La tumba de un niño se convierte en el sepulcro humano más antiguo hallado en África
Los restos del niño desenterrado en Kenia, el que aparentemente estaba envuelto en un sudario y con la cabeza situada en una almohada, podrían aportar datos sobre los orígenes de los entierros como prácticas rituales.
Este cráneo, de hace alrededor de 78.000 años, estaba dentro de los restos hallados de uno de los seres humanos primitivos enterrados en una cueva en Kenia. Luego de meses de meticuloso trabajo, los científicos revelaron el cuerpo de un humano de entre 2 y 3 años apodado Mtoto, "niño" en swahili. Esta vista muestra el lado izquierdo del cráneo con la mandíbula intacta; más abajo, del lado izquierdo, se pueden ver dos dientes con retenidos con raíces sin formar, abajo a la izquierda.
En el marco de un gran hallazgo, un equipo de investigación interdisciplinario descubrió, recuperó y analizó el sepulcro humano más antiguo en África. La tumba, hallada a menos de 16 kilómetros de las exuberantes playas oceánicas de Kenia, contenía los restos de un niño de entre 2 y 3 años enterrado con una delicadeza extraordinaria por una comunidad de primitivos Homo sapiens hace alrededor de 78.000 años. Aunque algunos sepulcros humanos en el Medio Oriente y Europa son más antiguos, el hallazgo en África brinda uno de los ejemplos inequívocos más antiguos de un cuerpo enterrado en una fosa preparada para tal fin y cubierta con tierra.
"Esto es, indudablemente, un sepulcro, con un fecha clara. Muy primitivo. Muy impresionante”, señala Paul Pettitt de Durham University en Inglaterra, experto en entierros paleolíticos que no participó de la investigación.
Los restos también ofrecen un extraño ejemplo sobre el funcionamiento de la mente y el corazón de los humanos primitivos. Descrito en línea hoy en la revista Nature, el fósil ha sido apodado “Mtoto” (que significa "niño" en swahili) y se suma a otros dos sepulcros encontrados en África, ligeramente posteriores, en los que también había niños. A pesar de que solo tres ejemplos en todo el continente no conforman una considerable muestra, Pettitt cree que las edades de los fallecidos son particularmente reveladoras para el entendimiento del desarrollo de los entierros como práctica ritual.
En base a la forma en que los restos habían modificado su posición, los investigadores sospechan que algunos materiales perecederos fueron colocados como almohada bajo la cabeza del niño en el entierro y luego se descompusieron.
Una reconstrucción virtual de los restos está superpuesta sobre un esqueleto transparente para su comparación como fue hallado en el suelo de la cueva Panga ya Saidi. Un análisis microscópico de los huesos y el suelo circundante confirmó que el niño fue intencionalmente sepultado luego de su muerte.
"Los grupos modernos de cazadores y recolectores creían que la muerte era natural e inevitable", explica. "Pero había dos excepciones: la muerte por medio de un trauma, y la muerte de infantes y niños. Tal vez podemos ver el vago surgimiento del sentido de que la muerte que llega demasiado temprano no es natural y, de alguna manera, debe marcarse que es diferente a lo normal".
Inmerso en el tiempo
La tumba de Mtoto fue hallada en Panga ya Saidi, un sistema de cuevas enorme que se extiende por un acantilado paralelo a la costa keniata. El sistema ha estado bajo excavación desde 2010 por un equipo liderado por National Museums of Kenya (Museos Nacionales de Kenia) en Nairobi y Max Planck Institute for the Science of Human History (Instituto por la Ciencia de la Historia Humana Max Planck) en Jena, Alemania.
Hasta ahora, en el sitio se han descubierto decenas de miles de herramientas de piedra, ostras, restos de animales masacrados y otros artefactos, lo que ofrece un testimonio de que los humanos continuaron usando esos elementos desde hace 80.000 años hasta el día de hoy, durante un periodo en África conocido como Edad de Piedra Media.
“Este lugar siempre fue propicio para la ocupación", explica Michael Petraglia del Max Planck Institute. "Las personas nunca desaparecieron por completo".
