La pérdida de ancianos por la COVID-19 pone en peligro a las lenguas indígenas de Brasil
"Nos preocupa mucho", señala un líder indígena. "Tienen mucho más por contar".
A los niños guaraní mbya, como Manuela Vidal, se les enseña su lengua y cultura en las escuelas públicas, pero la pandemia forzó el cierre de las mismas
Nota del editor: Este trabajo fue apoyado por el Fondo de Emergencia para Periodistas de National Geographic Society
Eliézer Puruborá, una de las últimas personas que creció hablando puruborá, murió de COVID-19 en Brasil a principios de este año. Su muerte, a los 92 años, debilitó el frágil dominio de la lengua que tiene su pueblo.
Las lenguas indígenas en Brasil han estado amenazadas desde la llegada al continente de los europeos. Solo 181 de las aproximadas 1500 lenguas que existieron alguna vez se siguen hablando hoy —en su mayoría, cada una con menos de unos mil hablantes. Algunos grupos indígenas —en especial aquellos con poblaciones más grandes, como los guaraní mbya— han logrado mantener su lengua madre. Pero las lenguas de los grupos más pequeños, como el puruborá, que hoy tiene solo 220 miembros, están al borde de la desaparición.
La pandemia está empeorando la endeble situación. Se calcula que hay más de 39.000 casos de coronavirus entre los indígenas brasileños, entre ellos seis en la comunidad puruborá, y hasta 877 muertes. El COVID-19 se está cobrando las vidas de los ancianos como Eliézer, que suelen ser los guardianes de las lenguas. El coronavirus también fuerza el aislamiento de los miembros de la comunidad, impide los eventos culturales que mantienen la lengua viva y debilita el lento progreso por preservarla.
El coronavirus amenaza las vidas de los ancianos como Hotencio Karai, de 107 años, que suelen ser los cuidadores de la lengua. Pero los adolescentes — como Richard Wera Mirim, de 17 años, y sus amigos— se aferran a la cultura rápidamente, señala Sonia Ara Mirim, líder de la comunidad. "El Nhandereko —el estilo de vida guaraní— está dentro nuestro", agrega. "Un niño puede pasar todo el día en el celular, la computadora o mirando televisión, pero no hay forma de sacar eso de adentro nuestro".
Para los puruborá, preservar su lengua y cultura ha sido una larga batalla. Hace más de un siglo, las recolectoras de caucho llegaron a sus tierras en el estado amazónico de Rondônia con el auspicio de los Servicios de protección indígena, una agencia federal que administra los asuntos indígenas. Pusieron a los hombres y niños indígenas a trabajar, entre ellos a Eliézer, para recolectar látex de los árboles de caucho y a las mujeres y niñas les repartieron cauchos no indígenas como premios. Solo se les permitía hablar en portugués.
"Todo lo relacionado con nuestra cultura estaba prohibido", cuenta Hozana Puruborá, quien se convirtió en líder de los puruborá luego de que su madre Emília muriera.
Emília era la prima de Eliézer; de niños, los primos, ambos huérfanos, se susurraban en puruborá cuando nadie los escuchaba. "Mantuvieron su lengua viva escondiéndola".
La comunidad celebra un cumpleaños en Guyra Pepó, una aldea en el interior donde 36 familias guaraníes se mudaron cuando se construyó una autopista en sus tierras en San Pablo.
En junio, los jóvenes guaraníes se unieron para luchar contra un incendio. "Este es nuestro trabajo", señala el maestro Anthony Karai. "Somos guardianes del bosque".
En 1949, los Servicios de protección indígena declararon que no había más indígenas en la región porque se habían "mezclado" y habían sido "civilizados". La lengua puruborá había desaparecido oficialmente.
Construyendo un archivo
No obstante, la lengua puruborá se negó a desaparecer. Fundaron Aperoi, la última aldea puruborá, una parcela de 25 hectáreas de tierra ancestral que les compraron a agricultores de soja y a ganaderos. No es lo suficientemente grande para toda su comunidad, así que Eliézer vivía cerca con su hija en el pueblo de Guajará Mirim.
El pueblo puruborá también comenzó a trabajar con la lingüista Ana Vilacy Galucio del museo paraense Emílio Goeldi, que alberga archivos permanentes de 80 lenguas indígenas de la Amazonía brasileña. Con la ayuda del pueblo, la lingüista quiso crear un archivo para la lengua puruborá también.
Cuando Galucio comenzó a visitarlos en 2001, había nueve ancianos puruborá, entre ellos Eliézer y Emília, y se los motivó para que hablaran su lengua nuevamente.
Muchos vivían lejos de Aperoi y no habían hablado puruborá en décadas. "No era solo que no podían hablarla", menciona. "No podían escucharla, no tenían contacto con su lengua".
