Producción de açaí: una comunidad brasileña apuesta por un modelo sustentable y redituable en la desembocadura del Amazonas
En el norte de Brasil, en el estado de Amapá, productores locales emplean una técnica de mínimo impacto que permite ayudar a conservar más de 200 especies y almacenar 170.000 toneladas de CO2, mientras genera ingresos para la población local.
Con la ayuda de una peconha, una cuerda hecha con materiales orgánicos y trenzada en forma de círculo alrededor de los pies, el peconheiro sube a una palmera de açaí (pronunciado asaí). Este fruto es también conocido como azaí, huaçaí, murrapo y naidí.
Archipiélago de Bailique, Amapá. En el viaje en barco de 160 kilómetros desde Macapá, capital del estado brasileño de Amapá, hasta el archipiélago de Bailique (en la desembocadura del río Amazonas), una especie se destaca en el bosque ribereño: la palmera de açaí (pronunciado “asaí”), cuyo fruto es también conocido como azaí, huaçaí, murrapo y naidí. Estos árboles, símbolo de la rica biodiversidad de la zona, son la base de una actividad económica que, sin recurrir a la tala, sostiene la vida de miles de familias de la región.
En 2016, la industria artesanal de la extracción de açaí en el archipiélago de Bailique entró en una nueva etapa. Los productores locales se unieron para crear una cooperativa y adaptaron sus técnicas tradicionales para obtener la primera (y hasta ahora única) certificación para la gestión forestal del açaí, otorgada por el Consejo de Administración Forestal (FSC, por sus siglas en inglés), una organización internacional que vela por la administración responsable de los recursos forestales. El diciembre de 2021, los 128 productores dieron otro paso importante en la valorización del açaí al inaugurar un emprendimiento industrial para procesar la pulpa de esta fruta.
“La palmera de açaí es una especie que necesita sol y sombra. Si está demasiado expuesta al sol, producirá un açaí seco, de baja calidad, que no tendrá muchos nutrientes. Si está demasiado a la sombra, no se desarrollará lo suficiente como para ofrecer una gran producción”, observa Amiraldo Picanço, de 35 años, productor de açaí y presidente de la Cooperativa de Productores Extractivistas Agrarios de Bailique y Beira Amazonas (Amazonbai), mientras navegamos por la desembocadura del río Amazonas. “Intentamos mantener este bosque en equilibrio, con una intervención mínima en la naturaleza”.
Las palmeras de açaí con troncos delgados pueden alcanzar los 25 metros de altura. En los bosques autóctonos es posible encontrar hasta 12 de estos árboles en un mismo lugar. Esto genera una fuerte competencia por los nutrientes y, en consecuencia, reduce los racimos de açaí, explica Amiraldo. Para mantener las arboledas de açaí bajas y productivas, los productores cortan las palmeras torcidas o las que superan los 12 metros, que representan un mayor riesgo de accidentes al cosechar.
La gestión de la producción de açaí promueve que las palmeras se mantengan a una distancia de cinco metros entre sí, intercaladas con especies típicas de esta región de llanura de inundación.
En las áreas gestionadas, una palmera de açaí se encuentra a unos 5 metros de otra, intercalando especies típicas de la región de la llanura de inundación, como los árboles de andiroba, pracaxi (conocidos también como dormilón, capitancillo, gavilán y quebracho) y el jobo (también llamado jobo, yuplon y, en portugués, taperebá).
De este modo, los productores reducen la competencia por los nutrientes entre los árboles de açaí, que en consecuencia producen racimos más grandes y maduros con frutas de mejor calidad, al tiempo que preservan la flora autóctona, la que, a su vez, sostiene a la fauna local.
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La preocupación por la biodiversidad se extiende también hacia la conservación de los árboles donde las abejas instalan sus colmenas, como el andiroba y el capirona, y donde anidan las aves, como el taperiba (o mango ciruelo) y el pracaxi. Este escenario, que por supuesto no se ve en los monocultivos de açaí, mostró a los productores los beneficios de mantener el ecosistema en equilibrio en la desembocadura del Amazonas.
“La naturaleza hace casi todo el trabajo por nosotros”, observa Amiraldo. “Es la marea la que riega, con el agua del río. La fertilización se produce por la materia orgánica de las hojas de açaí, de la trilla y de los racimos. La polinización la realizan las abejas que están en medio del bosque”.
