Conozca la historia del conservacionista que inspiró la nueva expedición de National Geographic a la Amazonía
Al llegar a su delta (en los estados brasileños de Pará y Amapá) el río Amazonas descarga el 20% del agua que los ríos del mundo aportan al mar.
Este artículo se realizó con la colaboración de Rolex, que ya se había asociado con la National Geographic Society en expediciones científicas previas para explorar, estudiar y documentar el cambio en las regiones más singulares del planeta.
La semana pasada la National Geographic Society anunció que su mayor honor, la Medalla Hubbard, se otorgará póstumamente a Thomas E. Lovejoy, el ecologista estadounidense y visionario conservacionista que trabajó durante mucho tiempo por la protección de la selva amazónica.
Es un reconocimiento apropiado para Lovejoy, quien murió a los 80 años el 25 de diciembre de 2021. Entre sus diversos roles y honores, fue explorador de National Geographic y asesor de la Society durante mucho tiempo.
Su compromiso con la salvación de la Amazonía resuena en los libros que escribió, en las personas a las que inspiró y en un programa llamado Perpetual Planet Amazon Expedition (Expedición Planeta Perpetuo a la Amazonía), que la Society, en asociación con Rolex, está lanzando hoy.
En una foto del 2014, Tom Lovejoy posa con una hoja gigante de un árbol Cecropia en el Campamento 41, su estación de investigación en la selva amazónica.
La Amazonia es la selva tropical más grande del mundo, que abarca 567 millones de hectáreas de bosque de tierra firme, humedales estacionales, ríos serpenteantes y afluentes y quizás el 10% de la diversidad biológica de la Tierra. Gracias a sus prodigiosas precipitaciones, transporta el 20% del agua de los ríos del planeta desde los Andes hasta el Atlántico y su vegetación devuelve 26.400 millones de litros diarios al cielo, por la transpiración de las hojas. El nuevo programa NGS-Rolex abordará aspectos de este vasto complejo vivo a través de una serie de estudios científicos, que contarán con un apoyo (inicial) de dos años y serán llevados a cabo a partir de hoy por Exploradores de National Geographic de la región
El programa surgió a partir de una propuesta del explorador y fotógrafo de National Geographic Thomas Peschak para realizar un estudio fotográfico completo del río, desde los Andes hasta el mar, que se centraría en el inframundo acuático en lugar del bosque más visible. La Society adoptó la visión narrativa de Peschak y decidió combinarla con la investigación científica. Peschak ayudó a seleccionar a los científicos y sus proyectos.
Tom Lovejoy, que había obtenido su propia primera subvención de la Society en 1971, brindó tiempo, energía y sabios consejos para que la iniciativa se hiciera realidad. Su propósito, iluminar el Amazonas de manera que pueda hacer que la gente se preocupe, fue una de sus más importantes preocupaciones personales durante toda la vida y su realización lo habría hecho sonreír.
Una gran cosa
Sonreía a menudo, este anciano sabio con una sonrisa angelical. Era un hombre incansable pero tranquilo, generoso, de buen espíritu, inteligente, que amaba las bromas y creía en la esperanza. Formó parte de innumerables juntas y comités, casi todos dedicados a la ciencia y la conservación de la biodiversidad, y asesoró a líderes mundiales y banqueros. Introdujo el término mismo de “diversidad biológica” en el debate científico. Y avanzó, más que nadie, excepto Edward O. Wilson (quien murió un día después que Lovejoy), una idea fundamental: la naturaleza, para ser diversa, funcional y constante, debe ser grande.
Ruthmery Pillco Huarcaya, bióloga peruana y exploradora de National Geographic, camina con su perro en la Estación Biológica Wayqecha en los Andes, cerca de Cusco, Perú.
Pillco Huarcaya colecta bayas salvajes. Ella rastreará a los osos andinos, que se alimentan de bayas, para el proyecto Perpetual Planet Amazon Expedition.
El explorador de National Geographic Fernando Trujillo seguirá a los delfines rosados de río y evaluará el nivel de contaminación por mercurio en su dieta.
Trujillo sostiene un cráneo de delfín rosado. Se asociará con las comunidades locales para desarrollar acuerdos de pesca y medidas para proteger el hábitat de los delfines.
