Bolivia: Adéntrate en la Festividad de las Ñatitas
Estas calaveras, que se considera que tienen poderes protectores, son veneradas durante todo el año y en el Día de las Ñatitas, todos los 8 de noviembre.
Los sepultureros bolivianos exhuman calaveras humanas de las fosas comunes en el Cementerio General de La Paz (actualmente en expansión) para prepararse para la fiesta que se realizará mañana. Las palas atraviesan el suelo agrio hasta el inconfundible tintineo del metal contra el hueso, luego, alzan las caras embarradas para formarlas en una plataforma de piedra. La multitud reunida bajo la lluvia ofrece hojas de coca, gaseosa de neón y pizcas de alcohol a cada cráneo antes de colocar cigarrillos encendidos en sus bocas en descomposición y cubrirlos con coronas de flores. A medida que el sol de altura aparece, el sacerdote se hace presente para usar sus vestiduras y dar una bendición sobre las velas que sobresalen del piso.
A la mañana siguiente, miles de devotos llevan sus propias calaveras en cajas desde los santuarios de sus casas al cementerio para el Día de las Ñatitas, diminutivo para estas veneradas calaveras que literalmente significa “con hocico de pug”, y luego rezan, cantan y bailan por las calles de la ciudad. Observado por el segundo grupo indígena más grande del país, el Aymara, el masivo festival anual del 8 de noviembre combina el catolicismo con creencias incaicas precoloniales para agradecer a los espíritus que ocupan las ñatitas, que fueron enterradas o exhibidas durante todo el año.
“No importa dónde estés, piensas en [las ñatitas] y pides por cualquier cosa que desees y necesites: tener un buen desempeño en tus estudios, por salud y protección”, explica la participante Lais Mejia A. Muchas personas consideran que tener una ñatita en casa ofrece una gran ventaja, ya que se cree que los muertos tienen poderes para influenciar en todos los aspectos de la vida, como en el amor, el dinero, los negocios y la seguridad.
Tal vez nadie tenga más de esta seguridad en su casa que Elizabeth “Eli” Portugal Coronez de Aduviri, apodada la “Reina” del cementerio cercano. Setenta y tres ñatitas, que usan sombreros de punto con sus nombres bordados en ellos, ocupan un lugar privilegiado en una habitación especial. Los rayos del sol alpino se asoman a través de los espacios en el techo corrugado. Acomodadas en filas sobre estanterías de metal, las calaveras miran hacia atrás en los bancos de madera utilitarios alrededor de los galardones de los medios de comunicación locales, un santuario para el Santo Bombori y floreros en el piso, de los cuales un perro intenta beber antes de ser ahuyentado. Las velas de pastel y las pilas de cigarrillos están listas para la ofrenda. Eli se ocupa de estas calaveras como si fueran miembros de su familia.
A los siete años, cuando Eli comenzó a fumar, un maestro se dio cuenta de que podía predecir el futuro en las cenizas ardientes. Su conexión con el reino espiritual se ha desarrollado con mayor fuerza desde ese momento.
Todos los primeros lunes de cada mes, Eli afirma que sueña que los inmortales la llaman al cementerio. Acude a ellos, señala, y a veces se despierta con olor a alcohol. “Mi alma sale de mí. No es que siento que muero, pero soy parte de ellos”.
La mujer de 51 años de edad ahora se ocupa de las ñatitas huérfanas de la comunidad por aquellas personas que viajan o que no pueden cumplir con las exigencias.
“Es muy importante porque tengo esta conexión con ellas”, señala Eli acerca del Día de las Ñatitas. “En este día, es un recordatorio de que tengo una experiencia extracorporal. Estoy agradecida a Dios por tener este don”.
Fuente de poder
Nutrir el lazo con el mundo espiritual da sus frutos: recientemente, en un sueño, una de las 73 ñatitas de Eli reveló el culpable de un robo. De acuerdo con el periódico del país Página Siete, cinco calaveras también se instalaron en la unidad de investigaciones de la policía de El Alto, el vecindario que posa sobre el cementerio, y ayudaron a resolver un caso de homicidio el año pasado.
Es posible que la creencia andina de que las cabezas transmiten sabiduría y fuerza para enfrentar los problemas se haya originado en el legendario imperio preincaico de Tiwanaku, que tiene su epicentro en esta parte de Bolivia. Los rastros de estas tradiciones ancestrales están en todos lados. Las caras de piedra de alrededor del 300 E.C. adornan las paredes de arenisca del templo semisubterráneo cerca de las costas sagradas del lago Titicaca en el altiplano, altiplano en los Andes donde se originó Aymara. Las esculturas de guerreros con cabeza de puma sostienen un cuchillo en una mano y una cabeza humana cortada en la otra.
De acuerdo con el antropólogo Milton Eyzaguirre, cuya investigación se enfoca en el concepto andino de morir, existe un claro razonamiento detrás de la costumbre. “Una vez que tienes la cabeza de tu enemigo, tienes su poder”, menciona Eyzaguirre, al explicar la iconografía desde atrás de su escritorio en su desordenada oficina en el Museo Nacional de Etnografía y Folklore. “Podemos observar en telas o cerámicas que solíamos tener estos cazadores de cabezas”. A pesar de que las calaveras han sido veneradas por mucho tiempo en esta región, el comienzo exacto de la celebración actual no está claro. “Lamentablemente, no hay información compleja sobre [el Día de las Ñatitas]”, continúa Eyzaguirre, quien escribió el libro sobre las ñatitas. Relaciona la práctica prehispánica con el ciclo de las estaciones.