En 2013, el equipo descubrió una estructura tipo fosa a unos 3 metros bajo tierra del actual suelo de la cueva. Una investigación más exhaustiva en 2017 reveló lo que parecía ser un hueso descompuesto. El material polvoroso demostró ser muy frágil para excavar en el campo, así que el equipo decidió revestir los huesos y el sedimento circundante en un modelo de yeso y transportar el bloque a Nairobi para estudiarlo más.
Ahí comenzó un extraordinario viaje post-mortem. La excavación inicial en el laboratorio del Museo Nacional reveló dos dientes cerca de la superficie del bloque que parecían pertenecer a un ser humano.
“Sabíamos que teníamos algo grande en nuestras manos", cuenta Emmanuel Ndiema, director del departamento de arqueología del museo y miembro del equipo de investigación. "Pero el espécimen era extremadamente delicado, se encontraba más allá de nuestra habilidad para prepararlo".
Ndiema entregó personalmente el fósil a los colegas del Max Planck Institute en Jena. Desde allí, viajó al Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) en Burgos, España. El espécimen se sometió a más de un año de preparación y análisis, con tomografías microcomputarizadas, microscopio óptico y otras técnicas por imagen no invasivas, así como también a la excavación manual cuando el delicado estado de los huesos lo permitió.
Gradualmente, surgió la importación total del espécimen: primero, una columna vertebral articulada, luego la base del cráneo, por último, la mandíbula inferior y las raíces de dientes jóvenes. En otra sección del bloque, el equipo halló costillas y huesos de hombros en sus posiciones anatómicas naturales.
“Todo estaba en su lugar”, indica la directora de CENIEH María Martinón-Torres, que lideró la investigación. "No era solo un fósil. Teníamos un cuerpo. Teníamos un niño".
Además del estado articulado del esqueleto, algunas otras pruebas sugerían que el niño había sido enterrado a propósito poco después de su muerte. Los sedimentos dentro de la fosa eran claramente diferentes de los sedimentos circundantes, y contenían una gran cantidad de ostras y caminos de caracoles que se alimentan de las lombrices que hay en los cuerpos enterrados en la tierra.
El análisis geoquímico también reveló los químicos del suelo producidos por la acción de la bacteria carnívora, que explica el avanzado estado de descomposición de los huesos. Mientras la carne y los órganos del niño se descomponían, los espacios que dejaban se fueron llenando gradualmente con sedimento; por ello, la caja torácica conservó su forma tridimensional. Pero las costillas superiores habían rotado 90 grados, lo que pudo suceder porque el cuerpo estuvo muy apretado en la fosa o, más probablemente, porque estuvo envuelto en algún tipo de material, tal vez piel de animales u hojas grandes, que se habían descompuesto hacía mucho.
Para conservar los huesos, los científicos quitaron el bloque de material de la cueva con el fin de limpiarlo cuidadosamente en el laboratorio. Aquí se ve la columna flexionada con las costillas y las vértebras articuladas, arqueándose desde la parte media superior hasta la derecha inferior, así como también algunos dientes (izquierda) que están parcialmente expuestos en la superficie.
Finalmente, la posición de la cabeza y las cervicales, en relación al cuerpo, indicaban que el niño había yacido con la cabeza en algún tipo de almohada, un momento penoso en la vida de una comunidad humana primitiva que el equipo capturó justo antes de que todos los restos del niño desaparecieran.
"Los huesos se estaban convirtiendo en polvo literalmente", explica Martinón-Torres. "Llegamos justo a tiempo, antes de que desaparecieran por completo".
Conexiones con los muertos
En las otras sepulturas de niños de comienzos de la era moderna de África, hay un niño de entre 8 y 10 años de un sitio denominado Taramsa Hill en Egipto, que se cree es de hace alrededor de 69.000 años, y un infante de Border Cave en Sudáfrica, de unos 74.000 años. (Ambos fósiles ofrecen menos certezas que la sepultura de Panga ya Saidi).
Tanto el infante de Border Cave, hallado en 1941, como el sepulcro recientemente descubierto en Panga ya Saidi revelan un profundo vínculo entre los niños muertos y aquellos que los colocaron en su eterno descanso. En Kenia, parece que los asistentes le proporcionaron a Mtoto un sudario y una almohada, mientras que en Sudáfrica, dejaron un ornamento de ostras cubierto en pigmento. Esto plantea la cuestión de por qué los humanos comenzaron a enterrar a sus muertos en primer lugar.
