Los “pueblos blancos” de Andalucía se formaron gracias a pandemias pasadas
Un viaje a través de las rutas del sur de España muestra cómo las viejas tradiciones de los pueblos blancos de Andalucía cobran nueva vida, tras ser atravesados por diferentes pandemias a lo largo de la historia.
Los “pueblos blancos” como Camares, fotografiado aquí, cubren la cima de las colinas en Andalucía, al sur de España. Cuando una serie de epidemias arrasó con la región entre los siglos XVI y XIX, las casas fueron pintadas de blanco con cal como medida de protección contra las enfermedades.
Las pálidas aldeas se asoman desde la cima de las colinas que salpican el campo de Andalucía, en España, pero los “pueblos blancos” comparten más qué una bella arquitectura. Fueron construidos para defender a las comunidades de los invasores durante siglos de conflicto.
Hoy esos conflictos han terminado, pero la comunidad permanece. Un pueblo blanco llamado Algar recientemente comenzó una campaña para que la tradición local conocida como “charlas al fresco” fuera reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Este honor reconoce la importancia de las creencias, las costumbres y las habilidades tales como el baile, la preparación de comida y artesanías intrínsecas a culturas y lugares específicos.
Qué son las “charlas al fresco” y por qué peligran
“Todos traemos sillas en la calle para pasar el tiempo con nuestros amigos y vecinos. Ha estado sucediendo desde tiempos inmemoriales”, dice el alcalde de Algar, José Carlos Sánchez, nacido y criado en esta comunidad andaluza de tan solo 1.442 habitantes. “Es una cosa especial ver a las personas grandes y jóvenes sentadas en la calle juntas”.
Escondido en el valle de las montañas de la Serranía de Ronda, Ubrique es uno de los 19 pueblos blancos desparramados por el sur de España.
Esta charla comunal prolongada tiene el poder de superar divisiones sociales y políticas y une a la comunidad para compartir noticias, asegura el alcalde que realizó el pedido a la UNESCO el verano pasado. Cuando la pandemia lo permitió, los residentes se pusieron sus mascarillas y retomaron las charlas.
Sin embargo, cada vez menos gente se une a la socialización en la calle por las tardes, atraídos en cambio por las plataformas online, se lamenta Sánchez. Un viaje a través de la ruta de los pueblos blancos de Andalucía no sólo revela una tierra una vez atrapada entre reinos medievales en guerra, sino también una forma de vida amenazada por las rápidamente cambiantes normas sociales.
Los pueblos blancos de Andalucía y su historia
Algar es uno de los 19 pueblos blancos en el extremo sur de España. En la Edad Media tardía estos pueblos formaban una frontera disputada.
Al norte estaban los reyes cristianos, deseosos de reconquistar la Península Ibérica. Lucharon contra el Emirato Nacérido de Granada, un reino moro gobernado desde el magnífico Palacio de la Alhambra.
El emirato se rindió ante las fuerzas cristianas en 1492, pero los moros de lengua árabe dejaron su legado arquitectónico grabado en el paisaje.
Los pueblos probablemente comenzaron a adquirir su tonalidad distintiva durante la era islámica, asegura Eduardo Mosquera Adell, quien estudia arquitectura histórica en la Universidad de Sevilla, y señala que el erudito árabe-andaluz del siglo XIV Ibn Khaldun ya describía un método para hacer pintura blanca a partir de cal hidratada.
Por qué se llaman pueblos blancos
Los empedrados decoran las calles de Frigiliana, un pueblo blanco conocido por su historia mora.
La cal ayudaba a mantener los hogares frescos durante el caluroso verano andaluz, según Mosquera, y con el tiempo su color prístino también se comenzó a asociar con la higiene: cuando una serie de epidemias desde la plaga hasta el cólera y la fiebre amarilla azotaron la región entre los siglo XVI y XIX, las casas se pintaron con cal.
Es posible que esta medida realmente haya ayudado: los estudios demuestran que la cal puede eliminar la bacteria que causa el cólera.
Sobreviviendo año tras año a las enfermedades, algunos de los pueblos de Andalucía lentamente se convirtieron al blanco puro que aún hoy brilla bajo el sol constante del sur de España.
Qué se ve en la ruta de los pueblos blancos
Hoy en día los pueblos blancos de Andalucía son también un punto de orgullo cultural. La producción tradicional de cal andaluza fue premiada con el reconocimiento de la UNESCO en 2011 y el Museo de Cal de Morón, al sudeste de Sevilla, enseña el proceso de producción artesanal a los visitantes.
La Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, una de las más famosas de Andalucía, y el castillo árabe del siglo XXII dominan el horizonte de Olvera.