Amiraldo creció en la zona rural de Macapá. Hijo de agricultores, formó parte de la primera generación de graduados de la carrera de Ingeniería Forestal de la Universidad Federal de Amapá y su maestría, realizada en la misma institución, se especializó en la gestión del açaí. Su primera visita a Bailique se dio en 2009, mientras trabajaba como asistente técnico en el Instituto Forestal del Estado de Amapá. Volvió a visitar las islas cuando era pasante en la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa, por sus siglas en portugués), acompañado por investigadores que fueron pioneros en la introducción de técnicas de gestión del açaí en la región.
Bailique es un distrito compuesto por ocho islas situadas en la desembocadura del río Amazonas. Abarca 1.700 km2 del estado brasileño de Macapá y es el hogar de 7.600 habitantes repartidos en 51 comunidades. Amiraldo, presidente de la cooperativa de productores de açaí desde marzo de 2021, posee una superficie certificada de 10 hectáreas en São Pedro do Bailique, en la isla de Franco.
Una vez recogidas de la parte superior de las palmeras, las semillas se trillan en una lona para ser embolsadas en el mismo lugar.
En 2019, Amazonbai obtuvo dos declaraciones de demostración de servicios ecosistémicos del FSC, para la conservación de la diversidad de especies y las reservas de carbono forestal. Para probarlos, los productores realizaron un inventario con 259 especies importantes para la biodiversidad de la región. Seis de ellos tienen un estatus vulnerable según el Ministerio de Medio Ambiente del Brasil (el jaguar o yaguareté, el oso hormiguero gigante, el mono aullador o guariba, la paloma vinosa, el tucán pechiblanco o tucán de pico rojo y el tucán guarumero o tucán de pico negro) y dos están amenazados según la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (el correlimos semipalmeado y el pájaro carpintero pechinegro).
En la actualidad, hay 85 gestores en Bailique y 43 en Beira Amazonas. Según Amiraldo, hay otros 200 productores inscritos, que están pasando por un proceso que incluye el mapeo de la zona y cursos de gestión, cooperativismo y primeros auxilios. “Es prácticamente un año de formación, para adaptarse a nuestras normas y poder cooperar con Amazonbai”.
La certificación FSC, obtenida a finales de 2016, tiene una validez de cinco años. Durante este periodo, el Instituto de Gestión y Certificación Forestal y Agrícola del Brasil (Imaflora), certificador autorizado por el consejo, realizó un seguimiento anual. En el último año de este periodo se realiza una auditoría de recertificación. Ésta debía haberse realizado en 2021, pero debido a la pandemia de COVID-19, se pospuso a 2022.
“Las buenas prácticas incluyen el cumplimiento de toda la legislación aplicada a esa actividad (medioambiental, laboral, fiscal), la exigencia de garantizar el derecho de posesión y uso de la tierra y los recursos que se gestionan y el respeto a los derechos de las poblaciones tradicionales de ese territorio”, señala Bruno Castro, coordinador de certificación de Imaflora. La cooperativa también debe desarrollar un mecanismo para proteger la zona certificada, de modo que no se produzca la conversión del bosque en unidades de gestión para otros usos, ni actividades ilegales como la deforestación, la degradación, el robo de madera y la caza.
“Más que solamente mantener el bosque en pie, Amazonbai se preocupa por el funcionamiento del ecosistema, preservando las características propias del bosque al máximo, en términos de estructura, composición y diversidad de especies de fauna y flora”, analiza el ingeniero forestal. La cooperativa, agregó, “mantiene otras especies de palmeras, otros árboles que también son importantes para el funcionamiento de ese ecosistema, el estado del suelo, el río y las APP [áreas de preservación permanente] y entiende la importancia de la fauna para polinizar, para dispersar semillas”.
El archipiélago de Bailique es un distrito de Macapá, capital del estado brasileño de Amapá. Está formado por ocho islas y es habitado por 7.600 personas. Vila Progresso es el distrito principal y más poblado, donde se concentran los servicios estatales básicos como la sanidad, los correos y la escuela.
Gestión del impacto mínimo
Una mañana de diciembre, cuatro productores se adentran en busca de açaí a través del bosque gestionado en São João Batista. En este pueblo de la isla de Curuá, la familia Barbosa vive desparramada en dos docenas de casas, rodeadas por la selva amazónica por la que fluye el arroyo Macaco. De los 80 familiares que viven en la comunidad, nueve son productores de la cooperativa.
