Haití: A una semana del devastador terremoto, la situación humanitaria es crítica
En el marco de los desastres naturales, la pandemia y tras el asesinato del presidente, los haitianos luchan por comida, refugio y atención médica.
Un residente de Corail, Haití, duerme en las calles en un refugio improvisado. “La mayor parte de esta ciudad ahora no tiene hogar”, asegura Alex Maxcia. Los que no huyeron de la ciudad de 23.000 habitantes, a dos horas en auto de Jeremie, duermen en las calles. Sus hogares están destruidos y son inhabitables.
La nación caribeña, con una larga historia de agitación política e inestabilidad, ahora está lidiando con sucesivos desastres naturales mientras lucha por recuperarse de una serie de otros eventos devastadores, incluido el terremoto del 2010 que mató a más de 300.000 personas y casi aniquiló a la ciudad capital de Puerto Príncipe.
El número de muertos y heridos por el último y aún más poderoso terremoto que sacudió a esta frágil nación caribeña hace una semana sigue aumentando. Le siguieron fuertes lluvias de la tormenta tropical Grace que agravaron la miseria.
Los haitianos se preparan ahora para los tiempos más difíciles que se avecinan.
Las casas se derrumbaron, las rutas se dividieron por la mitad y las iglesias se destruyeron. La tormenta se produjo solo dos días después de que un poderoso terremoto matara al menos a 2.189 personas, hiriera a más de 12.000 y dañara o destruyera unas 61.000 viviendas.
Aunque Grace evitó que el país sufriera un impacto directo, las incesantes lluvias de la tormenta provocaron inundaciones que crearon una mayor carga para las víctimas del terremoto en medio de un lento despliegue de ayuda.
Un niño que fue trasladado en avión desde la ciudad haitiana de Jeremie por la Guardia Costera de los Estados Unidos es llevado por los rescatistas a un hospital en Puerto Príncipe, la capital.
En un país con más voluntad que capacidad para brindar atención médica y asistencia, al menos 44 establecimientos de salud, incluidos hospitales colapsados, se han visto afectados por los continuos temblores. El personal médico está tratando a los pacientes en el piso, en los patios abiertos y en los quirófanos improvisados que habían servido como dormitorios de médicos.
Antes de los desastres, muchas comunidades rurales tenían sus propios trabajadores de salud, clínicas y suministros locales. Con sus recursos locales agotados, muchos de los enfermos o heridos han buscado atención en instalaciones en Jeremie, la capital de Grand'Anse, uno de los 10 departamentos de Haití.
“Esos pacientes no deberían tener que bajar de sus hogares, arriesgándose a posibles deslizamientos de tierra por una lesión que fácilmente podría haber sido atendida por un trabajador de salud de la comunidad”, dice Nadesha Mijoba, directora de la Fundación Haitiana de Salud.
Grand'Anse estaba comenzando a recuperarse del huracán Matthew de categoría 4 del 2016, que dejó daños generalizados. El terremoto de magnitud 7,2 del sábado dejó al menos 8.000 hogares aquí en mal estado o en ruinas, según las cifras preliminares.
En la ciudad de Jeremie, viejos edificios coloniales se derrumbaron durante el último terremoto de magnitud 7,2 en Haití. Pero la devastación fue peor en las zonas rurales.
Apenas unos días después del poderoso terremoto que afectó a Haití esta semana, los residentes de la península sur de Haití estaban ocupados limpiando los escombros, ladrillos y piedras que cubrían las calles. Aquí un hombre recoge los restos de la pared de un hotel que cayó desde el segundo piso.
Devastación generalizada
La devastación sigue siendo evidente. En las ciudades de Jeremie y Les Cayes, ubicadas en la península sur de Haití, montones de escombros marcan el lugar donde alguna vez estuvieron los edificios. Las catedrales que aún permanecen en pie están abiertas al cielo, sus techos arrancados. Las grietas cubren las paredes de las estructuras. Y los heridos continúan buscando ayuda.
En el campo, el daño es aún peor. Las paredes se rompen, los techos se apilan en el suelo, algunas rutas son apenas transitables. Lo que la tierra temblorosa no derribó con sus temblores, Grace lo hizo con su torrente. Juntos, el terremoto y la tormenta inundaron las montañas y abrieron los caminos de par en par.
Los sucesivos desastres naturales han dejado a muchos en esta nación plagada de crisis sintiéndose derrotados y desanimados.
“Cada vez que escucho de un terremoto o de una tormenta, siento que algo en mí está a punto de estallar”, señala Marie Roseline Macenat, de 56 años, madre de cinco hijos. “Son lágrimas en tus ojos; estas llorando. Sientes que ya no puedes estar de pie".
El sol sale a lo largo de la costa norte de la península sur de Haití, conocida por su belleza rural. Puede ser tan peligrosa como hermosa.