Hay un refrán, atribuible a un fragmento del antiguo poeta griego Arquíloco: “Un zorro sabe muchas cosas, pero un erizo sabe algo importante”. Un zorro es un depredador astuto, con cientos de formas de cazar, esconderse y sobrevivir. Lo único importante que sabe un erizo es la defensa: para protegerse de sus enemigos, incluidos búhos, tejones y zorros, se enrolla en una bola apretada con sus afiladas púas extendidas hacia afuera. Lovejoy también sabía algo importante: la importancia de la grandeza en sí misma para la Amazonia y otros ecosistemas. Por eso lo apodé, hace 25 años en un libro, “el Erizo de la Amazonia”.
En 1973, dos años después de terminar un doctorado sobre la diversidad y la abundancia de las aves del bajo Amazonas, Lovejoy se convirtió en director de programa de la rama estadounidense del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés). Era un momento de transición para la ciencia de la conservación de la naturaleza; la biología de la conservación aún no existía como disciplina reconocida. Pero la bellota de la que crecería ese árbol intelectual había sido plantada, en forma de un librito de tapa amarilla grisácea publicado por dos jóvenes ecologistas en 1967. Uno de esos autores fue Ed Wilson; el otro fue Robert H. MacArthur, un brillante ecólogo matemático que murió en 1972. Su libro fue La teoría de la biogeografía insular. Abrió los ojos de los ecologistas (y, eventualmente, de los conservacionistas no científicos) al hecho de que las islas pierden diversidad biológica a tasas especialmente altas y, cuando los grandes ecosistemas del planeta se dividen en fragmentos similares a islas por la incursión humana, esos fragmentos pierden su la diversidad también.
“La fragmentación no había despertado previamente mucho interés científico o preocupación ambiental, porque los fragmentos fueron perdiendo sus especies gradualmente”, escribió recientemente Lovejoy, junto al coautor John W. Reid, en su último libro: Siempre verde: salvar los grandes bosques para salvar el planeta. “La comparación de las islas puso al problema en foco”.
La pequeña monografía de MacArthur y Wilson desencadenó lo que Lovejoy y Reid recuerdan como un “argumento enérgico” sobre la estrategia de conservación. Dado que la financiación y el capital político siempre fueron limitados, ¿era mejor proteger unas pocas áreas grandes o muchas pequeñas? Lovejoy se dio cuenta, en sus primeros años en WWF, que su organización necesitaba una respuesta. Necesitaban saber más sobre las consecuencias de la fragmentación del hábitat.
Cerca de Altamira, en el estado de Pará, al norte de Brasil, se ha quemado una gran franja de bosque (área negra a la izquierda) para despejarla y convertirla en pasto para el ganado. El área blanca al lado es una mina de oro abandonada y a la derecha se encuentra un rancho de ganado. La minería y la ganadería son fuentes importantes de deforestación y contaminación en la Amazonía.
Entonces, con su conocimiento del Amazonas producto de su trabajo de campo de doctorado, su fluidez en ecología, su dominio de la lengua portuguesa y su aplomo diplomático, imaginó y presionó para que existiera un gran experimento natural. La ley brasileña en ese momento estipulaba que los propietarios de tierras en la Amazonía, si deseaban talar bosques para pastos de ganado o cultivos, tenían que dejar en pie el 50% de su superficie forestal. Lovejoy persuadió a algunos de ellos, en un área al norte de la ciudad de Manaus, Brasil, para que dejaran esos remanentes en forma de parches rectilíneos de diferentes tamaños. Se convertirían en islas de selva tropical en un mar de claros quemados por el sol. Luego, él y otros científicos que reclutó estudiarían esas islas forestales para ver cómo el aislamiento y el tamaño del parche afectaban la pérdida de diversidad.
El seguimiento comenzó en 1979. Los científicos pronto encontraron pruebas de lo que predijo la teoría de MacArthur-Wilson: que las islas de bosque perdieron especies y que las islas más pequeñas sufrieron pérdidas más rápidas y severas que las islas más grandes. Si un parche de bosque fuera demasiado pequeño para albergar pecaríes de labios blancos, por ejemplo, también perdería al menos cuatro especies de ranas especializadas que viven en los revolcaderos de pecaríes. Y así. La sustracción de una especie tendría efectos en cascada sobre otras. Esta pérdida inexorable de diversidad se conoció como deterioro del ecosistema.
Encuentro con un escarabajo
Cuando conocí a Lovejoy, a mediados de la década de 1980, su experimento era famoso, al menos en la literatura de la ciencia de la conservación. Había retomado el hilo, que iba desde el libro de MacArthur y Wilson hasta la discusión sobre el tamaño de las islas amazónicas de Lovejoy, y quería escribir sobre todo eso. Durante una conferencia en el Parque Nacional de Yellowstone (que a su vez es parte de un ecosistema isleño en el moderno oeste norteamericano, como algunas personas reconocieron entonces), me acerqué y retuve a Lovejoy. Nos sentamos un rato en un bar, en Lake Lodge según recuerdo, mientras le preguntaba sobre el experimento de la Amazonía y dibujaba con entusiasmo islas de varios tamaños en una servilleta de cóctel, invitándolo a confirmar o corregir mi comprensión. Sonrió con su sonrisa angelical. Vamos a la Amazonía, dijo.