“Todo esto está certificado. Es un área que, si tienes que caminar, te lleva dos horas, tanto de ida como de vuelta. Es todo un bosque de açaí. Esta gestión se hizo hace unos tres años, por lo que requiere mantenimiento”, comenta Pedro Barbosa, de 43 años.
“Nuestra intención es hacer una gestión de impacto mínimo, porque tanto nosotros como los animales vamos a disfrutar de este bosque. Cuando empezamos a gestionar el terreno, observamos la gran diversidad”, continúa Pedro. “Tanto es así que cada vez las especies se reproducen más en aquellas zonas en las que se interviene de forma correcta y que no dañan el medio ambiente”.
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Pedro también atribuye a la gestión un cambio en la cosecha, que tradicionalmente se produce de marzo a agosto. “Solía llegar a finales de agosto sin haber tomado açaí”, dice el productor, cuya unidad de gestión abarca nueve hectáreas. El pasado mes de diciembre, durante la visita del reportero, todavía había açaí por cosechar.
Diogo sube rápidamente a recoger los racimos de açaí en una palmera. En cinco minutos, ya ha bajado y entregado los racimos a sus tíos, Pedro y Fabrício, para el proceso de trilla (la retirada de los frutos negros, que caen sobre una lona extendida en el suelo del bosque). A continuación, los hermanos inician la recolección, la primera etapa del proceso de limpieza en la gestión. Sacan los tallos de la escoba, además de los huesos (como se llama el açaí in natura) secos y verdes.
Es en este momento cuando los productores identifican si hay presencia de chinches, huésped del protozoo que causa la enfermedad de Chagas. A continuación, vierten el açaí seleccionado y limpio en una bolsa con una capacidad de 28 kilos, el equivalente a dos latas de fruta. La bolsa está hecha de hilos de nylon, para mantener el açaí aireado hasta que llegue al barco de la cooperativa.
Cuando la idea de una nueva gestión forestal llegó a Bailique, Fabrício, de 40 años, hermano de Pedro, afrontó la idea con resistencia. “Fue doloroso cortar un árbol de açaí. Hoy, tengo una visión totalmente diferente. La productividad con la gestión es muy grande, duplica la producción”.
Fabrício dice que la familia ha conservado la naturaleza de São João Batista desde que sus abuelos maternos emigraron de Pará (otro estado nordestino del Brasil) a Amapá y se instalaron en el pueblo. Según él, la familia nunca cazó ni consumió carne de caza, ni invirtió en la extracción de madera, prácticas habituales en la región hasta la década de 1980. Vivían de los abundantes peces que habitaban el arroyo Igarapé do Macaco, ahora escasos desde que se secó el cauce.
En los años ‘90, los padres de Fabrício y Pedro vieron el potencial del açaí como actividad económica, una alternativa al palmito, un alimento poco rentable y que requería la tala de árboles. En esa época, ya aparecían los “intermediarios”, compradores interesados en la fruta de Bailique, procedentes principalmente de Pará.
El estado de Pará concentra el 62% de la producción de açaí en Brasil, ubicándolo cómodamente en el primer lugar, mientras que Amapá ocupa el quinto en la llamada Amazonía Legal (1,29%), según datos de 2020 del Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE). La Amazonía Legal es la denominación que recibe el área de actuación de la Superintendencia de Desarrollo de la Amazonía, un organismo del gobierno federal.
La pasión por el açaí llevó a Fabrício a estudiar su cadena de producción en la enseñanza técnica de la planta procesadora. “El açaí tiene tres fases: parau, preto (negro) y tuíra”, explica el bailiquense. “El parau está al principio de su cosecha: lo cosechamos para el consumo, pero no es bueno para el mercado. El negro es bueno para el mercado, pero la pulpa no es rentable. El tuíra ya es un producto de calidad, es muy rentable”. Al final de la cosecha, a principios de diciembre, los “bultos” recogidos por Barbosa estaban ya en la fase de tuíra.
Fabrício es director y productor de Amazonbai. Además, maneja una superficie certificada de algo más de 8 hectáreas. Estuvo en la reunión donde se fundó la cooperativa en 2017, pero la adopción por parte de los productores de Bailique de una gestión de mínimo impacto comenzó un año antes, con la creación del protocolo comunitario y la fundación de la Asociación de Comunidades Tradicionales de Bailique (ACTB), para atender las demandas y los intereses generales de los bailiquenses. En diciembre de 2016, la ACTB obtuvo la primera certificación FSC para la gestión del açaí.