“Este tipo de reconocimiento puede alzar la conciencia sobre la herencia compartida de la comunidad”, comenta la antropóloga Gema Carrera Díaz, directora del Atlas de Herencia Inmaterial de Andalucía.
Mientras que la pintura industrial ha suplantado mayormente a la cal en Andalucía, Carrera dice que la designación de la UNESCO ayudó a motivar un resurgimiento. “Es realmente importante desde una perspectiva educativa”.
Para ver cuán espectaculares pueden ser los pueblos blancos, se debe alquilar un vehículo y conducir hacia las colinas. Unidos por una maraña de estrechas carreteras de montaña, los pueblos blancos de Andalucía invitan a viajes placenteros que revelan los modos de vida tradicionales que se han perseverado aquí.
Empieza el viaje en la esquina noreste de la región de los pueblos blancos, donde las filas de olivos de hoja plateada se alejan de la cima de la colina de Olvera. Desde allí, un camino corto lleva a Setenil de las Bodegas, donde los hogares históricos fueron construidos directamente dentro de acantilados colgantes.
Decenas de restaurantes con terraza fueron construidos dentro de las cuevas en Setenil de las Bodegas, España.
El paisaje se torna salvaje a medida que la carretera gira hacia el sudoeste y se adentra en el Parque Natural Sierra de Grazalema y hacia Zahara de la Sierra, un pequeño pueblo que da buen uso a su espectacular ubicación en la cima de un promontorio rocoso.
Se conduce en zigzag sobre el alto paso de Puerto de las Palomas para llegar a Grazalema, un pueblo de pastores de ovejas, famoso por su queso añejo y sus abrigadas ropas de lana.
Cuando las cimas de las montañas hayan dado lugar a terrenos ondulados de cultivo, habrás llegado a Algar, el bello y pequeño pueblo blanco dónde aún transcurren las charlas al fresco durante el verano.
El futuro de las “charlas al fresco” en Algar (y en Andalucía)
Esta costumbre no pertenece solo a Algar, advierte Carrera. “Es una tradición que se ve en muchas partes de Andalucía y a través del Mediterráneo”, aclara. “Los veranos son muy calurosos, por lo cual las personas siempre han salido para refrescarse y las culturas aquí han puesto mucho valor en la socialización”.
Está integración al aire libre sufrió cuando los automóviles ocuparon las ciudades, reflexiona Carrera, y señala que el aire acondicionado y la tecnología moderna también han contribuido a cambiar los patrones de comportamiento social.
Pero cuando se trata de preservar la herencia, afirma, las costumbres no necesitan ser singulares para ser merecedoras de reconocimiento. Es más significante que sean representativas, y ésta lo es.
Para un pueblo como Algar, el proceso de solicitud de reconocimiento de la UNESCO puede ayudar a sostener un modo de vida tradicional. Puede disparar conversaciones acerca de valores compartidos y acerca de cuáles costumbres deberían ser conservadas en los años por venir.
“Especialmente en un momento como éste, en una pandemia, cuando tanto está cambiando y tantas relaciones sociales están cambiando, puede tener un importante efecto sobre la comunidad”, agrega Carrera. “La gente comienza a sentir orgullo de esta práctica, lo que luego adquiere un nuevo valor”.
Por qué las “charlas al fresco” buscan ser reconocidas por la UNESCO
La campaña del alcalde de Algar para conseguir el reconocimiento de la UNESCO no se trata solamente de mirar hacia atrás. Sánchez también espera que sus esfuerzos traigan energía fresca a un pueblo tranquilo que pocos forasteros conocen, incluso españoles de ciudades cercanas.
Sanchez quiere hacer el pueblo conocido por ser amigable e insiste en que los viajeros son más que bienvenidos.
Por ahora, la solicitud ante la UNESCO continúa pendiente. El proceso de reconocimiento puede demorar años. En Algar, sin embargo, Sánchez ya ha visto resultados.
“Luego de haber lanzado la campaña de la UNESCO, vi un coche acercarse un verano y dos extraños salieron con un par de sillas de playa”, cuenta, riéndose del recuerdo. El alcalde se alegró porque estos dos forasteros habían escuchado sobre la tradición y se acercaron a participar.
“Ven a Algar para la próxima charla de verano”, Sánchez me dijo, “hasta puedes traer una silla de playa”.
Establecida en Vermont, Estados Unidos, la escritora de viajes Jen Rose Smith cubre aventuras al aire libre, lugares remotos y cocina tradicional para CNN, Washington Post, Outside y otros. Síguela en Instagram.