Explorar las peligrosas cuevas glaciares del monte Rainier para contribuir a la ciencia

Este equipo cruzó lagos invisibles de gas nocivo para investigar las misteriosas cuevas de la montaña y buscar pistas sobre la vida en Marte.

Por Andrew Bisharat
Publicado 18 oct 2018, 13:18 GMT-3
James Frystak, miembro del Mount Rainier Fumarole Cave Expedition, en el camino principal de una cueva ...
James Frystak, miembro del Mount Rainier Fumarole Cave Expedition, en el camino principal de una cueva de hielo en la montaña.
Fotografía de Francois Xavier DeRuydts, National Geographic

¿Hasta dónde llegarías en nombre de la ciencia y la exploración? Un equipo de espeleólogos e investigadores que estudian las curiosas cuevas glaciares del monte Rainier encontraron la respuesta luego de que el   Servicio de Parques Nacionales   (NPS, por sus siglas en inglés) les rechazara una autorización.

El equipo de la Mount Rainier Fumarole Cave Expedition [expedición a las fumarolas del monte Rainier] había solicitado permiso para usar un helicóptero para transportar 815 kilos de equipamiento científico, médico, de seguridad y expedición a un campamento a 4400 metros de distancia. Necesitaban el equipo para trabajar sobre un cráter volcánico debajo de la cumbre del monte Rainier. Además, en el equipo había elementos que podían utilizarse en el futuro para crear un robot montañista de la NASA que pudiera explorar Marte. El NPS, sin embargo, rechazó la solicitud argumentando que era necesario un estudio sobre los efectos ambientales.

Como consecuencia, el líder del equipo, Eddy Cartaya, recurrió a las viejas tácticas de montañismo del siglo XIX para subir los equipos a la cima de la montaña.

Sin rendirse ante la burocracia de nuestro siglo, Cartaya recurrió a viejas técnicas de montañismo del siglo XIX para subir los equipos a la cima de la montaña.

A finales de julio de 2017, más de 100 personas –entre ellos, rescatistas de montaña, espeleólogos de la National Speleological Society y otros lugareños–, se ofrecieron a cargar el equipo desde el estacionamiento hasta la cima del gran pico de las Cascadas.

El monte Rainier domina el paisaje de la región. Tiene una prominencia topográfica –la altura con respecto a la topografía del entorno– de 4026 metros, lo que supera al K2. La mayoría de los montañistas tardan de dos a tres días en ascender por las laderas cubiertas de hielo, y a la cumbre llegan deshechos por el gran esfuerzo y la altura.

"Lo máximo que los montañistas pueden hacer es tomarse una foto y emprender la bajada. Nadie en su sano juicio querría pasar 10 días allí", comenta Cartaya.

Para Cartaya y su equipo, la cumbre del Rainier es el punto de partida hacia la verdadera aventura. En lo profundo del glaciar que cubre el cráter de la cumbre, se encuentran las fumarolas, una serie de túneles y cavidades de 3, 5 kilómetros de largo y 142 metros de profundidad, que se forman en la capa glaciar por el vapor y los gases que se desprenden del vientre de la montaña.

"Es terrible permanecer allí por mucho tiempo", explica Cartaya. "Siempre tienes frío. Siempre estás cansado. Te sientes mal. Estás agotado. De verdad es malísimo. Pero hay una excitación que tiene que ver con la pasión por este trabajo y por hacerlo en equipo.  Supongo que ser parte de algo así genera un tipo de euforia particular”.

A principios de la década de 1970, las fumarolas del Rainier fueron exploradas por primera vez por Bill Lokey –espeleólogo de Seattle–, pero aún no han recibido la atención suficiente.

Los objetivos de esta expedición de varios años, programada para concluir en 2020, son completar un estudio tridimensional de dos sistemas de cuevas en la capa de hielo, y realizar estudios de geomicrobiología, geoquímica y climatología.

Sin embargo, el ingreso a las cuevas implica riesgos particulares y extremos.

Un miembro del equipo desciende sujetado a una cuerda por una sección del cráter que lleva ...
Eddy Cartaya, líder del equipo, y Woody Peebles miden la densidad de hielo en una cueva.
Fotografía de Francois Xavier DeRuydts, National Geographic

Lagos asesinos e invisibles

En el fondo de fosos y túneles sin salida, se forman "lagos" invisibles e inodoros a partir de un gas de dióxido de carbono relativamente más pesado que liberan las fumarolas. Estos lagos de CO2 representan uno de los peligros más graves de las cuevas, y obligan a los miembros de la expedición a llevar monitores de CO2 y respiradores que proporcionen los 20 minutos de aire necesarios para escapar.

El equipo ya tuvo varios sustos. Durante el viaje de 2017, Christian Stenner, espeleólogo canadiense, se resbaló en un camino empinado y cayó en uno de los pozos cercanos a la cumbre de Rainier. Mientras caía, rocas gigantes iban rebotando a su lado.

Por suerte, en un momento el camino se cortó, y allí se detuvo, ileso. Estaba teniendo problemas para respirar, y al principio creyó que era por el sacudón de la caída, pero pronto se dio cuenta de que era una trampa de CO2.

"Tuve pánico y sentí que moría", comenta Stenner. "Sabía que no tenía suficiente aire, y tuve la sensación de que me iba a desplomar".

Stenner alcanzó a su compañero de equipo, se compuso, y finalmente los dos lograron escapar de la cueva antes de desmayarse.

En otro incidente, el propio Cartaya padeció la surrealista "asfixia química" de la trampa de CO2. Cartaya comenta: "Recuerdo que sentí una sensación de muerte inminente, como si me hubiesen puesto una bolsa en la cabeza. Es una sensación  muy aterradora".

Habiendo conocido los peligros del CO2 en las cuevas, el equipo ha trabajado para mitigar los riesgos con medidas de seguridad y equipos de protección.

La ciencia continúa

El equipo de Mount Rainier Fumarole Cave Expedition tiene más de un objetivo. Los estudios geográficos contribuirán al trazado de mapas e investigaciones futuras, y actividades de rescate, ya que hubo montañistas que debieron esperar en las cuevas a que pasara el mal tiempo. Los estudios científicos ayudarán a los investigadores a comprender los complejos procesos de formación de cuevas y a modelar la ablación del glaciar.

Además, el Dr. Penny Boston, director del Instituto de Astrobiología de la NASA, está interesado en la geomicrobiología de las cuevas. Los "extremófilos", unos organismos pequeños y extraños, viven en estos ambientes increíblemente hostiles, y se alimentan de los gases nocivos liberados por las fumarolas. Estos entornos podrían representar lo que sería la vida en lugares como Marte, y algunos de los experimentos en Rainier pueden acelerar la creación de un robot montañista que recopile este tipo de muestras en Marte.

"Es muy gratificante poder promover la ciencia y facilitar estos descubrimientos académicos para hacer una representación holística de la cueva", explica Cartaya.

El año que viene, Cartaya y su equipo esperan contar con algunos anemómetros, dispositivos caros y extremadamente frágiles que miden el flujo de aire, la temperatura y otros datos. Sin embargo, Cartaya cree con optimismo que en 2019 les concederán un permiso de helicóptero para poder transportar el delicado equipo.

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