Luego llegó Amazonbai, que, centrada en la cadena productiva de la fruta, se hizo cargo de la certificación. La cooperativa, a su vez, creó una planta procesadora (la Casa del Açaí) en el centro de Macapá, trabajando primero con el açaí crudo; expandiéndose luego hacia el procesamiento de la materia prima en el área rural del municipio, inaugurada el 10 de diciembre de 2021, con procesamiento de pulpa congelada. En 2018, Amazonbai obtuvo la certificación de cadena de custodia FSC.
Los articuladores locales de Bailique y Beira Amazonas avisan a los productores del día de recogida de cada semana, reciben las bolsas, las pesan, toman nota, emiten un recibo al cooperativista y envían el producto. El barco de la cooperativa tiene la bodega forrada de hielo y cubierta de espuma de poliestireno y tiene capacidad para almacenar 2.000 latas.
El entorno helado preserva el açaí durante el viaje de 12 horas desde Bailique hasta Porto de Santana, cerca de la planta procesadora. Ni bien se llena la bodega, comienza el viaje de 200 kilómetros por el río Amazonas. En la planta, el açaí pasa por un proceso de separación, lavado, blanqueo, despulpado y homogeneización, hasta que se transforma en pulpa congelada, que puede variar de 100 gramos a un kilo.
Hijo de agricultores, Amiraldo Picanço nació en la zona rural de Macapá y se graduó en ingeniería forestal. Descubrió su vocación por la gestión del açaí y hoy preside la cooperativa de productores de Bailique y Beira Amazonas, Amazonbai.
“La naturaleza hace casi todo el trabajo por nosotros. Es la marea la que riega, con el agua del río. La fertilización es por la materia orgánica de las hojas de açaí, de la trilla, de los racimos. La polinización la realizan las abejas que están en medio del bosque.”
Relaciones con el mercado
Geová Alves, de 36 años, presidenta de la ACTB y vicepresidenta de Amazonbai, observa que la relación entre productor e intermediario (de la comunidad o de fuera) sigue siendo muy fuerte. Pero, en opinión de la cooperativa, “es una relación muy deshonesta”. Asegura que “quien debería ser el mejor remunerado en la cadena de producción debería ser el dueño de la materia prima, que es el productor, sin embargo es el que menos recibe en esta relación”.
La unión de los productores en una cooperativa, sostiene Geová, ha dado fuerza para crear un nuevo mercado y establecer una relación institucional para la extracción del açaí en la región. “El objetivo es mejorar las condiciones de vida del cooperativista y no competir con el intermediario A, el intermediario B, la empresa A, la empresa B”.
Según Geová, de 2017 a 2019, el comportamiento del mercado de açaí en Bailique y Beira Amazonas refleja el accionar de la cooperativa. “Cuando la cooperativa funciona, el mercado tiende a mantener un precio alto. En 2020, no hubo cosecha de Amazonbai [debido a la pandemia] y la lata de açaí en Bailique [14 kilos de fruta in natura] alcanzó los 5 reales [1,01 dólar según la cotización actual]”, analiza el productor, que tiene una superficie certificada de más de 200 hectáreas en Macedônia, en la isla de Brigue. “Hay un beneficio económico. Aunque todavía no es lo ideal, porque sólo podemos añadir valor al producto a partir de la pulpa”.
El cambio en la dinámica del mercado ha ido más allá de Bailique. Los productores de Beira Amazonas se unieron a la cooperativa en 2019. La región también se encuentra en la parte amapense de la desembocadura del Amazonas, pero en tierra firme, donde viven aproximadamente 2.500 familias en 19 comunidades ribereñas entre Macapá y Bailique.
Aldemir Santos Corrêa, de 35 años, es consejero de la cooperativa y representante de Beira Amazonas, además de técnico de extensión rural en el Instituto de Desarrollo Rural del Estado de Amapá (Rurap). El ribereño creció recogiendo açaí con su padre en Beira Amazonas. Considera que 2021 marcó un “hito histórico”, porque por primera vez lograron vender un saco de açaí a un promedio de 160 reales [32,39 dólares]. “Por la relación que establecieron en el territorio, la cooperativa automáticamente va a comprar y el intermediario termina aumentando el precio, para competir”.
