el cuerpo en niños y una inflamación en los dedos de los pies, que se ha denominado vulgarmente “dedo del pie COVID” (del inglés “COVID toe”).
Si bien estas afecciones pueden sonar extrañas y aterradoras, ya eran conocidas en medicina viral antes de la llegada de la COVID-19 y, hasta cierto punto, se esperaba que surgieran. Cada cuerpo humano es diferente, y es natural que una enfermedad que afecta a millones de personas desencadene efectos inesperados. ¿Qué ocurre exactamente en estos casos y con qué frecuencia se dan? A continuación, presentamos lo que se conoce y lo que la comunidad científica aún debe averiguar para poder abordar estos casos inusuales.
COVID-19 y el cuerpo: lo básico
La COVID-19 empieza como enfermedad respiratoria. El virus invade las células de la nariz, la garganta y los pulmones, y luego se multiplica. Así, produce síntomas gripales que pueden agudizarse y derivar en casos de neumonía e incluso perforaciones en los pulmones que dejan marcas para toda la vida. Para muchos pacientes, esa es la peor parte.
Pero en otros casos, se produce un desajuste total del sistema inmunitario, y el cuerpo comienza a liberar unas proteínas llamadas citoquinas, señales de alarma que conducen a las células inmunitarias al lugar de la infección. Si se filtran demasiadas citoquinas en el torrente sanguíneo e invaden el cuerpo, las células inmunitarias empiezan a destrozar todo lo que van encontrando. Esta tormenta de citoquinas genera una gran inflamación que debilita los vasos sanguíneos y hace que se filtre fluido en los alvéolos pulmonares, lo que deriva en una insuficiencia respiratoria. Una tormenta de citoquinas puede causar daño hepático o renal e insuficiencia multiorgánica.
Posibles afecciones cardíacas
Además de afectar los pulmones, el nuevo coronavirus parece causar estragos en el corazón. Según indica un nuevo estudio realizado en China, uno de cada cinco pacientes de COVID-19 sufre algún tipo de afección cardíaca.
El corazón bombea sangre y provee oxígeno proveniente de los pulmones a todos los órganos. Los virus respiratorios como los coronavirus y la gripe pueden afectar el equilibrio entre el suministro y la demanda. Si un virus ataca los pulmones, estos proveerán oxígeno al torrente sanguíneo de forma menos eficiente. Una infección también puede inflamar las arterias y reducir su tamaño, de modo que acaban suministrando menos sangre a los órganos, entre ellos el corazón. Por consiguiente, el corazón debe esforzarse más para compensar esta insuficiencia, y puede llevar a un daño cardiovascular.
Un síntoma inusual, que ocurre incluso entre personas jóvenes y sin enfermedades preexistentes, es la miocarditis, una afección relativamente poco frecuente en la que la inflamación debilita el músculo cardíaco.
De acuerdo con observaciones clínicas recientes, es probable que el coronavirus se introduzca directamente en el corazón. Los virus ingresan en las células a través de sus entradas preferidas: unas proteínas llamadas receptores. En el caso del coronavirus, según indican los especialistas, el corazón posee la misma proteína de acceso (ECA-2) que utiliza el SARS-CoV-2 para atacar los pulmones.
“Todavía nadie ha demostrado de forma convincente con una biopsia que haya partículas virales en las células de los músculos cardíacos”, afirma Robert Bonow, profesor de cardiología en la Facultad de medicina Feinberg de la Universidad de Northwestern y expresidente de la American Heart Association. Bonow señala que estos síntomas de miocarditis también podrían deberse a una tormenta de citoquinas que inflama el resto del cuerpo. Sin embargo, se ha observado que los virus como la varicela y el VIH infectan directamente el músculo cardíaco y varias investigaciones sugieren que el coronavirus puede invadir las capas externas de los vasos sanguíneos.
Al confirmarse a partir de estos estudios el rol preponderante del corazón, los especialistas se preguntan si la COVID-19 también podría clasificarse como enfermedad cardiovascular. “A partir de esto, nos hemos planteado muchas preguntas acerca de cómo tratar a los pacientes”, afirma Bonow. “Cuando llega un hombre de 75 años con dolor en el pecho, ¿es un ataque al corazón o es COVID?”.
