Conoce a Jean Maggi, el argentino que se quiere convertir en la primera persona con discapacidad en viajar al espacio
Jean Maggi en NASTAR Center durante sus útlimas pruebas para recibir el diploma de astronauta civil.
Un infarto puede acabar con la vida de una persona… O regalarle la oportunidad de comenzar una nueva. “Anduve 37 años boyando por la vida. Fui al colegio, a la facultad, estudié ingeniería, trabajé, abrí mi empresa, me casé, tuve hijos, pero no me encontraba a mí mismo como persona (…) El infarto me pegó un cachetazo. Cambiaba o me moría”, sentencia Jean Maggi, un argentino que acaba de graduarse como astronauta civil en la National Aerospace Training and Research (NASTAR) Center y que va por uno de los sueños más grandes de su vida: convertirse en la primera persona con discapacidad en llegar al espacio.
Jean Maggi frente a un Aero L-39 Albatros donde realizó algunos entrenamientos y pruebas.
Pero, ¿qué sucedió en el camino? Se transformó en deportista, corrió maratones con una bicicleta adaptada, subió al Himalaya, creo una fundación y cruzó la Cordillera de los Andes, entre algunos de sus hitos más relevantes. ¿Cómo hizo ese cambio? ¿Cuál es el motor de su motivación? ¿Logrará su nuevo desafío?
Te invitamos a conocer en esta entrevista de National Geographic la historia del hombre que entendió que en esta vida hay que “hacer lo difícil e internar lo imposible”.
N.G. ¿Cuándo contrajiste la polio y cómo fueron esos primeros años de vida?
J.M. - Yo era el segundo hijo, entonces mi mamá ya sabía cómo era el proceso de un niño para empezar a caminar. Ella notó que había algo raro. Yo no me paraba, me caía más de lo normal. Y cuando me llevó al médico se lo confirmaron. Tampoco hay mucho para hacer porque la enfermedad dura una semana y lo que quedan son las secuelas que, en general, no se recuperan. La polio mata la neurona motora. Lo que mató, mató.
Jean Maggi contrajo poliomelitis en su primer año de vida. "Lo mejor que hicieron mis padres fue tratarme como uno más".
Lo primero que quiero dejar en claro es que soy pro vacunas. Lo mío fue un accidente necesario. Nací en el ‘62 y me enfermé en el ‘63 que fue justo en la transición entre las vacunas SALK (vacuna inyectable de virus inactivados) y SABIN (vacuna oral de virus atenuados). ¿Qué tenía de ventaja la SABIN? Que era una gota no inyectable por lo que la posibilidad de la vacunación era mucho más masiva que la inyección. Yo tenía ambas. Me enfermé una semana después de que me dieran la SABIN. A mi madre le habían dicho que podría haber sido el choque de las dos vacunas. Pero ya de grande, con mi vida ya resuelta, cuando me estaba haciendo unos estudios en Estados Unidos, me comentaron que una de cada dos millones de vacunas (SABIN) fallaba. Son excepciones. Hoy la polio está a punto de erradicarse, salvo algunos países puntuales. Se ha vuelto a la SALK, entonces ese riesgo ya no está.
“La discapacidad no define a una persona.”
N.G. ¿Cómo fue tu infancia y la actitud de tu familia?
J.M. - Lo mejor que hicieron mis padres fue tratarme como uno más. Tener más hijos, entonces eso hizo una familia más numerosa donde se me prestara menor atención. Y con la rigidez de mi padre de “el chico se las tiene que arreglar solo”. Cuando llegó la etapa escolar, fui a un colegio gigante, lleno de escaleras y rampas. Y todas las horas, cuando sonaba el timbre, había que cambiar de aula, para mí era un drama. Esta posición de mis padres de “mezclarme” hizo que hoy sea lo que soy.
El día que Jean Maggi se subió por primera vez a una bicicleta adaptada.
N.G. Hoy en día hay mucho más conciencia y concientización sobre el bullying. ¿Es una experiencia que has tenido que atravesar durante tu juventud?
