Las alergias alimentarias aumentan en el mundo: causas y tratamientos

Más de 32 millones de personas padecen al menos una alergia alimentaria, entre ellas unos 6 millones de niños. Sin embargo, los expertos señalan que es un momento apasionante en el campo de las alergias por los hallazgos y el avance tecnológico.

Smith Craft, de nueve años, fue fotografiada en 2018 tras participar en un ensayo clínico del fármaco de inmunoterapia oral Palforzia, que protege contra las reacciones graves a la exposición accidental a los cacahuetes (maní). Aprobado por la FDA en 2020, es el primer y único fármaco contra la alergia a esta leguminosa.

Fotografía de Eamon Queeney THE NEW YORK TIMES, REDUX
Por ALLIE YANG
Publicado 22 dic 2022, 09:21 GMT-3

Los expertos las llaman las "nueve grandes": leche, huevos, frutos secos, pescado, crustáceos, marisco, trigo, soja y sésamo. Son, con diferencia, las alergias alimentarias más frecuentes, y pueden aparecer a cualquier edad. En el mejor de los casos, las alergias alimentarias requieren precaución y cambios en el estilo de vida; en el peor, pueden desencadenar una reacción potencialmente mortal conocida como anafilaxia.

A pesar de algunas dificultades para medir la omnipresencia de las alergias alimentarias, los datos sugieren que las tasas se han disparado en las últimas décadas. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos aseguran que las alergias alimentarias en los niños aumentaron en un 50% entre 1997 y 2011. De 2005 a 2014, las visitas de emergencia al hospital por anafilaxia entre niños de cinco a 17 años aumentaron casi un 200%.

En Estados Unidos, un estudio publicado en la revista Journal of the American Medical Association muestra que más de 32 millones de personas padecen al menos una alergia alimentaria, entre ellas unos seis millones de niños, es decir, aproximadamente dos niños por aula (escuela). Los datos también han revelado pistas sobre cómo la genética y el medio ambiente pueden contribuir al creciente número de alergias.

Destacados expertos informaron a National Geographic sobre las últimas investigaciones sobre alergias alimentarias y de la tecnología de vanguardia que se está aplicando para combatirlas.

¿Qué es una alergia alimentaria?

Es difícil determinar el número de personas con alergias alimentarias concretas, en parte porque hay muchos tipos de sensibilidades alimentarias con síntomas que imitan una reacción alérgica. Por ejemplo, la intolerancia a la lactosa puede provocar dolor de estómago como una reacción alérgica, pero técnicamente es un problema del aparato digestivo y no una alergia a la leche.

Según Ruchi S. Gupta, directora del Centro de Investigación de Alergias Alimentarias y Asma (Center for Food Allergy & Asthma Research, CFAAR) de la Facultad de Medicina de la Universidad Northwestern (EE.UU) la mejor forma de estar seguro de que una reacción adversa a un alimento es realmente una alergia consiste en hacerse un diagnóstico médico. Una vez que se confirme el cuadro, puede elaborarse un plan para tratarla.

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Las sensibilidades alimentarias se confunden a menudo con las alergias alimentarias. La prueba del parche atópico (APT) es una forma de determinar si un alimento está causando realmente una reacción alérgica, aunque el Dr. Edwin Kim señala que ésta, junto con los análisis de sangre, son métodos imperfectos de diagnóstico, ya que requieren interpretación.

Fotografía de Benoit Durand HANS LUCAS, REDUX

Lo que diferencia una alergia alimentaria de otras sensibilidades es una respuesta del sistema inmunitario. En una reacción alérgica, el organismo considera erróneamente que una proteína extraña inofensiva, como la proteína del cacahuete (también conocido como maní), es peligrosa (las proteínas que provocan una reacción alérgica se denominan alérgenos). El organismo produce entonces un anticuerpo llamado inmunoglobulina E (IgE) para combatir al invasor.

Estos anticuerpos se unen a determinadas células inmunitarias (eosinófilos, mastocitos, basófilos) que, al activarse, liberan una sustancia química llamada histamina. Esto puede producir una reacción alérgica en cualquiera de los cuatro sistemas orgánicos principales: el intestino, la piel, los pulmones y el corazón. Los síntomas incluyen picor y erupciones cutáneas, constricción de los músculos pulmonares, vómitos y diarrea.

Cuando están implicados más de uno de los cuatro sistemas (por ejemplo, cuando un paciente presenta síntomas tanto en el intestino, como vómitos, o en los pulmones, como dificultad para respirar) se habla de anafilaxia. En este caso, la hormona epinefrina, administrada mediante una inyección de EpiPen, puede utilizarse para relajar y abrir los músculos de las vías respiratorias para facilitar la respiración.

"Los problemas respiratorios y cardiacos son los que más miedo dan, ya que se trata de reacciones potencialmente mortales", explica el Dr. Edwin Kim, jefe de división de Alergia e Inmunología Pediátrica de la Universidad de Carolina del Norte y director de la Iniciativa de Alergia a los Alimentos de la universidad.

No hay alergias alimentarias leves o graves, sino reacciones leves o graves. Las reacciones pueden ser algo impredecibles: un alérgeno que causó una reacción leve en el pasado podría causar una reacción más extrema en el futuro, y viceversa.

¿Por qué aumentan las alergias alimentarias?

Las alergias alimentarias tienen dos causas: la genética y los factores ambientales. Gupta afirma que la genética por sí sola no puede explicar este rápido aumento de las alergias. Lo que sí sabemos, afirma Kim, es que los niños son más propensos a padecer alergias si tanto su padre como su madre experimentan una desregulación inmunitaria, ya sean alergias estacionales o eccemas.