La capacidad de producción de los extractivistas de Amazonbai es de 480 toneladas de açaí por cosecha, estima la cooperativa. La planta procesadora, por su parte, puede procesar actualmente dos toneladas al día, pero, según Amiraldo, están trabajando para ampliar la capacidad a seis toneladas diarias.
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Aldemir entiende que la cooperativa no puede liberarse todavía de la relación entre productor e intermediario, ya que la planta procesadora de Amazonbai absorbe entre el 10% y el 30% de la producción. El resto se sigue vendiendo a intermediarios. Sin embargo, la competitividad de la cooperativa ha hecho más justa esta relación comercial.
Suele haber tres intermediarios en el camino del açaí, explica Aldemir. Cada uno de estos actores reduce la cantidad que se paga por bolsa, para aumentar su propio beneficio. Las empresas que industrializan la fruta suelen adelantar el dinero, generalmente 200 reales [40,49 dólares], y el precio que paga el intermediario al productor varía entre 90 y 120 reales [de 18,22 a 24,29 dólares] por saco. “Si la empresa paga un real por el intermediario, el precio aquí baja de 10 a 20 reales. En otras palabras, es una relación de mercado cruel y el que recibe menos es el productor”.
“En Beira Amazonas, cuando la cooperativa entró y estableció la jornada de compra, el precio estaba en 140 reales [28,34 dólares] el saco, pero podía bajar hasta los 100 reales [20,24 dólares]. La cooperativa vino y al día siguiente lo aumentó a 180 reales [36,44 dólares]. La cooperativa ganó, al igual que otros cientos de productores y comunidades de la región que venden el producto”, continúa Aldemir, productor con una unidad de gestión de 59 hectáreas en la comunidad de Nossa Senhora de Nazaré, en la desembocadura del río Macacoari, afluente del Amazonas.
En opinión de Aldemir, la gestión ha servido para mejorar el carácter de preservación del medio ambiente de los habitantes de Beira Amazonas y Bailique, lo que les anima a cuidar más de la naturaleza. “Además de valorizar, es una experiencia de aprendizaje permanente. Desde el momento en que se decide desarrollar esta actividad, se transmite de padres a hijos, de generación en generación. Frente a la deforestación y la devastación de la selva amazónica, aquí tenemos el sello de aprobación que certifica de que estamos cuidando bien esta selva”.
“Nuestra preocupación es hacer una gestión de mínimo impacto, porque tanto nosotros como los animales vamos a disfrutar de este bosque. Cuando empezamos a gestionarlo, observamos la gran diversidad.”
Un bosque revigorizado
En una mañana de verano, los primos Aldair y Geovani Corrêa se adentran en el bosque certificado del Retiro Flecheiro, en la comunidad de Nossa Senhora de Nazaré, en Beira Amazonas. Tras un paseo de unos minutos por la zona de conservación permanente, el bosque adquiere un aspecto diferente en la parte que Aldair gestiona desde hace dos años. Entre los macizos más antiguos, de unos 12 metros, podemos ver claramente la distancia entre los árboles cada cinco metros, así como la diversidad de especies de flora.
A lo largo de la zona gestionada brotan innumerables hijuelos, brotes que surgen de los árboles de açaí o de las semillas dispersadas por la fauna, fruto de la combinación de la reproducción de las plantas y de las semillas dispersadas por las aves y otros animales. Estos brotes son regados por el ciclo de crecidas de la desembocadura del río Macacoari y alimentados por los rayos de sol que llegan moderadamente al suelo a través de las hojas y ramas de los árboles autóctonos. Los macollos tardan hasta cuatro años desde la germinación en empezar a producir frutos.
Con la gestión, “dentro de un año verás que ya hay muchos brotes jóvenes, porque caen y se quedan en el suelo. Luego, con la luz, brotan. Cuando ocurre un espacio menos aireado, brota, pero no tanto”, observa Geovani, de 37 años. Acompaña a su primo en esta zona, pero también gestiona su propia tierra y es el organizador local de la comunidad en Nossa Senhora da Conceição.
Aldair gestiona cuatro de las 18 hectáreas de su unidad. Durante la cosecha, trabaja con el “sistema de aparcería”. Contrata al menos a un peconheiro (recolector de açaí) de la comunidad para que le ayude a cosechar el açaí, siguiendo los requisitos de la certificación. La cooperativa proporciona todo el equipo: casco, guante, machete con funda, lona, bolsa. Aldair se queda con el 50% de la producción y el agricultor contratado con la otra mitad. Cada uno gana hasta 600 reales por día [121,38 dólares] durante los cinco meses de cosecha.
