¿Hubo persecución de brujas en América Latina?
El tribunal de la inquisición de Lima condenó a mujeres por prácticas diabólicas desde 1569 hasta 1820.
Un grupo de mujeres posa frente a un cartel que recuerda los juicios de brujería de 1692, en Salem, Estados Unidos.
En 1703, cuando gran parte de América Latina era el Virreinato del Perú, en Tucumán (actual Argentina), Don Francisco Luna y Cárdenas denunció y llevó a juicio frente al tribunal de Lima a su esclava negra Inés, por hechizar a su esposa y provocar la muerte de sus dos hermanas. Un médico español, de apellido Vargas Machuca, ofició como testigo de la brujería. Él había convencido a Luna y Cárdenas de que su criada había “tocado la cabeza de su ama”, para luego intentar asesinar al mismo Don Francisco. Frente al tribunal, el médico denunció que la mujer había vomitado “guesitos... que parecían ser de sapo... y unos palos de yerva [sic] y otras inmundicias, votones de asahar [sic] que no se pudo determinar lo que eran”. La declaración de Vargas Machuca era suficiente de por sí para que Inés fuera declarada culpable y encarcelada.
De acuerdo a los registros de la época, la confesión de brujería no tardó en llegar: Inés fue brutalmente torturada. En su declaración, admitió que el diablo le hablaba y que vestía un traje español. Además, que “había hecho un trato de darle a su alma al tiempo que le enseñó el arte de la hechicería”. También confesó cómo “desatar” el maleficio, para que Don Francisco y su mujer regresaran a la normalidad: debían buscar en un agujero tapado con una bayeta en un rincón del calabozo, donde hallarían un sapo color blanco, que en su barriga albergaba el encanto. El sapo debía ser puesto en la cabecera de la cama del matrimonio. Según testificaron vecinos y notables de Tucumán, el animal fue puesto donde se había indicado, y allí expulsó catorce espinas y tres cabellos del enfermo, entre otras inmundicias.
Inés fue considerada culpable, encarcelada y quemada en la hoguera.
Este relato fue uno de los muchos casos de mujeres acusadas de hechicería y castigadas en territorio argentino, aunque es imposible saber con exactitud cuántas. “Existen casos conservados. Pero un examen cuantitativo resulta imposible, dado que muchas fuentes se perdieron”, explica Juan Bubello, director del Centro de Estudios sobre el Esoterismo Occidental de la UNASUR (CEEO)-organización académica independiente afiliada a la European Society for the Study of Western Esotericism, en entrevista con National Geographic. “El juicio de Inés se caracterizó por la brutalidad excepcional de la pena impuesta (la hoguera) y sería el primer caso documentado de pena de muerte por hechicería en las tierras que luego serían la Argentina”, señala Bubello, quien recopiló en su libro Historia del Esoterismo en Argentina, cuatro casos de mujeres condenadas por el tribunal de Lima en territorios argentinos, entre los cuales aparece el de Inés.
Hace ya algunos años que occidente empieza a revisar y repensar su historia, y cuestionar estos asesinatos. En Escocia, por ejemplo, la asociación Brujas de Escocia (Witches of Scotland) empezó “una campaña en búsqueda de justicia, para conseguir un indulto legal, una disculpa y un monumento nacional para las miles de personas -en su mayoría mujeres- que fueron condenadas por brujería y ejecutadas entre 1563 y 1763″, según se lee en su página.
El Parlamento Catalán dio un paso más, al aprobar una resolución que “repara” la memoria de las mujeres condenadas por brujería en Cataluña. Donde, según estimaciones de expertos, entre los siglos XI y XVII fueron ejecutadas al menos 700 mujeres acusadas de hechicería. Otras cientos recibieron otras sanciones más leves.
En América del Sur, el tribunal de la inquisición de Lima funcionó desde 1569 hasta 1820. A partir de 1613 en Córdoba (Argentina) funcionó una comisaría de la Inquisición, dependiente del tribunal de Lima, hasta que fue abolida en 1813, por mandato de la Asamblea del año 13. “Aquí hubo una inquisición muy estricta. Así como en otras zonas de América. Se aplicaron todas las torturas peninsulares”, asegura Alicia Poderti, doctora en Historia e investigadora del Conicet, en entrevista con National Geographic. La santa inquisición fue un tribunal creado por la Iglesia Católica Apostólica Romana dedicado a la supresión de la herejía. En 1484, el Papa Inocencio VIII llama a luchar contra la brujería en la bula Summis desiderantes affectibus.
