Vea fotografías tomadas en visitas ilegales a la Zona Muerta de Chernóbil
Un grupo de autoproclamados “stalkers” hace viajes ilegales a la ciudad radioactiva abandonada.
Se estima que 200 toneladas de material radioactivo supuran bajo la estructura de contención de acero en el interior de Chernóbil, el lugar donde ocurrió la peor catástrofe nuclear de la historia. Sin peso, sin olor e invisible al ojo humano, se ha filtrado en el suelo y ha barrido el angustiado paisaje.
Actualmente, el radio de 30 kilómetros alrededor de la zona más contaminada (la zona de exclusión) es un mausoleo de la locura tecnológica del hombre. Su ruina se ha convertido en un símbolo de los ideales utópicos fracasados de la Unión Soviética, en una advertencia sobre la capacidad de la humanidad para causar estragos ecológicos y en un recordatorio de nuestra fragilidad y nuestra resistencia.
Durante la última década, un número cada vez mayor de los autoproclamados “stalkers” (acechadores) entran en la zona de manera ilegal. Ocultos por la oscuridad y el camuflaje, recorren kilómetros de bosques irradiados, duermen en aldeas abandonadas y contemplan cómo se despliega el amanecer sobre los tejados barrocos desmoronados de la época de Brezhnev, en la ciudad de Prípiat.
“Te sientes como si fueras la última persona de la Tierra”, comenta Eugene Knyazev, quien calcula que en el transcurso de 50 viajes ha pasado un año de su vida en la zona de exclusión. “Deambulas por caminos, ciudades, pueblos vacíos. Es una sensación mágica”, agrega.
El viajero posnuclear
El término “stalker” proviene de la novela de ciencia ficción de 1971 de Arkady y Boris Strugatsky, Picnic extraterrestre, en la que los invasores alienígenas han dejado basura peligrosa en áreas conocidas como zonas. Los “stalkers” se infiltran en estas zonas extremadamente reguladas para robar objetos y venderlos en el mercado negro. Más adelante, la historia se adaptó para la película de Andrei Tarkovsky, Stalker (La Zona, para países de habla hispana).
El libro de los hermanos Strugatsky, publicado 15 años antes del desastre de Chernóbil, demostró ser profético.
El 26 de abril de 1986, una serie de errores en la central eléctrica de Chernóbil desató el peor desastre nuclear de la historia (solo Fukushima comparte su clasificación de 7, el nivel máximo). Una explosión en el reactor número cuatro liberó una nube de polvo radioactivo que envenenó millones de acres en Ucrania, Bielorrusia y Rusia, y obligó a evacuar a casi cien mil personas. Además de las víctimas humanas, las consecuencias económicas y políticas fueron profundas y duraderas.
Inspirada por los recuerdos de Chernóbil (reales e imaginados) surgió una nueva subcultura. Grupos organizados con nombres, símbolos y rituales comenzaron a entrar en la zona de manera ilegal.
“[Los “stalkers”] ven su afición como una forma de escapar de un mundo excesivamente regulado: una forma de huir hacia otra realidad en la que pueden entender y contemplar los fragmentos del derrumbe de una sociedad. Muchos de estos lugares, incluida la zona, están cercados por un perímetro, y existen implicaciones políticas a la hora de traspasarlo, más allá de la pura emoción de lo prohibido”, comenta Stuart Lindsay, un investigador de Chernóbil de la University of Stirling (Universidad de Stirling).
Los “stalkers” se ven a ellos mismos como estudiantes de historia y documentalistas que evitan que el recuerdo de Chernóbil caiga en el olvido y al mismo tiempo se liberan de la eterna prisa de la ciudad.
“Visitas uno de los mayores museos de la vida soviética y literalmente puedes tocar la historia”, expresa Alexander Sherekh, físico que ha hecho este viaje 11 veces. “Escapas de la semana laboral de 40 horas, de la vida dentro de una caja de hormigón, y entras en un mundo totalmente diferente. En lugar de los problemas de la sociedad y de la ubicuidad de los teléfonos inteligentes y las redes sociales, es una oportunidad de estar solo contigo mismo”.
