#NGXplorers: Maritza Morales
Educadora mexicana
¿Cómo elegiste comenzar a trabajar con niños?
Yo siento que todos, desde que nacemos, tenemos una conexión con la naturaleza. No es que yo haya elegido trabajar con los niños. Siendo que, desde niña, a los diez años tuve oportunidad de lanzar este movimiento que se llama HUNAB (Humanidad unida a la Naturaleza en Armonía por el Bienestar, la Bondad y la Belleza), descubrí cómo el Medio Ambiente era un tema poco conocido y poco valorado. A la par de mis estudios, seguí trabajando con la organización. Y ya ahora somos una institución sin fines de lucro que nos dedicamos a empoderar y apoyar los proyectos de otros niños y niñas que también quieren ser exploradores de nuestra Abuelita Tierra.
¿A qué te hubieras dedicado de no haber sido exploradora o educadora?
Lo primero que nos sorprendió cuando National Geographic nos nombró exploradores -y digo nos nombró, porque hay una persona de frente, pero siempre esto es un trabajo de equipo-, es que cuando se habla de ellos se piensa en personas que atraviesan el Ártico o la selva y descubren nuevas especies. Y, en mi caso, como alguien que se dedica a la Educación Ambiental de Excelencia, pensaba por qué un nombramiento así. Y pronto descubrimos que la forma en la que estamos innovando y cómo somos pioneros en el tema, nos permite recibir ese nombramiento como exploradores. Siento que no cambiaría a lo que me estoy dedicando; es algo que disfruto mucho. Puedo crear juegos, metodologías y, al mismo tiempo, convivir con los niños.
¿Recuerdas alguna anécdota destacada de tu trabajo?
La primera vez que pudimos llevar el proyecto fuera de nuestro país (nosotros estamos en México y logramos replicarlo en Laguna Blanca, Paraguay) me sorprendió cómo los niños de estas comunidades convivieron con niños de la organización que viajaron como instructores ambientales. Y a pesar de que los niños en el lugar hablaban guaraní y nuestros chicos en español, pudieron convivir y entenderse. Eso es lo que me llena de fortaleza y de energía para continuar trabajando: el ver cómo los niños, en sus corazones, guardan esta honestidad y esta confianza por conservar el planeta. Y siempre me sorprende cómo, a pesar de las nacionalidades, siempre llegan a comprenderse. Los niños hablan un idioma que va más allá de lo que los adultos hemos olvidado.
¿Cómo ves la realidad medioambiental dentro de 20 años?
Siento que hay dos opciones. La primera es seguir en nuestra indiferencia, en nuestra zona de confort y que las cosas sigan sucediendo como hasta ahora. La otra es voltear a ver a los proyectos que están mostrando ser exitosos, apoyar a los exploradores comprometidos con inspirar estos cambios en nuestras comunidades y, entonces, si dar pie a la nueva generación de exploradores.
¿Cómo te ves a ti y a tu proyecto dentro de 20 años?
Mi intención es poder consolidar la construcción de Ceiba Pentandra, el primer centro de Excelencia en Educación Ambiental, que actualmente atiende a más de cinco mil estudiantes por año, y eso que tenemos solo el 45% de las instalaciones construidas. Y no solo estar en Yucatán, sino también llegar a otros lugares de mi país y del mundo. La base del desarrollo económico y de cualquier cultura depende de la salud de nuestros recursos naturales. Desgraciadamente, en nuestro planeta, no existe la educación ambiental. Existe la difusión, pero no es lo mismo. Mi intención es poder marcar esa pauta. Que las próximas generaciones, sin importar a qué se van a dedicar (si van a hacer ingenieros, arquitectos, artistas), tienen la obligación de tener conocimiento sobre el Medio Ambiente.
¿Cómo inició tu vocación por los niños y el Medio Ambiente?
A los 10 años de edad comencé a darme cuenta que los niños teníamos (y siguen teniendo) la capacidad de marcar la pauta y el rumbo a seguir. Se puede depositar la confianza y credibilidad en ellos.
¿Por qué es importante que ellos tengan esta conciencia ambiental y cuál es su respuesta?
Ellos son los que, a su vez, enseñan a otros niños y comparten su conocimiento. La respuesta que yo he visto en los niños es que adquieren más conocimiento sobre la Abuela Tierra. Y es algo controversial porque no se logran explicar en qué momento los seres humanos hemos perdido esa conexión con la naturaleza, por qué se siguen tomando decisiones que afectan a la salud de nuestra Abuelita Tierra. Pero lo que más me ha impresionado es cómo ellos van cambiando su comportamiento, sus estilos de vida y convencen a sus familias para que también cambien. Acciones tan sencillas como salvar a una araña, cambia completamente la actitud de los niños. Estamos sembrando en los niños la cultura de la paz, la cultura del respeto y del amor a la vida.
*Producción: Mariel Castro y Guadalupe Bengochea.