Mientras tanto, dos teorías principales examinan los factores ambientales que conducen a las alergias alimentarias. La hipótesis de la higiene postula que la obsesión de la sociedad por la limpieza reduce nuestra exposición temprana a los alérgenos, por lo que es más probable que nuestro sistema inmunitario reaccione de forma exagerada ante proteínas comunes inofensivas y desencadene una reacción alérgica.

En muchas partes del mundo, los niños también pasan menos tiempo cerca de la tierra y el ganado que en el pasado, lo que podría explicar por qué algunos estudios han demostrado que las zonas urbanas tienen más alergias alimentarias que las zonas rurales.

"A menudo hablamos de los primeros 100 días o el primer año de vida y de lo importantes que son para que el organismo de los bebés experimente cosas diferentes, como jugar en la tierra o exponerse a distintos tipos de alimentos", señala Gupta. Por miedo a que sus hijos sufran alergias, los padres se han vuelto demasiado cautelosos a la hora de introducir alimentos a sus bebés, añade.

Pero la hipótesis de la higiene no explica del todo el aumento de las alergias. Los investigadores han descubierto que una alta exposición a un determinado alimento (como el marisco en Asia) se asocia a veces con una mayor prevalencia de alergias a ese alimento. Aquí es donde entra en juego la hipótesis de la doble exposición: esta teoría postula que la probabilidad de desarrollar una alergia alimentaria aumenta si un bebé se expone a trazas de un alérgeno (respirándolo o tocándolo) antes de comerlo.

Robert A. Wood, jefe de la División Eudowood de Alergia e Inmunología del Centro Infantil Johns Hopkins (Estados Unidos), da el ejemplo de un padre que frota loción en la piel de su bebé. Si el progenitor tiene incluso una cantidad muy pequeña de proteína de cacahuete en las manos, la teoría sostiene que podría hacer que el niño tuviera más probabilidades de desarrollar una alergia al cacahuete más adelante.

Estas dos hipótesis son, con diferencia, las más estudiadas. Otras incluyen los cambios en la forma en que cultivamos y envasamos los alimentos, así como el rol que puede llegar a tener el cambio climático.

Las investigaciones demuestran que la prevención es la clave. Food Allergy Research and Education, una organización estadounidense sin ánimo de lucro, anima a los niños a comer cacahuetes lo antes posible; las investigaciones sugieren que métodos de prevención similares son eficaces también para otras alergias alimentarias, sostiene Kim.

Los tratamientos se dividen en dos categorías: la inmunoterapia, que crea tolerancia al alérgeno mediante pequeñas dosis, y los biológicos, que detienen el anticuerpo IgE que provoca las reacciones alérgicas.

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    Un niño lleva su mochila, etiquetada con una alerta de alergia y medicación en Broken Arrow, Oklahoma (Estados Unidos). En el país norteamericano, aproximadamente el 80% de los niños alérgicos al huevo, la leche y el trigo superan la alergia, pero solo entre el 20% y el 25% de los niños superan la alergia al cacahuete.

    Fotografía de Melissa Lukenbaugh THE NEW YORK TIMES, REDUX

    Los tratamientos de inmunoterapia se han estudiado ampliamente, y en 2020 la Agencia de los Medicamentos de EE. UU (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó el primer (y único hasta ahora) tratamiento de este tipo. El fármaco, Palforzia, es una inmunoterapia oral en la que se administran pequeñas dosis muy controladas de proteína de cacahuete en pastillas cada día. El objetivo del fármaco es prevenir una reacción grave en caso de exposición accidental, lo que significa que las personas que lo toman deben evitar estas leguminosas siempre que sea posible. También se están realizando ensayos clínicos para desarrollar tratamientos que puedan tratar la alergia a los cacahuetes mediante parches en la piel.

    No existe ningún tratamiento aprobado por la FDA para otras alergias distintas de los cacahuetes. Algunos alergólogos administran dosis improvisadas de estos alérgenos a los pacientes, dice Wood, pero la práctica conlleva riesgos. El polvo de cacahuete que se compra en el supermercado, por ejemplo, se basa en un sistema comercial de etiquetado de alimentos que no siempre es preciso, lo que dificulta medir la dosis correcta.

    Como solo actúa sobre una alergia a la vez, la inmunoterapia no sirve de mucho para el 40% de los niños que padecen varias alergias alimentarias. Pero los fármacos biológicos podrían ser la solución al bloquear los anticuerpos IgE. Por ejemplo, el fármaco omalizumab se une a los receptores de las células inmunitarias antes de que un anticuerpo IgE pueda llegar a ellas, impidiendo que se produzca la reacción alérgica.

    Wood espera que el omalizumab pueda ser aprobado para tratar las alergias alimentarias en los próximos años. En lugar de una píldora diaria, se trata de una inyección administrada cada dos semanas, y las primeras investigaciones muestran que los pacientes que toman el fármaco pueden tolerar una gran cantidad de un alérgeno. Los efectos secundarios del fármaco incluyen dolor articular, mareos y fatiga.

    Aunque es un momento emocionante para el campo de la alergia, "la cura no está en el vocabulario", indica Wood. Tanto la inmunoterapia como los medicamentos biológicos deben tomarse indefinidamente: si un paciente interrumpe el tratamiento, su alergia reaparecerá. "Ahora mismo no vemos nada que se parezca a una cura, pero obviamente ése es el gran objetivo".

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