Salvador de Bahía: expresiones culturales de raíces africanas en la costa brasileña
La música, la religión y el baile reflejan una tradición de festividad y resistencia en esta región de Brasil.
Puedes escuchar el frenético rugido de los tambores a kilómetros de distancia a medida que los adoquines se salen ligeramente de su lugar debajo de tus pies. Se aproximan los niños que tocan el tambor. Esperemos que los edificios de siglos de antigüedad de Salvador puedan soportar otro desfile.
Mientras São Paulo disfruta de la reputación como el motor financiero de Brasil y Río se lleva el premio por ser, quizás, la ciudad más bella del mundo, a Bahía se la conoce por su cultura dinámica. Una expresión local refleja perfectamente el ímpetu artístico de los bahianos: aquí las personas no nacen, sino que hacen su debut.
En ningún otro lugar, esta celebración cultural es más evidente que en Salvador, la ciudad capital del estado de Bahía. Hay algo en este lugar que genera creatividad. Puede estar relacionado con el hecho de que en una ciudad donde tres de cada diez personas no tienen empleo, el ingenio no es un pasatiempo ni una elección, sino una manera de sobrevivir un día más.
En todo Brasil, la expresión cultural es un medio de protesta. Los festivales, como el carnaval y São João en Bahía, conocida por sus grandes celebraciones, suelen presentar divisiones complejas entre las personas de diferentes orígenes.
Durante la trata de esclavos, más de un tercio de aquellos provenientes de África fue llevado a Brasil para apoyar la economía azucarera. A veces, Salvador puede parecer notablemente portugués, pero las raíces de la ciudad tienen su origen en África Occidental. Desde su cocina extremadamente picante y su excitante música hasta sus deslumbrantes ceremonias religiosas repletas de bailes, la ciudad es una gran confusión para los sentidos: después de todo, ¿es Portugal o Benín?
En 1888, Brasil se transformó en el último país de occidente en abolir la esclavitud, un vergonzoso récord mundial sobre el que pocos de nosotros estamos listos para hablar. Tal vez, el punto de partida más directo de la conversación proviene de Salvador, que alguna vez fue el puerto de trata de esclavos más grande de América, bajo el poco probable disimulo de las bandas de percusión. Si lo piensas, tiene sentido: intenta golpear un bombo enorme lo más que puedas, y obtendrás atención. Los niños que tocan el tambor atraen a miles de personas que escuchan su pedido de igualdad racial.
El ritmo imperante del carnaval anual de Salvador, que atrae a casi un millón de personas, se llama samba-reggae, un género musical a veces interpretado por conjuntos de más de 100 percusionistas. En la samba-reggae, los ritmos principales de Brasil y Jamaica, que en sus raíces representan música de protesta interpretada con un ritmo animado, han ganado una furia alegre y pura, sin retoques.
El carnaval bahiano no es todo desenfreno sin sentido. También se trata de política, al estilo brasileño. Cada año, blocos afro, los gremios del carnaval que luchan por promover la cultura negra a través de la música, el baile y la moda, abordan tradicionalmente problemas políticos complejos al mismo tiempo que se manifiestan para celebrar a sus ancestros africanos.
Durante la esclavitud, se estima que 1,7 millones de personas, en su mayoría provenientes de lo que es hoy Benín, fueron comercializadas a Bahía como mano de obra forzada. Y los blocos afro no quieren que las personas se olviden de eso. Luma Nascimento, activista y vicepresidente de un bloco afro, domina bien la intersección entre la celebración y la política. “Puedes ver una clara división étnica durante el carnaval”, menciona. “Aquellas personas que pueden acceder a camarotes costosos (puestos desde los que los espectadores observan los desfiles de carnaval después de pagar el costo de la entrada) son principalmente de tez clara, mientras que aquellos que los sirven son, en su mayoría, personas de color”.
Para expresar su descontento con la desigualdad racial y el aumento de la extrema derecha evangélica de Brasil, los activistas como Nascimento y los juerguistas corean eslóganes contra las visiones políticas a las que se oponen.
En otras partes de la región, las personas intentan mantener la cultura y las tradiciones en las que se criaron. Cuanto más lejos de Salvador y más dentro de las ciudades y los pueblos de Bahía uno va, más absurdo parece que sea el mismo estado que es anfitrión de la celebración callejera más grande del mundo. Cada vez menos pobladas, las autopistas realizan una suave transición desde asfalto al polvo.
En Santiago do Iguape, más de 96 kilómetros al oeste de la ciudad capital, la vida transcurre a un ritmo más lento. “Solo queremos tirarnos al río antes de que termine el día, observar a las mujeres que juntan crustáceos trabajar, cuidar a nuestros adultos mayores y escuchar cuando nuestros hombres y mujeres cantan y hablan”, menciona Adinil de Souza, líder de la comunidad local. Poblada por descendientes de esclavos fugitivos, este pequeño pueblo no tiene problema en mantener las cosas como siempre han sido.
Desde sus comienzos, las celebraciones de carnaval aquí las controlan un grupo de niños de la ciudad que se cubren con espeluznantes sábanas y máscaras, mientras corretean y asustan a los espíritus malos para sacarlos de la ciudad.
Cuando se les pregunta a los lugareños si los espíritus malos serían la aparición de antiguos dueños de esclavos, prefieren no indagar demasiado. “No sabría decirte eso”, señala de Souza.
Al final del día, todos en Santiago do Iguape se dan un atracón; el imponente río Paraguaçu garantiza la abundancia para los pescadores que enfrentan sus poderosas aguas muy temprano en la mañana.