J.M. - El bullying generalmente se da entre entre pares, chicos con chicos, compañeros de trabajo. En cambio, lo que yo vivía en mi niñez y adolescencia era la mirada de la gente mayor hacia uno. “Pobrecito el nene”, “pobrecito no puede jugar al fútbol”, “mirá las patitas que tiene”. Eso de asumir que una persona con discapacidad es un “pobrecito”. Un poco, todo lo que yo hago hoy es para desterrar eso. Desde la fundación entregamos bicicletas adaptadas, pero el trabajo final es ampliar el concepto de discapacidad. La discapacidad no define a una persona. Yo hacía un cumpleaños de 8 o 9 años y no iba nadie. Esos no son los chicos, son los padres. Creo que en esto no había maldad. En el ser humano hay como un temor a lo desconocido y como la discapacidad en ese momento se marginaba, no se hablaba, no se toca, no se mira…
“Tenía todo y no tenía capacidad de disfrutar nada de lo que tenía. El infarto me pegó un cachetazo.”
N.G. ¿Y cuando fuiste más grande lograste separarte de esa “mirada”?
J.M. - Lo peor que me pasó en esa etapa (universidad, trabajo) es creerme que era un pobrecito. Si bien siempre fui un tipo proactivo, no tenía resuelta mi felicidad. Entonces, anduve 37 años boyando por la vida. Iba al colegio, a la facultad, estudié ingeniería, trabajaba, hice mi empresa, puse un negocio de venta de computadoras, me casé, tuve hijos, tenía amigos, todo, pero no me encontraba a mí como persona. Choqué cuanta esquina me encontré y me infarté. Fumaba un montón de cigarrillos por día. Si iba a un asado me importaba qué tomábamos y qué comíamos; no me importaba quién iba. Pesaba casi 20 kilos más que ahora. Me infarté en un cierre de cuatrimestre de la empresa. Siempre me llevé la vida por delante para que la vida no me lleve por delante a mí, pero sin tener esto resuelto. Tenía todo y no tenía capacidad de disfrutar nada de lo que tenía. El infarto me pegó un cachetazo. O cambiaba o me moría.
N.G. ¿Cómo te repusiste a esa situación de la vida?
J.M. - Empecé haciendo una huerta en mi casa, que ahora retomé con la pandemia. Cocinaba, me había recluido en mi casa con vida saludable. Y un día, volviendo de comprar el pan, pensé “no puedo estar haciendo esta vida de persona mayor o jubilado con 37 años”. Llamé a un amigo mío que es deportista de alto rendimiento, le dije necesito que me des una mano, necesito empezar a entrenar. El tema era cómo recuperar el corazón tras un infarto en una persona con discapacidad.
Primero, me sentó con unos guates de BOX. A los 15 días me dijo esto es insostenible en el tiempo, ni para vos ni par a mí. Y agregó: vi unas bicicletas con sillas de ruedas. A los tres meses me llegó una bicicleta adaptada desde Houston. Y, una vez que me subí a la bici, dije: “Vamos a correr la maratón de Nueva York”.
“Siento que me da una capa de superhéroe y que lo puedo todo arriba de la bici. Y siento libertad, esa libertad que nunca sentí tener antes.”
N.G. ¿Qué fue lo que sentiste en ese momento?
J.M. - Siento que me da una capa de superhéroe y me siento que lo puedo todo arriba de la bici. Y siento libertad, esa libertad que nunca sentí tener antes. Mi primera maratón la corrí a los 40 años. Entre medio estuve con un proceso de ir a la clínica, de estar en casa, de empezar a socializar, etc. Un año antes de la maratón de Nueva York empecé a entrenar con muchos cuidados médicos. Comencé a bajar de peso.
N.G. ¿Cómo cambió tu vida?
J.M. – Si agarras mi vida previa al infarto y post infarto, somos dos personas distintas. Hasta los amigos cambiaron. Empecé a relacionarme con deportistas, ciclistas, etc. En junio de 2003 corrimos la maratón de Rosario (Santa Fe, Argentina) como preparación y, meses más tarde, cuando crucé la meta del Central Park dije “esto es lo mío”. Si pude hacer los 42 kilómetros de Nueva York, puedo empezar a jugar al básquet. Y empecé a jugar al básquet en silla… Al tenis, al golf… Comencé a hacer todo lo que no había hecho en mi vida. Las cosas que hacían mis compañeros de chicos, la empecé a hacer en ese momento.