Según relata el libro La historia del tribunal de la inquisición de Lima, escrito por José Toribio Medinala en 1887, durante la cuaresma del año de 1629 se leyeron y fijaron en las puertas de las iglesias unos escritos que llamaban a herejes a confesar. Decían: “muchas personas, especialmente mujeres fáciles y dadas a supersticiones, con más grave ofensa de nuestro Señor, no dudan de dar, o cierta manera de adoración al Demonio, para fin de saber de las cosas que desean, ofreciéndole cierta manera de sacrificio, encendiendo candelas y quemando incienso y otros olores y perfumes, y usando de ciertas unciones en sus cuerpos, le invocan y adoran con nombre de ángel de luz, y esperan de las respuestas o imágenes y representaciones aparentes de lo que pretenden, para lo cual, las dichas mujeres, otras veces se salen al campo de día y a deshoras de la noche, y toman ciertas bebidas de yerbas y raíces, llamadas el achuma y el chamico, y la coca, con que se enajenan y entorpecen los sentidos, y las ilusiones y representaciones fantásticas que allí tienen, juzgan y publican después por revelación, o noticia cierta de lo que ha de suceder”.
Luego de ser acusada de un delito religioso, la persona era apresada y obligada a presentarse frente al tribunal en un acto público llamado “auto de fe”, donde abjuraba de sus pecados y mostraba su arrepentimiento. El tribunal luego decidía la penalidad. El libro de Medinala recopila todos los procesos documentados realizados por el tribunal, entre los que aparecen numerosos autos de fe por hechicería.
El juicio más antiguo que se conoce, según el Bubello, data del año 1595, cuando Ana de Córdoba debió pagar mil pesos de multa por “recurrir a indias hechiceras para que procurasen que su marido se muriese o no regresase a Santiago del Estero (Argentina)”. Ana había contraído matrimonio por segunda vez, con el capitán Blas Ponce, luego de que su marido Melchor de Villagomez viajara a España. El problema de las segundas nupcias -incluso terceras y cuartas- es uno frecuente en los datos del libro de Medinala.
Indias y esclavas
En 1761 Lorenza y Francisca, nativas de la comunidad de Tuama, Santiago del Estero, fueron torturadas luego de haber sido acusadas de brujería. La tortura consistía en atarlas con una soga de manera tal que colgaran del techo, mientras que de sus pies colgaron un pesado hierro que no llegaba a tocar el suelo. En esta posición se las interrogó, pero ambas murieron antes de recibir una condena. Las “indias” habían sido denunciadas por el alcalde indígena, quien aseguraba que habían causado una enfermedad en su esposa María Antonia.
Los historiadores aseguran que, en su gran mayoría, las mujeres perseguidas por brujería eran “indias” y negras, quienes, “al practicar sus costumbres ancestrales, como adorar al Inka, fueron clasificadas por el aparato inquisidor como seguidoras del demonio”, explica Poderti del Conicet. La investigadora recopila en su libro, Brujas Andinas, como algunas de ellas escaparon hacia las altas punas para poder practicar sus cultos sin ser perseguidas. Sin embargo, “muchas de ellas fueron descubiertas en el servicio de los rituales incaicos y quedaron automáticamente clasificadas dentro de la categoría europea de 'brujas'”, aunque solamente practicaban rituales relacionados con otras religiones y creencias. Bubello, del CEEO, explica que para los colonizadores españoles, las prácticas de los pueblos originarios eran “supersticiones” e “idolatrías” que debían ser “extirpadas” para poder enseñar la doctrina cristiana y en última instancia, si persistieran con la “hechicería”, serían castigadas (con encierros, azotes, pero muy excepcionalmente la muerte).
Bubello hace una diferencia teórica entre la hechicería y la brujería: “Lo que vemos en las fuentes no son acusaciones de ‘brujería’, sino de ‘hechicería' (donde la construcción de pacto colectivo en un ‘Aquelarre’ no aparece y por ende, la sanción punitiva, en principio, es mucho menor)”.
La campaña contra las adivinas
En 1901, la revista Caras y Caretas publicó un artículo en el que relata -entre pintorescas descripciones de la Buenos Aires de antaño y sus habitantes- el proceso contra “adivinas”, “curanderas” y “nigromantes”. Las autoridades habían recuperado instrumentos de uso esotérico como barajas de tarot y pociones, de dentro de los “consultorios”, que fueron retratados en fotografías. Las personas -en su mayoría mujeres- fueron acusadas de terrorismo, superstición y fraude.
“Las adivinas, esta Infame comparsa de malas mujeres que generalmente alternan con otros oficios bajos «Ia profesión» tiene sus mártires también, sus desequilibradas convencidas, pobres locas, creyentes en el demonio y las exorciones, que oyen «voces Interiores», impulsándolas á desempeñar en el mundo su misión sobrenatural”, escribió el autor.
“En fin... felicitémonos, felicitemos a la autoridad, que ha asestado un golpe certero en pleno corazón de esta barbarie escondida en la cultura metropolitana”, finaliza. En el artículo nada se dice de las declaraciones de los apresados, ni si tuvieron defensas en la operación dirigida por el juez Servando Gallegos y el comisario Eduardo Vivas. Tampoco se mencionan condenas.