Cerca del momento de la plantación de otoño, el pueblo Aymara, sometido al gobierno incaico después de la caída del imperio Tihuanaco, recurría a Supay, el dios de la muerte y el gobernante de Ukhu Pacha, el inframundo incaico, y esparcía alcohol sobre los campos “para dar más fertilidad a la tierra y a los seres humanos y para ser más productivos en la explotación minera”. Cuando llegaron en el siglo XVI, los españoles intentaron eliminar estas prácticas que consideraban una veneración al diablo. La expresión de las creencias persistió, pero de manera oculta. En la década de 1970, muchos granjeros se trasladaron desde las áreas rurales a La Paz para buscar trabajo, y los rituales se hicieron más públicos.
La celebración de estos rituales comienza el primer y segundo día de noviembre con el Día de los Muertos, que venera el regreso de los antepasados a la Tierra, luego continúa a fin de la semana, al recordar a los espíritus olvidados que ocupan las calaveras con identidades únicas en el Día de las Ñatitas. Durante la cosecha de primavera en Bolivia, las celebraciones de carnaval que duran todo un mes terminan con el entierro simbólico de un amado personaje pícaro que transmite alegría, Pepino.
Desenterrar sepulturas o mantener calaveras en la sala de estar podría parecer macabro para algunas culturas. En lugar de miedo, los Aymara afrontan la mortalidad con música y bailes folclóricos alegres en el Día de las Ñatitas. A pesar de que las prácticas se convirtieron en negocios comercializados en los últimos años, Eyzaguirre afirma: “Para el pueblo Aymara, la muerte significa vida”.
Negocio espiritual
Después de una experiencia cercana a la muerte, en la que fue golpeado por un rayo a los nueve años, Kevin Juan Siñani Catacora se despertó con una cicatriz en su espalda y el poder de predecir el futuro. “Las personas me conocen como clarividente”. Por un atado de cigarrillos y 20 bolivianos (aproximadamente tres dólares estadounidenses), Kevin responde una pregunta: envuelve los cigarrillos en dos paquetes como dinamita, los enciende en el suelo y analiza cómo se consumen lentamente con experta concentración para ayudar a aquellos que necesitan asesoramiento comercial o legal. Kevin cobra un monto excesivo de 300 bolivianos (43 dólares estadounidenses, casi un quinto del salario mensual promedio en La Paz) para las ofrendas y oraciones a los difuntos enterrados en el Cementerio General.
En una cultura que desea comunicarse con los difuntos, las posibilidades comerciales prosperan para líderes espirituales, como Kevin, Eli y los yatiri, o médicos brujos de Aymara que intentan comunicarse con otra dimensión. Pero el cementerio de la ciudad se enfrenta a un factor restrictivo real: el espacio. Los pasillos se extienden sin fin con tumbas apiladas de cuatro a siete en altura en función de cuánto pague una familia.
“Alrededor de 15 mil personas mueren en La Paz por año. [Tenemos capacidad para] un tercio”. Otros usan espacios privados o ilegales, explica el Director del Cementerio General, Ariel Conitzer, en su oficina con vista a un grupo de visitantes cantando oraciones o haciendo un picnic en compañía de los difuntos.
Las tumbas se alquilan, pero después de un período de tiempo fijo, los cadáveres se reubican en un cajón más pequeño. “En cierto punto, doblan el cuerpo”, explica Conitzer.
Cuando las generaciones futuras dejan de pagar, se quitan los restos, se incineran y se arrojan a una fosa común, como uno de los tantos desentierros para el Día de las Ñatitas. Los trabajadores del cementerio pueden negociar las calaveras durante esta transición. Otras ñatitas, como en la casa de la lugareña Angela Vargas, se compran a una escuela de medicina. Pocas personas conservan el cráneo de un familiar, como una mujer que prefiere que la llamen Carmen por miedo a que su familia (viva) descubra que interceptó el paso de los sepultureros. Ahora visita la calavera de su hermano en la estantería de Eli.
Sin embargo, al ser parte de la vida diaria de las familias Aymara, estas ñatitas reciben el agradecimiento de miles de personas en la celebración anual. Otros permanecen escépticos: “La Iglesia me ha pedido que limite su participación. Dije que hagan lo que suelen hacer”. Después de todo, Conitzer concluye, “Son solo calaveras”.
La vida y la muerte
En el Día de las Ñatitas, los santos de la Iglesia del Cementerio General están cubiertos con lonas azules, que cubren sus ojos endurecidos de la multitud que irrumpe por las puertas. Los fieles cargan cajas de madera y de vidrio que llevan santuarios a las ñatitas arregladas para el día especial: cigarrillos que cuelgan de las mandíbulas, anteojos o bolitas de algodón que protegen las cavidades de los ojos y coronas de flores que están sobre los cráneos, a quienes se les reza en el centro de la iglesia.
El grupo de Kevin coloca serpentina y globos color púrpura sobre el sitio de la tumba volcada. Las familias extienden las mantas de picnic para compartir una comida al lado de los homenajeados. Al mediodía, los amigos de Eli comienzan a bailar usando un vestuario con plumas y lentejuelas. Su procesión invade las calles, haciendo piruetas y bebiendo entre el tránsito, llevando a los miembros de la familia petrificados a festejar hasta tarde en la noche. Mientras tanto, los sepultureros regresan los cráneos y colocan sus mantas de flores en la sepultura comunal hasta el próximo año.
En representación de la Bolivia moderna, el Día de las Ñatitas combina las creencias indígenas y del catolicismo para agradecer a los espíritus que habitan en las calaveras por su protección. Aunque el lazo entre los vivos y los muertos permanece intacto durante todo el año. Tal como concluye Kevin: “Morir es simplemente terminar lo que supuestamente debes hacer en este mundo”.