"No podemos leer sus mentes", señala Martinón-Torres, "pero, de alguna manera, al enterrar a alguien, estás prolongando la vida de esa persona. Estás diciendo que no quieres que se vaya completamente. Esta es una de las cosas que nos hace únicos: la conciencia sobre la muerte, la conciencia sobre la vida".
El niño fue encontrado directamente bajo una saliente resguardada en la entrada de la cueva Panga ya Saidi cerca de la costa tropical en tierras altas de Kenia.
Pettitt cree que las tumbas de niños podrían representar una tradición en la que se le daba un tratamiento especial a los niños fallecidos tan antigua como la Edad de Piedra Media. Por supuesto que se necesitará más evidencia, y esto plantea otra cuestión: hay una gran cantidad de sepulcros antiguos informados en Europa y el Medio Oriente, tanto de neandertales como de humanos de la era moderna, algunos de hace 120.000 años; ¿por qué hay solo tres en África?
Una respuesta a esta pregunta yace en las opiniones cambiantes sobre lo que constituye un sepulcro. A principios y mediados del siglo XX, cuando se descubrieron la mayoría de los fósiles de los neandertales y de los humanos de principios de la era moderna en Europa y el oeste de Asia, los arqueólogos no seguían los rigurosos estándares de excavación de hoy y era probable que los investigadores sacaran conclusiones sobre el comportamiento de las sepulturas ritualizadas en base a poca evidencia.
Según Pettitt, muchos de los sitios no africanos que se citan comúnmente como sepulturas son un mejor ejemplo de "depósito funerario", o meramente deshacerse de un cuerpo muerto colocándolo en una grieta o cueva sin ningún signo de ritual. Uno de esos sitios es Sima de los Huesos en las montañas de Atapuerca en España, donde docenas de esqueletos pertenecientes a nuestros ancestros neandertales han sido descubiertos, especímenes de hace aproximadamente 430.000 años.
Tal vez otro ejemplo puede ser que en África se hallaron 15 esqueletos de una relativamente nueva especie de homínido denominado Homo naledi en una cámara en lo profundo de un sistema de cuevas en Sudáfrica. Los especímenes son de hace 250.000 años. Lee Berger, el líder del equipo de descubrimiento y explorador de National Geographic, ha argumentado que los Homo naledi deliberadamente se deshacían de los muertos, pero no se sabe cómo los cuerpos llegaban a la cámara.
Las partes de los huesos de los niños se hallaron en las excavaciones en Panga ya Saidi en 2013, pero no fue hasta 2017 que se expuso por completo la pequeña fosa que contenía los huesos. A 3 metros debajo del suelo de la actual cueva, la fosa superficial y circular contenía huesos estrechamente agrupados, pero muy descompuestos que requerían estabilización y enyesado en el campo.
Incluso si sacamos a los sitios que es más probable que sean depósitos funerarios, el registro de entierros en Europa y Oriente Medio comienza antes y es más abundante que en África, donde evolucionaron primero los Homo sapiens.
Tal vez no hemos encontrado más sepulturas en África porque no hemos buscado en suficientes lugares. Los científicos han estado rastreando las cuevas y las grietas de Europa y Oriente Medio desde principios del siglo pasado. Por el contrario, la investigación en África se ha centrado en relativamente pocas locaciones en Sudáfrica y en el Great Rift Valley del este de África. Actualmente, tenemos fósiles de, tal vez, solo el 10 por ciento del continente, señala Chris Stringer, paleoantropólogo del Natural History Museum (Museo de Ciencias Naturales) de Londres que ha pasado décadas estudiando los orígenes de los humanos modernos.
"Estamos lidiando con poca información", indica Stringer. "Este hallazgo es realmente solo una pista de lo que nos estamos perdiendo del resto de África".
Un sitio africano que promete mayores revelaciones es el mismísimo Panga ya Saidi. Los depósitos allí continúan más abajo de la sepultura de Mtoto, con capas que representan tiempos tan lejanos como 400.000 años atrás. El año pasado, el trabajo se detuvo por la pandemia de COVID-19, pero el equipo de investigación está ansioso por reanudar la excavación tan pronto como sea seguro continuar.
"Todavía no sabemos cuánto más abajo podemos ir", señala Ndiema. "No hemos llegado al sótano todavía".