Coágulos sanguíneos misteriosos
En muchos pacientes, la COVID-19 provoca excesiva coagulación, y de maneras muy poco frecuentes.
Hace más de 160 años, un físico alemán llamado Rudolf Virchow describió tres motivos por los que pueden producirse coágulos sanguíneos anormales. En primer lugar, si se daña el revestimiento de los vasos sanguíneos (como consecuencia de una infección, por ejemplo), puede liberar proteínas que fomentan la coagulación. Otra posibilidad es que se formen coágulos si la circulación sanguínea no fluye como corresponde, lo que suele ocurrir cuando las personas internadas en un hospital llevan mucho tiempo sin moverse de las camas. Por último, los vasos pueden coagularse con plaquetas u otras proteínas circulatorias que reparan heridas, lo que suele ocurrir con las enfermedades hereditarias, pero también puede ser consecuencia de la inflamación sistémica.
“Creo que tenemos pruebas de que estos tres motivos aparecen en los casos de COVID”, explica Adam Cuker, profesor adjunto de medicina en el Hospital de la Universidad de Pensilvania, y especialista en problemas de coagulación.
Las tormentas de citoquinas también pueden exacerbar los procesos inflamatorios que tapan las arterias, como las placas grasas responsables de la ateroesclerosis; esto explica que la enfermedad cardiovascular preexistente determine una manifestación grave de COVID-19.
El hallazgo de esta formación desmesurada de coágulos sanguíneos en pacientes con COVID-19 ha causado desconcierto entre los médicos. A finales de abril, el Washington Post informó que la coagulación se manifiesta de formas muy anormales; por ejemplo, se forman microcoágulos en el torrente sanguíneo, se acumulan en los pulmones y producen atascamiento en las máquinas de diálisis utilizadas en pacientes con trastornos renales.
Cuker afirma que la unidad de terapia intensiva del Hospital de la Universidad de Pensilvania ha registrado una cantidad de coágulos tres veces mayor en pacientes con COVID-19 que los que presentan los pacientes que no tienen la enfermedad. Hasta ahora, la respuesta de los médicos ha sido aumentar las dosis de anticoagulantes que se administra a los pacientes con COVID-19, aunque aún se están haciendo pruebas para saber si esta medicación reduce efectivamente el riesgo de coágulos provocados por coronavirus.
Según Cuker, no se sabe con certeza por qué los coágulos de la COVID-19 son tan pequeños y por qué se acumulan en los órganos en números tan altos; es probable que la causa puede atribuirse a una parte del sistema inmunitario denominada sistema del complemento, que normalmente involucra proteínas inactivas que circulan en la sangre. En otras patologías, si este sistema se activa de forma inadecuada, pueden desarrollarse coágulos diminutos.
Cuker, quien contribuye a desarrollar pautas de tratamiento de la coagulación vinculada a la COVID para la American Society of Hematology (Sociedad Estadounidense de Hematología), afirma que los científicos han adoptado un enfoque global para obtener respuestas. “Todos estos sistemas podrían estar implicados y tenemos que analizarlo todo.”.
Accidente cerebrovascular
Este aumento de la coagulación podría explicar por qué los pacientes jóvenes con COVID-19 sin riesgo cardíaco preexistente pueden sufrir un accidente cerebrovascular, que, por lo general, afecta a personas mayores. Si bien resulta muy poco común que una persona joven sufra un ACV, no debería sorprender tanto ya que, durante el brote de SARS de 2002-2003 (un coronavirus relacionado), ya se habían descubierto síntomas similares en pacientes jóvenes.
“Casi todas las manifestaciones neurológicas de la COVID-19 son síntomas que podrían haberse predicho”, afirma Kenneth Tyler, director del departamento de neurología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Colorado e investigador de la American Academy of Neurology (Academia Estadounidense de Neurología).