Galucio los unió para hablar. Se pusieron auriculares y les hablaron a los micrófonos. Todo lo que decían se grababa para crear un archivo de audio de su lengua. Al principio, podían recordar solo unas palabras. Los nombres de los animales venían a la mente rápido; la gramática y las estructuras oracionales eran una lucha. Pero cuanto más hablaban entre ellos, más recordaban.
Los jóvenes residentes de la aldea Tekoa Pyau juegan un campeonato de fútbol que dura horas. Las tierras guaraníes se encuentran en el medio de San Pablo, y la ciudad, la más grande de Brasil, siempre va comiendo terreno.
Ahora, solo quedan dos ancianos que hablan semifluido, Paulo Aporete Filho y Nilo Puruborá. A sus noventa y pico, y con una salud deteriorada, ambos son altamente vulnerables al coronavirus. Ninguno vive en Aperoi y nadie puede visitarlos por la pandemia. A Hozana le preocupa que el COVID-19 se los lleve antes de que puedan compartir todo lo que saben.
"Todavía falta mucho del archivo", señala. "Nos preocupa mucho. Tienen mucho más por contar".
Un impulso inesperado
Más al sur, la pandemia también está golpeando a los guaraní mbya. Cientos de personas en las seis aldeas que componen su comunidad en San Pablo se han enfermado de COVID-19, entre ellos ancianos mayores de 100 años. Hasta ahora, nadie ha muerto.
Anthony Karai, de 21 años, enseña guaraní en línea desde su hogar en la aldea Tekoa Pyau. Las clases apuntan a estudiantes que no son indígenas y, con ellas, Karai recauda dinero para su comunidad.
Thiago Karaí Kekupe, un joven cacique guaraní mbya, lucha contra un incendio que la comunidad sospecha fue intencional.
Las escuelas primarias públicas de la comunidad, que enseñan la lengua y cultura guaraní, están cerradas; esto deja a los niños sin un importante medio de aprendizaje e intercambio. Muchas personas han perdido su trabajo.
Pero la lengua guaraní también ha recibido un impulso inesperado. Al llegar la pandemia, Anthony Karai, un joven líder indígena, comenzó a dar clases de lengua en línea con el fin de recaudar dinero para los miembros de la comunidad desempleados. Se dio cuenta de que podía dar clases a 100 estudiantes y, en dos horas, se inscribieron más de 300 personas.
Karai no quería rechazar a nadie, así que llamó a dos maestros de diferentes aldeas para que se ocuparan de los 200 estudiantes extra. Según él, enseñar guaraní no solo le da la oportunidad de mantener la lengua viva, sino también ayuda a que las personas no indígenas vean a su comunidad de una manera diferente.
A principios de 2020, cientos de árboles cercanos fueron talados para construir edificios de departamentos. Los miembros de la comunidad guaraní, con vestimenta tradicional, protestaron y lograron evitar una mayor destrucción.
"Cuando aprendes una lengua, no solo aprendes la lengua", señala Karai. "Tienes que aprender la cultura".
Lo contrario también es cierto: perder una lengua también implica perder una cultura; y eso es lo que le preocupa al maestro Mario Puruborá.
En Aperoi, como en las aldeas guaraní mbya, a los niños se les enseña puruborá en las escuelas públicas. No obstante, aún antes de la pandemia, las autoridades locales querían cerrar la escuela porque solo tenía unos pocos estudiantes.
Mario, que ha estado luchando para que las clases continúen, no habla puruborá fluido. Aprendió lo que sabe de las grabaciones de audio que hizo Galucio para el archivo del museo.
Sin tierras, es difícil continuar con la lengua y la cultura. En 2017, las familias guaraníes fundaron una nueva aldea en el interior del estado de San Pablo.
Antes de la pandemia, contaba con las visitas regulares a los ancianos que vivían fuera de la aldea, como Paulo y Nilo, para que le respondieran las preguntas que tenía sobre la lengua. El coronavirus hizo que esos viajes sean demasiado peligrosos y Mario teme que muchos detalles lingüísticos mueran con ellos.
Los puruborá están haciendo lo posible para salvaguardar a los miembros de su comunidad. Han pospuesto su asamblea anual y su festival cultural, donde comparten historias, cantan y organizan iniciativas para la conservación de la lengua. También han restringido los viajes no esenciales. Y dicen que, cuando la pandemia se atenúe finalmente, trabajarán para asegurar que la responsabilidad de conservar su cultura y lengua no recaiga solamente en sus frágiles ancianos.
"Muchas personas dicen que resurgimos, pero no me gusta ese término", dice Mario. "Siempre conocimos nuestra identidad; siempre hemos estado aquí. Y siempre lo estaremos".