En la década de 1970, en el área alrededor del Campamento 41 al norte de Manaus, Lovejoy convenció a los ganaderos para que dejaran en pie parcelas de bosque de varios tamaños. En las décadas posteriores, los científicos han monitoreado esas parcelas para revelar cómo la fragmentación del bosque afecta la vida silvestre.
Varios meses después, nos reunimos en el aeropuerto de Miami y tomamos un avión para Manaus. Llevaba un traje, recién llegado de su trabajo con la WWF en Washington. Cuando llegamos al Aeropuerto Internacional de Manaus, a la mañana siguiente, llovía torrencialmente. Lovejoy se bajó del avión y abrió un paraguas plegable. Conocía la zona.
Una tarde, después de unos días en el bosque alrededor de su Campamento 41, una estación de campo rústica a 41 kilómetros al norte de Manaus, nos sentamos a remojar nuestros cuerpos sudorosos en una pequeña piscina alimentada por un arroyo. La oscuridad cayó rápidamente, como ocurre en los trópicos.
De repente, para mi asombro, ocurrió una aparición: una gota de luz considerablemente anaranjada que zigzagueaba hacia nosotros a través del sotobosque. ¿Hay ovnis en esta selva? Me pregunté.
La luz naranja desapareció, luego volvió zumbando, diez veces más grande y rápida para ser una luciérnaga. Estábamos aturdidos. Nuestras mandíbulas colgaban hacia abajo y nuestra imaginación se disparaba, hasta que la cosa se detuvo, en el aire, y pareció flotar.
Salí del agua y caminé hacia ella con cierta inquietud, hasta que me acerqué lo suficiente para ver lo que era: un escarabajo de cinco centímetros de largo, con un órgano luminiscente, ahora atrapado en una de las redes de niebla abiertas para atrapar murciélagos. Latía más intensamente cuando lo tocaba, como indignado.
Recolectamos este escarabajo con cuidado en una bolsa hermética y lo pusimos en la mesa del campamento mientras comíamos nuestra cena de estofado de pescado. Hablamos sobre políticas de conservación y financiación de la investigación y varias otras cosas, hasta que finalmente volvimos a centrar nuestra atención en el escarabajo.
Pude ver que era un elatérido, en un lenguaje simple, un cascarudo, uno de esos coleópteros alargados articulados con un dispositivo similar a un resorte entre el tórax y el abdomen, por lo que podía voltearse hacia arriba cuando se volcaba.
Tenía dos grandes manchas oculares ovaladas en el tórax, que brillaban con un verde luminiscente y complementaban el naranja luminiscente de su linterna abdominal. Una criatura bastante imponente. Le pregunté a Tom de qué especie se trataba, esperando que fuera famosa en la fauna local. Pensé que me diría el nombre al instante.
“Nunca lo había visto antes”, dijo.
Entonces, ¿posiblemente una nueva especie, desconocida para la ciencia? No había oído hablar de ningún muestreo entomológico en este sitio de campo.
Supuse que recolectaríamos el escarabajo, es decir, lo mataríamos y lo pincharíamos o lo encurtiríamos, para que algún taxónomo en Manaus o en Washington pudiera examinarlo, escribir una descripción, clasificarlo, darle un nombre científico y clasificarlo de ese modo en los archivos de taxonomía, tal vez, en algún momento.
Hay miles de escarabajos desconocidos, ya recolectados, esperando este tratamiento de taxónomos con exceso de trabajo en los museos del mundo. Pero no. Tom no tenía esa inclinación. Después de la cena, dejamos ir al escarabajo.
Este, creo, fue el punto tácito de Tom: las pequeñas cosas son tan importantes como las grandes. Una vida individual es valiosa, incluso la vida de un escarabajo y especialmente cuando todavía es parte del gran todo viviente.
Luego vino el cambio climático
Pasaron décadas. Lovejoy pasó de WWF al Instituto Smithsoniano para convertirse en asesor principal de biodiversidad en el Banco Mundial y luego a otros puestos y funciones. Pero su misión no cambió: alertar al mundo, tanto a los ciudadanos como al liderazgo, sobre la crisis de la pérdida de biodiversidad y las acciones humanas que la impulsan.