Jean Maggi junto a su esposa e hijos.
N.G. ¿Cómo repercutió este cambio en tu familia y círculo íntimo?
J.M. – Mi familia pensó que estaba loco. A decir verdad, cuando se los dije creo que nadie creyó en el proyecto de la maratón de Nueva York. A medida que yo iba aumentando mi desafío, era como que mi voz se alzaba en términos de mi mensaje de discapacidad. Entonces fue creciendo en paralelo, lo que iba haciendo como deportista, con el mensaje que tenía para dar. Cada vez quería ir por más.
N.G. Y así surgió la idea de subir al Himalaya…
J.M. – Lo del Himalaya surgió a partir de un chico ciego que conocí en el Festival de Cine de Alta Montaña (BANFF). Él había bajado en kayak por Aguas Blancas (Salta, Argentina). Me dijo que quería hacer un documental conmigo en Corona del Inca (La Rioja, Argentina) que está a unos 5.400 metros de altura sobre el nivel del mar. Le dije que me interesaba, pero que para hacer ese esfuerzo por qué no buscábamos el paso más alto del planeta (imaginaba que no podía ser mucho más alto). Efectivamente, estaba a 5.600 en el Himalaya. Pero la altura era un tema, así que probamos en Pircas Negras (Paso Internacional entre Chile y Argentina) y me puse a entrenar. Fueron unos 109 días de entrenamiento. Yo llegué al Himalaya porque hice los deberes, no porque tenga una condición especial. Es tener conducta y ser constante. El deporte es mágico. Dentro de lo que tiene es que te ordena. Para correr una maratón o para ir al Himalaya necesitas una planificación y poder cumplir esa planificación.
En 2015, Jean Maggi llegó al Himalaya. Alcanzó los 5.600 metros sobre el nivel del mar con su bicicleta adaptada en Khardung La, India.
N.G. ¿Qué te dejó esa experiencia?
J.M. – La experiencia del Himalaya es única e irrepetible, no vuelvo ni loco. Disfruto hoy por lo que fue, pero la pasé bravo. Uno puede preparar todo y cuando llegas al Himalaya te das cuenta que no preparaste absolutamente nada. Estaba súper preparado físicamente y con mi equipo. Pero, cuando llegas allá, te das cuenta que te cortas un dedo y estás en la nada misma. Estás once días en la montaña, con gente que no conoces porque es un grupo que se armó para ir ahí, las personas que filmaban, los sherpas que te acompañan… Hay que convivir once días agotado con gente tan distinta. Me levantaba todos los días, meditaba media hora antes de arrancar la jornada, pedaleaba 12 horas por día, a un ritmo muy lento. Paraba cuatro o cinco horas antes del objetivo para comer y poder hacer la digestión en movimiento lo que me resultaba más fácil que hacerlo de manera estática. A eso súmale las amplitudes térmicas, el cambio de alimentación y el tipo de agua, porque por más que tomes agua envasada tiene una bacteria a la que ellos están acostumbrados, pero nosotros no.
Luego de la hazaña del Himalaya, en 2016, creó en su Córdoba natal la fundación Jean Maggi. Fue creada para contribuir y ayudar a jóvenes con discapacidad a través de una fábrica que produce localmente bicicletas adaptadas.
N.G. Pero gracias a esa travesía también surgió la fundación Jean Maggi…
J.M. – Lo del Himalaya tuvo mucha repercusión mediática en Argentina, Chile, Uruguay, Estados Unidos y algo en España. Nadie lo había hecho antes. Las empresas me empezaron a llamar para dar charlas. Me daba cosa cobrar porque yo no era orador, pero tampoco quería ir gratis. Entonces decía bueno voy, pero le compramos una silla a un chico con discapacidad a cambio. Y empecé a cambiar charlas por bicicletas. En un momento empezó a crecer y crecer… Una vez fuimos a San Juan y conseguimos un donante de 50 bicicletas. Teníamos quien hiciera la atribución, pero no las bicicletas, entonces ahí se nos ocurrió poner una fábrica. Creamos una empresa de bicicletas que la manejan solamente personas con discapacidad. Durante la pandemia produjeron unas 200 bicicletas que ya entregamos. La idea no es que la fundación tenga una fábrica, sino que ellos en algún momento puedan funcionar solos. Hoy los estamos acompañado con la compra de maquinaria y la formación. Era gente que estaba marginada por su discapacidad.
