Conoce al maestro de la fotografía en su misión por ayudar a ver el mar
Sin la fotografía, el mundo debajo de la superficie del mar sería un misterio nunca antes visto para la mayoría de nosotros.
El pionero de la fotografía subacuática, David Doubilet (su primera foto fue publicada en National Geographic, en 1972), ha dedicado su vida a captar la acción, el drama y la poesía de nuestros océanos, y traer esas imágenes a la superficie para los que jamás podríamos verlas de otro modo.
Le pregunté a Doubilet, que en este momento está en las Filipinas explorando el coral en zonas marítimas protegidas, qué lo hizo comenzar a hacer esto y qué la hace seguir nadando, buscando y compartiendo historias de nuestros mares tan cambiantes. A continuación, presentamos una versión editada de nuestra conversación, junto con algunas de las imágenes más memorables de su carrera.
¿Qué te atrajo primero a la fotografía subacuática?
Cuando tenía unos diez años, me obsesioné con una imagen de la revista National Geographic que mostraba a Luis Marden junto al Capitán Jacques Cousteau en la cubierta del Calypso. Cousteau era una leyenda, una estrella internacional. Luis Marden era un fotógrafo subacuático de National Geographic y mi héroe; quería ser como Luis Marden y captar imágenes de un mundo secreto.
¿Cuál fue la primera foto que tomaste bajo el agua?
Mis primeras fotografías fueron patéticas, imágenes fallidas y oscuras de colas de peces y pies humanos. Luego comencé a usar una cámara Leica de antes de la Segunda Guerra Mundial con una carcasa de aluminio real y pasaba todo el tiempo que podía tomando fotos bajo el agua en Nueva Jersey o las Bahamas. Creo que tomé mis primeras imágenes buenas de buzos durante la descompresión en Small Hope Bay, cuando tenía 13. Gané una medalla fabulosa por el tercer puesto, que todavía conservo por razones sentimentales.
¿Cómo era el campo en ese entonces?
Mis colegas y yo estábamos bajo la enorme sombra de Hans Hass y Jacque Cousteau. Algunos de nosotros tomábamos imágenes bajo el agua con equipos primitivos. El campo era muy abierto porque, en realidad, no existía como tal. Hablábamos sobre el equipo y cómo mejorarlo. Era y sigue siendo todo un desafío tomar buenas imágenes en un mundo en el que se puede ver a treinta metros, si es un buen día. Trabajábamos en un océano lleno de cosas extrañas y maravillosas, limitados por la luz, el tiempo y la tecnología. Era frustrante porque podíamos “ver” imágenes que no podíamos captar.
En tu carrera, hasta ahora, ¿cuál es el momento más memorable que has vivido en el mar?
He tenido muchos momentos mágicos y surrealistas en el mar. Buceé con leones marinos, descendí por icebergs, pero hay una conexión que persiste, con alegría y preocupación. Saltamos de un bote cerca de Kimbe Bay, en Papúa Nueva Guinea, y nos recibió una pequeña tortuga carey. Nadó conmigo durante todo ese tiempo, mirando por encima de mi hombro, descansando en el coral, comiendo esponjas y observando cómo tomaba fotografías. Volví al bote para cambiar de tanque varias veces, mientras ella me esperaba debajo. La última vez que me sumergí ese día, debió estar agotada, porque se ubicó encima de mi tanque, mientras yo nadaba por los dos. Cuando nos alejamos del arrecife, me sentí sobrecogido por la experiencia, pero lleno de preocupación, porque podría acercarse por equivocación a un bote pesquero, y se la llevarían a un mercado local, donde la dejarían bajo el sol esperando un comprador.
¿Tienes una contraparte de eso? ¿El peor momento?