En 2020, incluso con la suspensión de las actividades de Amazonbai debido a la pandemia, Aldair consiguió vender unos 80 sacos de açaí. En 2021, con el inicio de las operaciones de la planta procesadora, calcula que habrá entregado 100 sacos a la cooperativa.
El açaí es el principal ingreso de la familia de Aldair, que también trabaja como profesor de historia en la Escuela Familia Agroecológica de Macacoari, a la que Amazonbai destina el 5% de los beneficios. Además, cultivan un campo y pescan para su propio consumo, fuera de la zona de gestión. “El açaí es la actividad económica que da sostenibilidad a las familias, sobre todo por el precio, la producción y la actividad”, dice Aldair. “El productor viene aquí por la mañana y cosecha cuatro o cinco sacos. Pasa el resto de la tarde en otra actividad, ya ganando 200, 300, 400 reales”.
Los abuelos de Aldair, originarios de Pará, emigraron a Beira en la década de 1930, atraídos por un floreciente mercado de exportación de madera, cuero, palmito y caucho. Buscaban una vida mejor, pero acabaron en una situación análoga a la esclavitud. Trabajaban como agricultores en la propiedad donde vivían en Ipixuna Grande, pero todo lo que producían tenían que entregarlo a los propietarios de las tierras. Según Aldair, sólo consiguieron liberarse cuando emigraron a esa región de la desembocadura del Macacoari, a 10 kilómetros de distancia, y compraron un terreno de 300 hectáreas, donde eran los únicos residentes. Los abuelos repartieron la zona entre sus nueve hijos a lo largo del tiempo.
La actividad económica en Beira Amazonas ha ido cambiando a lo largo de los años. Además de la tala, el palmito fue muy fuerte en los años ‘90, impulsado por una fábrica instalada en la desembocadura del Macacoari. A finales de la década, el açaí dejó de ser una fruta abundante en la dieta diaria de los ribereños para convertirse en un producto comercial. “Pero costaba 12 o 15 reales la bolsa [alrededor de 3 dólares], y no teníamos plantaciones de açaí”, recuerda Aldair. “Hubo un lugar donde se extrajo un poco de açaí, pero no en esta forma de gestión. No teníamos esta visión de la cosecha de açaí a gran escala. Con el tiempo, a través del estudio, de los cursos, empezamos a tener esta práctica y el açaí se convirtió en un ingreso”.
Aldair se graduó en historia en una universidad privada de Macapá y estudió en la Escuela de la Familia en el municipio de Mazagão, donde trabajó con prácticas de cultivo de açaí. Con la asesoría técnica de Embrapa y los programas estatales, el manejo de la fruta comenzó a practicarse en Beira Amazonas. “Pero era una actividad tímida, un sistema de investigación que no avanzaba”, recuerda. “La dirección con la que solíamos trabajar a menudo no cuidaba mucho la naturaleza. Nos olvidamos de las otras especies, sólo eran árboles de açaí. Y entonces llegó la cooperativa con la nueva práctica de mínimo impacto en la región”.
Aldair ha notado la transformación del entorno desde que adoptó la gestión certificada. Esta zona, que hace décadas fue muy explotada para la extracción de palmitos y madera, cuenta ahora con una diversidad marcada por la virola, el guanandí (también llamado calambuco, palo de aceite y árbol de Santa Maria, pero conocido en Brasil como anani), el pracaxi, la andiroba, el murumuru (también llamado chontaloro, chechana, huilango, huicungo u orocorí) y, por supuesto, el açaí. “Puedes ver las aves y los animales de la zona. Esto es increíble para nosotros”, reflexiona Aldair. “Mi familia fue maderera, recolectora de caucho, durante mucho tiempo trabajó con palmitos y pieles de animales de caza, como caimanes y maracayás (tambié llamados margay, yaguatirica, caucel y gato tigre, aunque en Brasil se lo conoce como gato-maracajá). En aquella época era su medio de vida. Hoy en día tenemos esta visión de cuidar el medio ambiente, de preservar nuestros árboles, de no devastar la naturaleza, de respetar los animales, nuestros arroyos”.