Los tramos occidentales de la península sur de Haití son áreas montañosas y en su mayoría rurales de agricultores de banano y piña. Las motos son el medio de transporte preferido. Las rutas pueden ser arrasadas o bloqueadas por rocas de acantilados.
La devastación se ve agravada por la agitación política exacerbada por la impactante crisis del mes pasado, el asesinato del presidente Jovenel Moïse, quien recibió varios disparos dentro de su casa privada en las colinas sobre Puerto Príncipe.
Y la crisis actual se complica aún más por la falta de seguridad en todo el país. Las preocupaciones sobre la violencia de las pandillas y el acceso incierto a la ruta principal que conecta Puerto Príncipe con las regiones devastadas por el terremoto han creado desafíos logísticos tanto para el gobierno como para los socorristas internacionales que no pudieron comenzar la distribución de ayuda hasta cinco días después de los desastres.
Fueron cinco días demasiado tarde para víctimas como Mariette Altime, madre de cuatro hijos que ha sufrido los últimos tres grandes desastres de Haití: el terremoto de 2010 que azotó a Puerto Príncipe; El huracán Matthew del 2016, y ahora esto. Altime se vio obligada a salir a las calles luego del terremoto de 7.0 que sacudió a Puerto Príncipe el 12 de enero de 2010, dejando a 1,5 millones sin hogar debido principalmente a edificios mal construidos que se derrumbaron con el poderoso temblor.
Lener Joseph recibe atención médica por fracturas de huesos en el Hospital Saint Antoine de Jeremie. Su hermana, Evie Joseph, lo espera.
Después del terremoto del 2010, Altime pasó meses durmiendo en un colchón sucio, expuesta a los elementos, antes de decidir que estaba harta de Puerto Príncipe. Regresó a su casa en Marceline, que entonces era un puesto rural remoto en las afueras de Les Cayes y ahora se la conoce como la ciudad portuaria más afectada por el terremoto del sábado.
Durante un tiempo después del regreso de Altime, la vida estuvo bien, incluso mientras luchaba por llegar a fin de mes. Luego, el huracán Matthew avanzó en el 2016, rompió árboles como palillos de dientes y arrasó gran parte de las tierras agrícolas del área antes de dejar a la población una vez más rezando por alivio y sumergida en una pobreza más profunda.
Entonces vino el terrible temblor del sábado por la mañana.
“Sufrí mucha miseria con estos eventos”, señala Altime. Ella está de pie en un campo de fútbol donde ella y otras cuatro familias pasaron la noche bajo el diluvio torrencial de Grace después de que el viento se llevara la lona improvisada. "Siento que es Dios quien me sostiene".
En Corail, las familias se apiñan sobre colchones y sábanas que luchan entre los escombros de sus hogares.
La mayoría de las casas en Corail, Haití, están inhabitables. Si no se caen por completo, están destruidas, agrietadas y son inseguras, dejando a un pueblo entero durmiendo en las calles.
La reconstrucción parece difícil de alcanzar
En todo el sur y oeste de Haití, donde las sacudidas del terremoto fueron las más fuertes, las casas quedaron destruidas y los edificios gubernamentales están enterrados bajo escombros. El pueblo pesquero de Corail, al este de Jeremie, está en ruinas. Los residentes se han refugiado en la plaza principal creando refugios improvisados con trozos de lona y carpas viejas. Al otro lado de la plaza, la iglesia católica local es ahora un montón de rocas, mientras que la escuela es apenas reconocible salvo por los escritorios de madera que cuelgan de su segundo piso. Mientras tanto, los residentes en áreas aún más rurales han recurrido a beber agua salobre y a reciclar las lonas sucias de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional para refugiarse.
Los más afectados no pueden imaginar la reconstrucción, incluso si quisieran.
Haití ya enfrentaba una montaña de desafíos y múltiples crisis antes de este desastre. Los esfuerzos de reconstrucción aún están en marcha más de una década después del terremoto del 2010 y miles continúan viviendo en campamentos improvisados.
Antes de su asesinato antes del amanecer del 7 de julio, el presidente haitiano Moïse fue acusado de intentar convertirse en el próximo hombre fuerte de América Latina y el Caribe después de que usara sus poderes de decreto para emitir docenas de leyes controvertidas y amenazara con un referéndum constitucional que los expertos dijeron que era ilegal.
Moïse, uno de los únicos 11 funcionarios electos porque Haití no celebró las elecciones a tiempo, enfrentó desafíos masivos a su gobierno. La agitación política se profundizó en el 2019 cuando el país enfrentó una de sus peores y más generalizadas crisis económicas, conocidas como peyi lok: bloqueo del país. Las escuelas y los negocios cerraron y los trabajos se paralizaron.
