Amazonía: cuánto está ardiendo en la actualidad, comparado con años anteriores
Este año, las tasas de deforestación en la Amazonía se han disparado y han provocado incendios devastadores.
Miles de incendios arden a lo largo de la franja sur de la Amazonía. Lanzan fuego y hollín, envolviendo a aquellos que viven a sotavento en un aire denso y sucio, dañando vida silvestre a su paso y destruyendo parte de uno de los depósitos de carbono más importantes del planeta.
Según los últimos registros oficiales, alrededor de 76.000 incendios estaban ardiendo en la Amazonía brasileña, un aumento de más de un 80 por ciento respecto del mismo periodo del año pasado, conforme a la información brindada por el Instituto Nacional de Investigación Espacial (Instituto Nacional de Pesquisas Espaciais, INPE). Desde ese momento, aún más incendios han aparecido en las imágenes satelitales que los científicos utilizan para evaluar la extensión y la intensidad de la quema, y se espera que el número aumente en los próximos meses a medida que la estación seca se intensifique.
Los incendios son destructivos y devastadores de por sí, pero su causa principal es lo más preocupante, señala Ane Alencar, directora de ciencias del Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonía (Instituto de Pesquisa Ambiental da Amazônia, IPAM).
“La mayoría de los incendios que estamos viendo ahora son causa de la deforestación”, advierte. “Es de locos. En el pasado reciente, redujimos la deforestación en un 65 por ciento aproximadamente. Demostramos que podíamos hacerlo. Y ahora estamos retrocediendo”.
¿Por qué ahora? ¿Y cuán malo es comparado con el pasado?
En 2019 y hasta hoy, la cantidad de incendios ardiendo por toda la Amazonía es mayor que en cualquier otro momento desde el 2010, que fue un año particularmente malo por las sequías, señala Ruth DeFries, experta en desarrollo sustentable de la Universidad Columbia. Hasta hace algunos días, alrededor de 18.130 kilómetros cuadrados de bosque estaban en llamas, un área un poco más chica que Nueva Jersey.
Gran parte de los incendios de la región fueron provocados por los seres humanos. Muchos se comienzan en áreas despejadas con anterioridad a fin de remover rápidamente cualquier exceso de vegetación que haya surgido. Otros se dan en tierras que todavía están en proceso de despeje con el fin de crear más tierra libre para los cultivos y el ganado.
Los agricultores y los ganaderos talaron bosques a principio de este año y dejaron allí los árboles caídos para que se secaran. Una vez que se secaron, los prendieron fuego, y así dejaron lista una gran porción de tierra para la agricultura.
Pero los incendios han sido peores en el pasado porque la deforestación era más grave.
La deforestación en la Amazonía tuvo sus picos a finales de la década de 1990 y a principios de la década del 2000. En las peores fases de esos periodos pico de deforestación, más de 25.900 kilómetros cuadrados de bosque podían ser talados por año, y gran parte de ese área despejada se convertía directamente en tierra de cultivo de soja o en tierras para el pastoreo de ganado. En algunos años, como en 1998 y 2005, la deforestación coincidió con las principales sequías de El Niño, y los incendios fueron abundantes y generalizados.
El esfuerzo concertado del gobierno brasileño luego de mediados de la década del 2000, así como también las presiones internacionales coordinadas, hicieron que se realizaran cambios en la administración del bosque y de las tierras agrícolas. Y los esfuerzos fueron bastante exitosos: para el 2012, la tasa de deforestación anual había caído alrededor de un 80 por ciento respecto de la tasa promedio entre 1995 y 2006.
Pero el año pasado, Brasil eligió al nuevo presidente, Jair Bolsonaro, quien se comprometió a aumentar la actividad agrícola en la Amazonía y a allanar el camino para un mayor desarrollo en la región. Bajo el ala de la nueva administración, a muchos científicos, líderes indígenas y ambientalistas les preocupa que las tasas de deforestación se disparen nuevamente.