La mayoría de los ACV informados han sido “isquémicos”, es decir, producidos porque un coágulo tapona uno de los vasos que suministra sangre al cerebro. Los ACV isquémicos suelen ser una enfermedad frecuente (en Estados Unidos, se registran 690.000 casos al año) debido a su correlación con trastornos cardiovasculares como la ateroesclerosis. Si un ACV isquémico bloquea el suministro de sangre oxigenada durante mucho tiempo, puede afectar la zona del cerebro que no llega a recibir esa sangre. Por eso las respuestas provocadas por el coronavirus pueden parecer aleatorias, como los problemas para hablar, ver o caminar. Algunos casos de COVID-19 también han presentado ACV hemorrágico, que ocurre cuando se rompe un vaso sanguíneo debilitado y provoca que entre sangre al cerebro, y se comprima el tejido cerebral circundante.
Cuker afirma que no sabe con qué frecuencia se producen los ACV y coágulos en pacientes de COVID-19, ya que la mayoría de las observaciones corresponden a casos tratados en la unidad de terapia intensiva. Eso significa que los datos no incluyen a los pacientes a quienes se les da el alta y desarrollan un coágulo más tarde, o personas cuyas infecciones tenían síntomas leves o eran asintomáticas con anterioridad al coágulo.
Cuker se pregunta: “¿Se trata de una pequeña cantidad de casos que ha concentrado el máximo de atención o es más bien un problema más común que llega al nivel de problema de salud pública?”.
Inflamación cerebral
Asimismo, se ha vinculado la COVID-19 a pacientes que sufren encefalitis, o inflamación del cerebro, así como un síndrome mucho menos frecuente llamado Guillain-Barré, en el que el sistema inmunitario del cuerpo ataca el sistema nervioso. En casos más leves, la encefalitis puede provocar síntomas gripales; en casos más graves, puede causar convulsiones, parálisis y confusión.
Esta situación no es exclusiva de la COVID-19, ya que muchos otros virus (el herpes, los virus transmitidos por garrapatas, la rabia y el SARS original) pueden provocar encefalitis. Cuando uno de estos virus invade el sistema nervioso, puede dañar e inflamar el cerebro, ya sea matando las células directamente u “ofreciéndole” al sistema inmunitario la posibilidad de hacerlo, algo similar a lo que ocurre con una tormenta de citoquinas. En el caso de la COVID-19, Tyler indica que la causa no se conoce.
Cuando la persona padece el síndrome de Guillain-Barré, el sistema inmunitario ataca al sistema nervioso y los ganglios de todo el cuerpo. Los síntomas suelen aparecer semanas después de que el germen se haya eliminado del cuerpo, y por lo general, se presentan como debilidad y hormigueo en las extremidades, que en última instancia, pueden causar una parálisis. Aunque este trastorno se ha observado en pocos casos clínicos de COVID-19, Tyler cree que este vínculo no es una mera coincidencia.
Los científicos no conocen de forma precisa los mecanismos del Guillain-Barré, pero la enfermedad parece estar relacionada con el denominado sistema de inmunidad adquirida, que responde a un patógeno desarrollando anticuerpos específicos para combatirlo. Estos anticuerpos se generan después de varias semanas y, normalmente, sirven para protegernos, pero si ocurre algún desajuste, acaban atacando los nervios.
Efectos en la piel
Uno de los síntomas más recientes (y más inexplicables) de la COVID-19 es un amplio abanico de síntomas de inflamación cutánea, como los sarpullidos (las lesiones rojizas dolorosas en los dedos de los pies) y un conjunto de síntomas en niños que se ha denominado vulgarmente como síndrome “similar a la enfermedad de Kawasaki”.
“Parece una muestra de todos los síntomas presentes en un libro de dermatología, porque abarca muchísimo”, afirma Kanade Shinkai, profesora de dermatología de la Universidad de California, San Francisco.
Un virus puede provocar dos formas de sarpullidos. Puede acumularse directamente en la piel, como la varicela, o activar el sistema inmunitario y producir sarpullidos sin un patrón específico por toda la piel, ya sea como respuesta normal ante una infección o como en una reacción exacerbada producto de una tormenta de citoquinas. Shinkai afirma que las erupciones virales suelen darse en menos del dos por ciento de los pacientes que presentan otros virus comunes.