Los botes pequeños que transportan a los heridos comienzan a llegar en un clima tranquilo por primera vez desde que pasó la tormenta tropical Grace.
Pero nada de eso es la razón detrás de la pobreza extrema, o por qué el gobierno con escasez de efectivo ha luchado para brindar incluso la atención más básica a las nuevas víctimas del terremoto. Faltan vendajes, antibióticos y vías intravenosas. Se escuchó a un voluntario de respuesta en el aeropuerto de Les Cayes lamentando que los pacientes designados para ser trasladados en avión fuera del área aparecían sin haber recibido ningún tratamiento médico. Mientras expresaba sus frustraciones, estaba preparando una fèrula para un hombre a quien dejó en el suelo después de hacer una tabla hecha de pedazos de cartón.
Según tres informes independientes, casi 2.000 millones de dólares en ayuda que deberían haberse destinado a mejorar la vida de los haitianos —la ayuda que Venezuela le dio a Haití, la mayor parte desde el terremoto del 2010— fue malgastada o malversada por ex funcionarios del gobierno y por personas con vínculos estrechos con el Gobierno.
Si bien la ayuda no se destinó necesariamente a las comunidades afectadas por este último terremoto, si el dinero se hubiera utilizado adecuadamente y se hubiera construido la infraestructura, se piensa que el país estaría un paso más cerca de responder al último desastre. El caos y la incertidumbre política que ha atrapado a Haití sin duda han provocado un empeoramiento de las crisis humanitarias y de desnutrición infantil, que solo empeoraron después de que estallaron enfrentamientos armados entre bandas en la entrada sur de Puerto Príncipe y forzaron el desplazamiento interno de más de 16.000 personas.
Un camión se detiene en la ruta principal entre Jeremie y Corail para llevar agua a los aldeanos. El cercano río Lacombe es normalmente la principal fuente de agua de la región.
Los vecinos reclaman agua con sus recipientes. Después del terremoto, el río Lacombe, como muchos en la península occidental, se volvió marrón y, los lugareños, que han vivido problemas de cólera, creen que está contaminado.
La desesperación por agua limpia aumenta a diario. Aunque los camiones cisterna han visitado las aldeas rurales, no es suficiente para mantener a los residentes que alguna vez dependieron de un río entero para sus necesidades.
Una gran crisis humanitaria
La vacunación contra la COVID-19 en Haití comenzó el mes pasado. La epidemia, junto con las facciones políticas en guerra, los secuestros y la violencia de las pandillas, hacen que Haití sea más volátil que nunca.
Se suponía que lugares como Marceline en el suroeste eran un refugio seguro. Pero con las pandillas controlando la ruta que sale de Puerto Príncipe, la ayuda tarda en llegar y los haitianos una vez más tienen que elegir entre los resultados potencialmente peligrosos de las réplicas dentro de las casas dañadas y dormir al aire libre. Hay pocas dudas de que los haitianos se hundirán cada vez más en la pobreza.
El primer ministro Ariel Henry, especialista en salud pública y neurocirujano, le ha dicho a la población de 11,5 millones que se preparen para tiempos difíciles.
Haití tiene una enorme crisis humanitaria en sus manos, dijo Henry, y agregó que si bien el terremoto devastó una gran parte de las regiones del sur, mostró cuán frágil es todo el país.
“Algunos de nuestros ciudadanos todavía están bajo los escombros”, afirmó. “Tenemos equipos de extranjeros y haitianos trabajando en eso”.
Si bien las cuadrillas han logrado sacar a algunas personas con sus propias manos y palas, los hospitales están abrumados con la cantidad de heridos que llegan para recibir tratamiento.
“Tenemos que unir nuestras cabezas para reconstruir Haití”, instó Henry a la población. "Este país está destruido física y mentalmente".
La familia Joseph comienza su caminata desde el pueblo de Duquillon hasta Beaumont, lo que les llevará un día. Prepararon a sus dos hijos y a las pertenencias restantes para mudarse de su casa, destruida por el terremoto.
Esa evaluación le resulta demasiado familiar a Altime.
Como muchos haitianos, ha aprendido a no esperar mucho del gobierno. No porque carezca de fondos, sino porque, incluso cuando había ayuda disponible, ella nunca la recibió. A través de los diversos desastres, dijo que se sentía como si no existiera.
Ahora, sus peticiones son básicas.
"Si pudiera encontrar un lugar para dormir", dice, "encontrar una lona, algo para comer".
Andrea Bruce es fotógrafa documental y colaboradora de National Geographic.
Jacqueline Charles es corresponsal del Miami Herald en Haití. Finalista del Premio Pulitzer por su cobertura del terremoto de Haití de 2010, recibió el Premio Maria Moors Cabot 2018, el premio más prestigioso para la cobertura de las Américas.