A 75 años de la rendición del régimen nazi, todos los bandos concuerdan: la guerra es un infierno

Los veteranos y sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial marcan el 75° aniversario del Día de la Victoria en Europa y tienen la misma opinión sobre el sufrimiento que vivieron y lo que les ocasionó.

Por Lynne Olson
Publicado 7 may 2020, 10:48 GMT-3
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Apresurándose para reclamar Berlín, su premio, los soldados soviéticos corren por las calles de la condenada capital alemana en abril de 1945. Para ese entonces, la ciudad estaba en ruinas por el bombardeo de los aliados, y el Tercer Reich de Hitler estaba desmoronándose. Las fuerzas alemanas se rindieron el 7 de mayo; el día siguiente fue declarado el Día de la Victoria en Europa.

Fotografía de DPA Picture Allliance/Getty Images
 

Hace setenta y cinco años, la guerra más extensa, destructiva y letal de la historia llegaba a su fin. La Segunda Guerra Mundial estuvo a la altura de su nombre. Fue un conflicto global verdadero que enfrentó a los aliados— Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña, China y otros pequeños países— contra Alemania, Japón, Italia y otras pocas naciones del eje. Alrededor de 70 millones de hombres y mujeres prestaron servicio en las Fuerzas Armadas y fueron parte de la movilización militar más grande de la historia. Sin embargo, la población civil fue la que más sufrió y más murió. De las 66 millones de personas que se estima murieron, casi el 70 por ciento— alrededor de 46 millones— fueron civiles, entre ellos los seis millones de judíos asesinados durante el Holocausto. Más de diez millones más fueron arrancados de sus hogares y países, muchos de los cuales vivieron en campos de desplazados por años.

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El equipamiento y los suministros contaminan la isla de Iwo Jima, escenario de una de las batallas más sangrientas de la guerra en el Pacífico. Luego de cinco días de una lucha feroz, los marinos estadounidenses alzaron la bandera de su nación en la cima del monte Suribachi. Pero la batalla seguiría desatando su furia por tres semanas más, llevando a los curtidos guerreros a sus límites. Un veterano dijo: “Me encontré con marinos sentados en el suelo, tenían las manos cubriéndose la cara y sollozaban como niños”.

Fotografía de ARCHIVO DE HISTORIA UNIVERSAL/GETTY IMAGES

Las secuelas de la guerra fueron tan abrumadoras como su magnitud. Sentaron las bases para el mundo que hemos conocido por más de siete décadas, desde los comienzos de la era nuclear y la creación de Israel hasta el surgimiento de Estados Unidos y la Unión Soviética como las dos superpotencias del mundo enfrentadas. También desencadenó la formación de alianzas internacionales como las Naciones Unidas y la OTAN, todas creadas para evitar que un cataclismo similar ocurra nuevamente.

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    Fotografía de Robert Capa, Centro Internacional De Fotografía, fotos Magnum

    No obstante, con el paso del tiempo, la conciencia pública sobre la guerra y sus casi inconmensurables consecuencias se han desvanecido, convirtiéndolas en algo tan tenue como los tonos sepia de una vieja fotografía. Al mismo tiempo, cada vez hay menos testigos presenciales del hecho. Según las estadísticas gubernamentales de Estados Unidos, menos de 400.000 de los 16 millones de estadounidenses que prestaron servicio en la guerra— 2,5 por ciento— seguían vivos en 2019.

    Pero gracias a la predisposición para compartir sus historias de algunos de los últimos sobrevivientes, hemos obtenido un valioso regalo: la posibilidad de darle a la guerra un enfoque nítido nuevamente al verla a través de sus ojos. Sin acceso a internet o a otras formas de comunicación instantánea que tenemos hoy, la mayoría de estos hombres y mujeres sabían muy poco del mundo antes de la guerra más allá de sus comunidades. Al sacarlos de sus entornos familiares, se los expuso a una abrumadora variedad de experiencias nuevas y se los probó de maneras que antes eran inimaginables. Para muchos, los desafíos fueron emocionantes.

    Eso le sucedió a Betty Webb, quien fue reclutada para unirse a la supersecreta operación británica de descifrado de códigos en Bletchley Park. Webb fue una de las incontables mujeres cuyo trabajo fue fundamental para los esfuerzos bélicos de sus países y quienes, en el proceso, encontraron un sentido de valía personal e independencia que nunca antes habían conocido.

    Harry T. Stewart, Jr., nieto de 20 años de un hombre nacido en la esclavitud, se probó a sí mismo también. Stewart, neoyorquino que antes de la guerra no había manejado un vehículo jamás, se convirtió en piloto de caza de la famosa unidad de afroamericanos conocida como los Aviadores Tuskegee; voló en 43 misiones de combate y ganó la condecoración Cruz por Vuelo Distinguido.

    Estos triunfos son inspiradores y deberían celebrarse. No obstante, lo que predomina en las historias de los sobrevivientes son las tragedias vividas por muchos de ellos, tanto aliados como del eje. Sus relatos son prueba del auténtico infierno de la Segunda Guerra Mundial— la brutalidad, el sufrimiento y el terror vividos y ocasionados, por ambos bandos. El testimonio de Victor Gregg, soldado británico capturado por los alemanes, es particularmente aterrador. Su prisión fue destruida con el bombardeo incendiario de Dresde en febrero de 1945. 

    Gregg, quien presenció las ardientes muertes de civiles alemanes allí— alrededor de 25.000— se quedó con un sabor de culpa y vergüenza permanente. “Eran mujeres y niños”, dijo. “No podía creerlo. Supuestamente éramos los buenos”. Su historia, como muchas otras, debería permanecer como huella imborrable en nuestras mentes. 

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    Un soldado soviético caído sostiene una granada de mano mientras otro les apunta a los invasores alemanes durante la batalla de Stalingrado. La batalla— una de las más grandes y largas de la historia— duró 200 días y dejó la ciudad hecha escombros. Desde ese momento, comenzó a llamarse Volgogrado. Ambos bandos sufrieron pérdidas abrumadoras, pero las fuerzas soviéticas vencieron finalmente y destruyeron al 6º Ejército alemán cambiando el curso de la guerra en Europa.

    Fotografía de Roger-Viollet/Getty Images

    Lynne Olson es autora de “Isla de Última Esperanza: Gran Bretaña, Europa ocupada y la Hermandad que ayudó a cambiar el curso de la guerra (Last Hope Island: Britain, Occupied Europe, and the Brotherhood That Helped Turn the Tide of War). Este es su primer artículo para National Geographic.

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