Una cara nueva
Es difícil mirar este reportaje. Pero, te pedimos que nos acompañes en el extraordinario viaje de una joven que recibió un trasplante de cara, porque revela algo muy profundo sobre nuestra humanidad. La cara comunica quiénes somos al transmitir toda la gama de nuestras emociones. Es nuestro portal hacia el mundo sensorial, ya que nos permite ver, olfatear, saborear, escuchar y sentir la brisa. ¿Podríamos afirmar que somos nuestras caras? Katie Stubblefield perdió la suya cuando tenía 18 años y los médicos le dieron una cara nueva a los 21. Esta es una historia de sufrimiento, identidad, resiliencia, devoción y milagros médicos.
Hace 16 horas, los cirujanos de la sala de operaciones 19 de la Clínica Cleveland iniciaron la delicada labor de retirar la cara de una mujer de 31 años, quien fue declarada legal y médicamente muerta tres días antes. En breve, se la llevarán a una joven de 21 años que ha esperado más de tres para recibir una cara nueva.
Por el momento, la cara reposa en soledad.
En repentino silencio, cirujanos, residentes y enfermeras observan impresionados a los miembros del personal de la clínica que, cual paparazzi inusitadamente corteses, se aproximan con sus cámaras para documentarla. Desprovista de sangre, la cara palidece. Con cada segundo tras el desprendimiento, semeja cada vez más una máscara mortuoria del siglo xix.
Frank Papay, cirujano plástico veterano, levanta cuidadosamente la bandeja con sus manos enguantadas y camina hacia la sala de operaciones 20, donde aguarda Katie Stubblefield.
Katie será la receptora más joven de un trasplante de cara en la historia de Estados Unidos y su trasplante –el tercero efectuado en la clínica y el cuadragésimo conocido en el mundo– será uno de los más extensos, por lo que se convertirá en sujeto permanente de estudios sobre esta cirugía aún experimental.