Estaba en Futo, Japón, donde me habían enviado para fotografiar la Península de Izu. Una mañana, fui a subirme al bote, pero el puerto estaba cerrado. Pregunté por qué, y me dijeron: “Hay delfines aquí”. Pensé que me acercaría y vería un grupo de delfines en la cala, pero encontré un mar de sangre lleno de delfines vivos, moribundos y muertos. Tomé las cámaras y comencé a tomar fotos desde los muelles de cemento. Habían llevado a los delfines hasta la cala y los habían juntado con redes. Los pescadores los tomaban del pico y les cortaban la arteria carótida, luego los dejaban nadar hasta que se desangraran. Los gritos y llantos de los delfines se elevaban a través del cemento, hasta las plantas de mis pies y directo a mi alma.
Son dos experiencias tan intensas en los dos extremos opuestos del espectro. ¿Qué otras historias te llamaron la atención?
Cuando comencé a fotografiar bajo el agua, todo era un misterio. El mar era una frontera desconocida. Y el miedo a los tiburones no es nada. La gente teme que les quede un pie atrapado en una almeja gigante y se ahoguen. Inicié mi carrera tomando imágenes de los arrecifes de coral y sus complejas capas de vida. Luego me interesaron los ecosistemas templados de Tasmania, Nueva Zelanda, Japón, California y la Columbia Británica. Una historia sobre corales del Pacífico me llevaba a descubrir un avión, un naufragio o algo de la Segunda Guerra Mundial. Decidí adentrarme en historias que fueran temas menos populares, pero que debían ser contadas, como la extinción de la anguila de agua dulce, el mero gigante o el Mar de los Sargazos.
Mi próxima misión es documentar los cambios en el mar, y voy a nadar del Ecuador hasta los polos para lograrlo. Los icebergs me dejan atónito porque son una metáfora perfecta del mar: solo una pequeña fracción es evidente a simple vista. El campo de icebergs de Red Island, en el fiordo Scoresbysund, Groenlandia, es un lugar en el que las hermosas esculturas de icebergs cuentan una verdad muy cruda acerca de la retirada de los glaciares. Me interesa ponerle una imagen al cambio climático que nadie pueda ignorar. Encontramos esa imagen en una tarea de National Geographic en el Golfo de San Lorenzo. Es la imagen de una cría de foca de Groenlandia, que nace con pelaje blanco, sobre el hielo marino. Las temperaturas elevadas crearon una base de hielo inestable que lleva a casi un 100 % de mortalidad de las crías en el golfo.
Es mucho más que captar la mejor imagen posible de cualquier cosa. Tus imágenes están diseñadas para contar historias importantes. ¿Cómo influye la narración en tus fotografías?
Siempre asumo un enfoque de las historias que me permita desarrollar un modo diferente de ver el tema. Por ejemplo, los nudibranquios son pequeñas y delicadas babosas de mar tóxicas que desarrollaron patrones salvajes y colores brillantes que advierten: “Cómeme y morirás”. En el mar, se mezclan con el fondo, pero quería compartir estas criaturas con el mundo de un modo en que pudieran conocerlas en profundidad y en verdad “verlas”. Construí un estudio en miniatura con plexiglás, montado en un trípode que acercábamos hasta los nudibranquios a 3, 15 o 30 metros, donde sea que estuviesen. Un especialista en nudibranquios los movía con cuidado hacia el estudio, donde yo los fotografiaba como si fueran supermodelos y los devolvía al lugar exacto donde estaban. Lo irónico es que las imágenes se hicieron virales, y alguien creó un sitio web llamado “pimp my nudibranch” (enchula mi nudibranquio).
¿Qué te lleva a pasar toda una vida nadando alrededor del mundo, del Ecuador a los polos, para capturar imágenes?
Sigo nadando y tomando fotografías porque las imágenes tienen el poder de educar, celebrar y honrar. Las imágenes son un idioma universal que puede ganar corazones, cambiar mentes e incluso comportamientos. Los océanos corren serio peligro, y si los océanos mueren, nosotros también.
¿Cómo podemos ayudar?
Todos los días son el Día Mundial de los Océanos. Los pequeños cambios pueden hacer una gran diferencia. Como comer mariscos sustentables. Reciclar y minimizar el plástico en el mundo. Convertirse en un ciudadano científico. Y conocer el océano, tener una cita con el mar.
Artículo publicado el 8 de junio de 2016.