Sin embargo, los sarpullidos de la COVID-19 son tan variados que es difícil determinar si algún tipo es exclusivo del SARS-CoV-2 del mismo modo que la erupción vesiculosa y urticante es propia de la varicela. Por tal motivo, algunos expertos creen que los sarpullidos que aparecen en pacientes con COVID-19 pueden llegar a ser simplemente una coincidencia.
“Algunos dicen que los sarpullidos que encontramos son simplemente erupciones durante la pandemia de la COVID-19, pero no necesariamente sarpullidos asociados a la COVID-19”, afirma Shinkai. “Es un gran misterio y una gran incógnita científica para la que aún tenemos que encontrar una respuesta”.
Ocurre lo mismo con las erupciones en los dedos de los pies. Los dermatólogos han informado un aumento de casos de lesiones dolorosas rojas o moradas en los dedos de los pies y las manos, que podrían deberse a microcoágulos o a la inflamación de los vasos sanguíneos. Shinkai señala que, aunque en algunos pacientes con erupciones en los dedos de los pies la prueba de coronavirus dio positiva, este síntoma también aparece en personas cuyas pruebas de virus y de anticuerpos dieron negativo.
Shinkai sostiene que, para entender estas manifestaciones cutáneas, necesitamos más estudios que las describan de forma exhaustiva. Un estudio realizado en Italia identificó que un 20 por ciento de los pacientes presentó erupciones en el cuerpo, pero otro estudio de Wuhan solo informó el 0,2 por ciento. Shinkai se pregunta si esa disparidad revelará una diferencia en los pacientes o en la atención que prestan los investigadores a los detalles.
Las enfermedades que se han detectado en niños, agrupadas bajo el término “síndrome similar a la Kawasaki”, también son motivo de desconcierto. La enfermedad de Kawasaki (más común en niños japoneses) es un trastorno poco frecuente que provoca la inflamación de los vasos sanguíneos de todo el cuerpo. Aunque se desconoce su causa, los síntomas son, entre otros, sarpullidos en todo el cuerpo, hinchazón, ojos rojos, dolor abdominal y diarrea. Normalmente, la enfermedad de Kawasaki se cura por sí sola y no conlleva consecuencias a largo plazo, pero puede provocar complicaciones cardíacas graves.
Hace poco, en una serie de casos clínicos se encontró que un grupo de niños con COVID-19 compartían algunos o todos los síntomas de la enfermedad de Kawasaki. Michael Agus, jefe de terapia intensiva del Boston Children’s Hospital, explica que los médicos recién ahora han empezando a describir la conexión.
Hasta la fecha, los médicos que tratan la COVID-19 han observado dos manifestaciones de enfermedad similar a la Kawasaki. Una de ellas tiene que ver con la sepsis viral, una inflamación grave (producto de una infección) que debilita la función cardiaca y provoca hipotensión. La otra variedad aparece unas semanas después de haberse infectado o tenido contacto con el SARS-CoV-2, y presenta algunos de los síntomas clásicos de la Kawasaki, como cambios en la forma de las arterias cardíacas.
Aunque la enfermedad suene aterradora, Agus insiste en que es muy poco frecuente. Solo se han observado algunos casos, en niños de Europa y Norteamérica, y no es fácil determinar si todos los casos están vinculados con la COVID-19, ya que algunos niños con síntomas de Kawasaki han dado negativo en el virus y no se les han detectado anticuerpos de una infección pasada. Agus señala que para que exista un panorama más claro, se deberá pedir a los pacientes que provean descripciones más exhaustivas, pero también es necesario mejorar el acceso a los test y a los ensayos clínicos.
Entre tanto, los investigadores afirman que, para protegernos de la COVID-19, deberemos centrarnos en las medidas oficiales, como usar mascarilla, lavarnos las manos frecuentemente y mantener el distanciamiento social."Esa será la respuesta", dice Agus, "si esto se convierte en un síndrome o cuatro síndromes".