Ese miedo parece estar creciendo. Bajo el gobierno de Bolsonaro, las protecciones forestales han disminuido y la aplicación de la ley por la tala ilegal se ha atenuado. Los incendios ardiendo en la región y ahogando a las comunidades a sotavento son una manifestación visible de un problema más profundo, advierte DeFries.
A principios del verano, INPE emitió una serie de alertas advirtiendo que la deforestación en la Amazonía estaba progresando mucho más rápidamente de lo que lo había hecho en 2018, el año récord previo. Según una agencia, en abril, mayo y junio, más 1813 kilómetros cuadrados de bosque habían sido talados, alrededor de un 25 por ciento más que el año anterior. Hasta ahora, la cantidad de incendios también ha aumentado comparado con el mismo periodo del año pasado.
“Lo que estamos viendo ahora, la conmoción y la alarma, no es solo porque hay más incendios, sino también porque hay un retroceso respecto de esa política efectiva vigente”, señala DeFries.
El humo tiene indicios de deforestación
Si dejamos la Amazonía abandonada a sus propios recursos, es probable que raramente se incendie. Su ecosistema no está adaptado para lidiar con el fuego.
Los científicos pueden mirar las imágenes satelitales y ver exactamente dónde se talaron árboles hace muchos meses. Luego, comparan esos lugares con la ubicación de los incendios de hoy. Alencar señala que la mayoría de los incendios coinciden con los lugares donde los árboles fueron talados a principio de año.
Los incendios causados por los seres humanos y la deforestación se ven diferentes. Los investigadores también pueden identificar los incendios que se relacionan con la deforestación por las columnas de humo que se ven en la atmósfera. Ese tipo de columnas de humo se elevan alto porque son alimentadas por un gran número de árboles secos, los cuales se queman con mucho calor y por mucho tiempo, y calientan la columna de aire por encima de ellos llenando la atmósfera con grandes cargas de material quemado, explica Doug Morton, jefe del Laboratorio de Ciencias de la Biosfera en el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA.
Ambos indicadores son visibles en muchos de los incendios que arden hoy en la Amazonía, lo que indica que fueron impulsados por la deforestación.
Años anteriores, como 2005 y 2010, también fueron años de incendios activos, con un recuento todavía mayor de lo que va de esta temporada. Pero Morton indica que la diferencia recae en que esos fueron años de graves sequías que prepararon la región para la quema. Sin embargo, hasta ahora, este año no ha sido particularmente seco, lo que hace que la ya importante cantidad de incendios sea aún más alarmante, menciona.
Generalmente, en esta parte del mundo, los años secos coinciden con los fenómenos de El Niño y los científicos están anticipando que un fenómeno podría desarrollarse e intensificarse en los próximos meses. Eso podría exacerbar los efectos de los incendios causados por los seres humanos que, probablemente, sigan produciéndose.
“Ahora, todos estamos alertas para que 2019 se desarrolle y se vuelva un año de incendios extremos”, señala, “dadas las presiones económicas que se aplican en la región, así como también las condiciones de sequía en desarrollo que podrían instigar un riesgo de incendio extremo”.
Un miedo mayor es que los incendios de la deforestación se propaguen a partes del bosque intactas y sanas. Aquellos tipos de incendios son difíciles de identificar por imágenes satelitales porque, a menudo, arden cerca del suelo del bosque, escondidos entre el follaje de los árboles. Dichas llamas pueden causar grandes daños ya que se mueven lentamente a medida que queman las hojas y la cubierta del suelo, progresando solo unos pocos metros por día. Si estos incendios no son identificados y apagados, pueden matar muchos de los árboles a su paso porque las especies de la Amazonía tienen corteza fina y no están adaptadas para lidiar con el fuego, a diferencia de las muchas especies de árboles de los climas del oeste de Estados Unidos o del Mediterráneo, las cuales evolucionaron para hacerle frente a los incendios frecuentes.
“Estos incendios son ecológicamente devastadores”, advierte Morton. “El fuego permanente en la Amazonía no le sirve a nadie”.