N.G. Luego también realizaste el cruce de la Cordillera de los Andes, ¿cómo fue eso?
J.M. – El cruce de los Andes fue dos años después del Himalaya de la mano de Gustavo Zerbino, sobreviviente de la tragedia de los Andes (vuelo en el que viajaba un grupo de rugby y que tuvo un accidente en el lugar). Lo hice con él porque habíamos ido al lugar del accidente a caballo. Y lo contacté para cruzar los Andes juntos. Y cruzamos por el paso que los rescataron a ellos.
Después se me ocurrió la idea de andar a caballo. En realidad, fue un pedido de mi hijo que quería que intentara. Yo tenía terror a los caballos. Me subí y también me sentí súper seguro. Le dije: “¿Querías andar a caballo? Bueno, ahora vamos a cruzar los Andes”. Y empezamos a entrenar. Luego, con mi hija más chica, que en ese momento tenía 8 años, fuimos a un club de salto. Era muy gracioso porque competíamos en la misma categoría. Yo saltaba hasta 60 centímetros porque no me paro, sino le caballo sufre mucho. No nos dio para cruzar los Andes porque el trayecto a caballo es muy corto, pero llegamos hasta la zona del accidente de los Andes. Y a los seis meses fuimos a cruzar la cordillera.
Jean Maggi también visitó el Valle de las Lágrimas a caballo, sitio donde cayó el avión de la tragedia acontecida en Los Andes en 1972. Y luego realizó el cruce de la cordillera.
N.G. Así y todo seguís sumando desafíos. El próximo, nada menos que viajar al espacio.
J.M. – Hace unos años me puse a seguir a las compañías que buscan llevar civiles al espacio. No me daban mucha bola hasta que les acerqué materiales sobre lo que había hecho en el Himalaya. Hay distintos tipos de travesía. Hay viajes orbitales (orbita la Tierra) y suborbitales (en estos salís al espacio, estás unos minutos y volvés). Lo complicado de esta experiencia tiene que ver con la uerza G, que es la fuerza que ejerce la Tierra sobre los cuerpos. Cuando te alejas rápido de la Tierra, esta intenta “retenerte”. A medida que te vas para afuera, se necesita más Fuerza G. Entonces, esa fuerza empieza a equivaler a dos o tres veces el peso de tu cuerpo. Se necesitarían unos 3 G para salir de la Tierra (en mi caso serían unos 180 kilogramos, peso 60 kg), y para entrar unos 4G. Depende dónde te pega la Fuerza G, la sangre pesa tres veces más y se va para abajo. Te puedes quedar sin sangre en el cerebro y desmayarte. Para eso hay que fortalecer toda la parte media inferior y contraer. A comienzos de este año hice unas pruebas en un jet L 39 en Estados Unidos.
Jean Maggi en las puertas de NASTA Center, donde se graduó de astronauta civil.
J.M. – La gran duda de todas las empresas que piensan realizar estos viajes, y en particular para mí por mi discapacidad, es que al tener paralizada la parte de abajo, si tengo la suficiente fuerza para presionar para llevar la sangre arriba. El 13 de abril fui a NASTAR Center, donde te meten en un centrifugador y te empiezan a dar vueltas. Te paran en un momento y te preguntan dónde estás. Es para chequear la orientación y es la prueba determinante que te da el apto físico.
N.G. Después de haber realizado un cambio tan rotundo en tu vida y alcanzado tantos sueños, ¿qué le dirías a alguien que vive con una discapacidad?
J.M. – Que hagan deporte y que se animen a soñar. No hace falta comprarse la última bicicleta, ni ganar la maratón de Nueva York, pero tampoco quedarse en el lugar de “pobrecito”. En el medio, siempre hay un camino. Hay que ponerle pasión, dedicación y esfuerzo. Como digo siempre, y esto corre para todos y en la vida en general: hay que hacer lo difícil e intentar lo imposible.