La destrucción y la fragmentación del hábitat siguió siendo devastadora y primordial, pero pronto agregó, antes que la mayoría de las personas, los efectos corrosivos del cambio climático.
En 1992 coeditó un libro, Calentamiento global y biodiversidad, que contenía artículos científicos de un simposio, probablemente el primero del mundo sobre ese tema, que había ayudado a convocar en el Zoológico Nacional de Washington, Estados Unidos.
Le seguirían dos libros más sobre el mismo tema, con la ecologista y científica climática Lee Hannah como coeditora. Los tres estaban llenos de estudios de casos y tendencias aterradoras, pero también recomendaciones de políticas.
La desesperación y la resignación no eran opciones para Lovejoy. Amaba demasiado la naturaleza como para darse por vencido y verla desaparecer.
Pero era muy consciente de que se estaban alcanzando umbrales terribles y nunca olvidó cuánto importa el tamaño de un ecosistema. En el año 2019 fue coautor de una importante nota editorial con el meteorólogo brasileño Carlos Nobre, titulada “Punto de inflexión de la Amazonía: última oportunidad para la acción”.
La selva amazónica crea su propio clima, en gran medida, a través de su ciclo hidrológico, enviando miles de millones de litros de lluvia al aire por evapotranspiración (respiración de las plantas más evaporación de todas las superficies). El agua se transporta hacia el oeste hasta los Andes en masas de aire en movimiento y luego regresa al bosque en forma de más lluvia.
Al reducir la selva tropical más allá de un tamaño crítico mínimo, mediante la tala y la quema, el cambio climático provoca la sequía y una transición a pastizales y luego más incendios y el ciclo hidrológico falla. Se alcanza el punto de inflexión.
La dura realidad, escribieron Lovejoy y Nobre, es que “la preciosa Amazonia se tambalea al borde de la destrucción funcional”. Y cuando ese bosque desaparezca, agregaron, seguirán otras consecuencias nefastas, consecuencias tanto para los humanos como para las ranas, los pecaríes y los escarabajos.
Este sombrío resultado aún podría evitarse, escribieron, pero se necesitaría "voluntad e imaginación" para inclinar la balanza hacia atrás. Tom Lovejoy era rico en ambas cualidades. Ahora se ha ido y depende de nosotros. El nuevo programa NGS-Rolex está concebido para iluminar partes y aspectos del gran ecosistema mientras se considera cómo cada uno contribuye a la totalidad del todo.
Un plan para toda la cuenca
Thiago Silva y sus colegas investigarán cómo las alteraciones causadas por el hombre, en particular el cambio climático y el desarrollo de la energía hidroeléctrica, afectan la función y la diversidad de los bosques amazónicos inundados estacionalmente, donde la vida silvestre acuática se alimenta y se reproduce debajo de los árboles frutales.
João Campos-Silva (un laureado Rolex) y Andressa Scabin estudiarán cómo la megafauna acuática amazónica, incluida la nutria gigante, el caimán negro, el delfín del Río Amazonas y la tortuga gigante sudamericana de río, se enfrentan a la explotación intensiva y a las condiciones cambiantes del hábitat en toda la cuenca.
En asociación con la población local, también explorarán iniciativas prometedoras en la conservación comunitaria.
Ruthmery Pillco Huarcaya y sus colegas rastrearán el uso del hábitat del oso andino, el único mamífero cuyo rango se extiende desde el bosque nuboso hasta los pastizales al pie de las montañas.
Al otro lado del continente, Angelo Bernardino y sus colegas monitorearán la salud de los manglares costeros del Amazonas, el cinturón continuo de manglares más grande del mundo y evaluarán cómo almacenan carbono y estabilizan las costas.
Estos estudios y otros, sobre temas que van desde el clima de los Andes hasta los efectos de la extracción de oro y la composición de los suelos bajo los manglares, avanzarán en la tarea vital de comprender mejor cómo funciona la Amazonia.
Cada uno de ellos es solo una pequeña parte de todo el trabajo urgente que hay que hacer. Pero las pequeñas cosas, como me había recordado Tom a través de la parábola del escarabajo, también son importantes.
El delta del Río Amazonas es un punto crítico de biodiversidad, un destino para las aves migratorias de América del Norte y el hogar del cinturón costero de manglares más extenso del planeta.
La National Geographic Society, comprometida con iluminar y proteger la maravilla de nuestro mundo, apoya el trabajo de los exploradores en la Amazonía. Obtenga más información sobre la Expedición Perpetual Planet Amazon.