Ciberespacio frente a la realidad
El videojuego ucraniano S.T.A.L.K.E.R., un videojuego en primera persona ambientado en la zona de exclusión, se lanzó en 2007 y ha ejercido mucha influencia en el movimiento.
“Nunca alentamos a los jugadores a visitarla de manera ilegal, hay que distinguir entre el mundo virtual del juego y el mundo real”, explica Oleg Yavorsky, uno de los creadores del juego. “Es obvio que el deseo de verla con sus propios ojos ha sido muy fuerte”.
Los críticos del videojuego y del movimiento “stalker” argumentan que se trata de una autocomplacencia juvenil: la reducción de una tragedia real al entretenimiento posapocalíptico de ciencia ficción. La realidad podría tener más matices.
“Muchos de los sobrevivientes originales sintieron que los extranjeros, principalmente los medios occidentales, los veían como animales o fenómenos de circo”, afirma Lindsay. La segunda generación de sobrevivientes (más numerosos y ampliamente establecidos que los liquidadores iniciales) sufre ahora sus propios problemas de salud relacionados con Chernóbil. A mi parecer, las personas mayores sienten satisfacción al dejar que los más jóvenes se acerquen a la zona usando las herramientas de su época”.
La mayoría de los “stalkers” están de acuerdo con que tienen un vínculo significativo con el lugar y, lo que algunos consideran como explotación, para ellos es un homenaje.
“[El propósito de] S.T.A.L.K.E.R. era advertir a la humanidad sobre los peligros de jugar con fuerzas de la naturaleza desconocidas”, explica Yavorsky. “Al mismo tiempo, el juego tenía el objetivo de despertar el interés por la historia en un público joven. Esperamos que se recuerde la lección del accidente de Chernóbil, así como las acciones de las personas que dieron sus vidas para salvarnos a todos de las secuelas nucleares”.
"Sin dosímetro no hay radiación"
Tres décadas después del apresurado abandono de la ciudad, la exuberante vegetación domina las ruinas, y la fauna salvaje deambula en libertad. Aunque los bajos niveles de radioactividad de fondo hacen que sea relativamente seguro que los turistas visiten rutas aprobadas, los “stalkers” son famosos por sus estándares de seguridad poco estrictos: beben agua no filtrada, consumen bayas y manipulan objetos contaminados.
De hecho, un proverbio de los stalkers es “sin dosímetro, no hay radiación”.
Científicos como Vadim Chumak, director del Department of Dosimetry and Radiation Hygiene (Departamento de Dosimetría e Higiene de Radiación) del National Research Center for Radiation Medicine (Centro Nacional de Investigación para la Medicina de Radiación) desafían esta idea. “Los ‘stalkers’ pertenecen a la misma categoría de los seres humanos que practican salto base y que nadan con tiburones; este tipo de persona es adicta a la adrenalina y le atrae cualquier tipo de riesgo o peligro”, comenta. “Como la radiación no tiene olor ni sabor, evolutivamente no tenemos sensores biológicos integrados para detectarla. Como resultado, la sensación de riesgo asociada con la radiación ionizante es naturalmente tendenciosa. Si una persona que practica salto base se estrella contra el suelo, la consecuencia es bastante definitiva. Si se desarrolla un cáncer 15 años después de la exposición, es menos obvia”, comenta.
Aunque los niveles de radiación sean razonablemente bajos, las estructuras inestables, las fosas ocultas, los ríos y lagos, y los animales salvajes pueden representar una amenaza incluso mayor, según Chumak.
Pese a la indiferencia por su propia salud, los “stalkers” reconocen el riesgo de contaminación dentro de su comunidad. “Lo más absurdo en la zona es el hombre y su afán de lucro”, comenta Knyazev. “La gente vende como materia prima el metal contaminado de los cementerios de tecnología radioactiva y la madera que saca del bosque. Es una amenaza de cáncer para aquellos que entren en contacto con estos materiales. Al fin y al cabo, puedes hacer cunas con la madera y juguetes con el hierro”.
Hasta 2017, había 448 reactores nucleares operativos a nivel mundial y casi 60 en construcción.
*Artículo originalmente publicado el 22 de diciembre de 2017.