Las razones por las que cambiamos el baño público por la ducha: ¿es la mejor opción?
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, nos hemos bañado mientras socializábamos, nos relajábamos e incluso salíamos de fiesta. Las duchas son eficaces, pero ¿qué conviene más?
Kiraly Bath, el baño termal más antiguo de Budapest, fue construido por los turcos otomanos en el siglo XVI. Los baños comunales como este (fotografiado en 2008) fueron el principal medio de aseo público durante miles de años, antes de la aparición de la fontanería interior.
Para el estadounidense medio, el día no está completo sin una ducha. Según una encuesta pública de 2021, más del 60% de los adultos estadounidenses se duchan al menos una vez al día, durante una media de 8.2 minutos cada vez.
A pesar de lo indispensables que son hoy en día, las duchas son un elemento bastante nuevo de la civilización humana. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, que se remonta aproximadamente al año 3000 a.C., los baños colectivos han desempeñado un papel fundamental en la vida cotidiana. Desde los antiguos baños griegos hasta los onsen japoneses, personas de todas las clases sociales se reunían en la casa de baños para hacer ejercicio, bañarse y socializar.
Hoy en día, la gente prefiere las duchas en solitario a los baños sociales, priorizando la eficiencia sobre la comunión y la relajación. Pero por muy arraigada que parezca la ducha, esta práctica no es necesariamente preferible desde el punto de vista de la salud. Los expertos reflexionan sobre la evolución de la cultura del baño y lo que se ha ganado, y perdido, en el proceso.
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La historia de los baños públicos
Como parte central de la vida, las prácticas de baño a lo largo de la historia han reflejado los cambiantes ideales en torno al cuidado personal y la salud.
En la antigüedad, sobre todo en el Imperio Romano, el baño era un asunto casi exclusivamente público. Solo los más ricos tenían su propio baño privado, mientras que todos los demás participaban en el ritual del baño comunitario, que a menudo tenía lugar en extensos complejos de baños e incluía masajes, bibliotecas e incluso comida y bebida.
Hércules adorna un capitel (la corona de una columna) que decoraba las Termas de Caracalla en Roma.
Las Termas del Foro, situadas detrás del Templo de Júpiter en Pompeya, Italia, datan del año 80 a.C.
“Hay muchas ilustraciones artísticas que muestran fiestas y cosas que pasan en los baños, hasta gente cenando”, dice Virgina Smith, historiadora y autora de Clean: A History of Personal Hygiene and Purity (Limpio: Historia de la higiene personal y la pureza).
Según Katherine Ashenburg, autora de The Dirt on Clean: An Unsanitized History (La suciedad sobre la limpieza: una historia no desinfectada), los baños tradicionales de estilo japonés se utilizaban con fines terapéuticos y religiosos, y más tarde como lugares de reunión social. Las banyas rusas y los hammams turcos también fueron históricamente importantes centros de actividad social y religiosa.
“Bañarse no siempre estaba relacionado con la limpieza”, afirma Ashenburg. “A veces se pensaba que meterse en el agua no sólo no aportaba nada en términos de limpieza, sino que era peligroso para la salud”.
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Durante la peste negra, por ejemplo, los baños públicos cerraron porque los europeos medievales creían que abrir los poros con agua caliente permitiría que la peste entrara a través de la piel.
Aunque este pensamiento era incorrecto, había problemas de higiene en los baños públicos, según James Hamblin, médico y profesor de la Universidad de Yale y autor de Clean: The New Science of Skin and the Beauty of Doing Less (Limpia: La nueva ciencia de la piel y la belleza de hacer menos). “Algunos relatos de antiguos baños describían capas de baba en la superficie del agua”, comenta. “En todo caso, te exponías a agentes patógenos”.
Una nueva era de baños
Los baños colectivos a gran escala acabaron desapareciendo a principios del siglo XX en Occidente. Uno de los principales motivos fue la teoría de los gérmenes sobre las enfermedades, “cuando el baño se asoció fuertemente con la limpieza”, afirma Hamblin.
A partir de mediados del siglo XIX, las ciudades del Reino Unido empezaron a construir baños y lavabos públicos, principalmente para los pobres. Pronto se produciría un fenómeno similar en Estados Unidos, sobre todo en Nueva York, donde la fontanería era aún bastante inaccesible y la población inmigrante estaba en auge.
Con el desarrollo del llamado “baño de lluvia” (una primitiva ducha que se utilizó por primera vez para los trabajadores militares e industriales europeos) llegó una nueva visión de la salud pública y la higiene de masas.
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Atrás quedaban los días de largos y lujosos baños comunales. Por su espacio, agua, combustible y rentabilidad, el baño de lluvia se convirtió en la opción preferida. A medida que la gente empezó a tener cañerías en sus casas, las bañeras y duchas personales se hicieron cada vez más comunes y, con el tiempo, se convirtieron en la norma.
Naomi Adiv, profesora adjunta de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto Mississauga, atribuye en gran medida este cambio al “auge del capitalismo industrial” en Estados Unidos. “La idea de ir, ya sabes, a pasar la tarde al baño no está en consonancia con la productividad de los trabajadores”.
Hoshi Onsen Chojukan es una posada de 140 años de antigüedad con baños termales situada en el Parque Nacional Joshin'etsukogen de Japón.
Todavía existen baños públicos en todo el mundo, como en Turquía, Rusia y Japón. Pero nuestros rituales diarios de aseo han quedado relegados en gran medida a las bañeras y duchas individuales, y no necesariamente para mejor.
“Hemos perdido el aspecto social del baño y, para muchos, la sensación de disfrute”, sostiene Hamblin.
¿Qué es mejor, ducharse o bañarse?
Desde el punto de vista del saneamiento, hay pocos estudios sobre si es preferible ducharse o bañarse. Si se dispone de una fuente de agua limpia, ambos son eficaces para la higiene personal, afirma Kelly Reynolds, catedrática de Comunidad, Medio Ambiente y Política de la Universidad de Arizona, y “realmente parece ser una cuestión de elección personal”.
A los preocupados por remojarse en agua insalubre, Amy Huang, dermatóloga de los Consultorios Médicos de Manhattan, dice que “a menos que estés extremadamente sucio... no debería haber ninguna preocupación”.
Al igual que el microbioma intestinal, el bioma cutáneo contiene miles de especies de microbios que viven en la piel y contribuyen a su salud, explica Hamblin. Tanto el baño como la ducha pueden eliminar temporalmente este bioma o dañar nuestra piel si el agua está demasiado caliente, si se utiliza demasiado jabón y si la exfoliación es demasiado enérgica.
“El régimen ideal es básicamente un jabón suave... sin perfume, sin colorantes e idealmente sin espuma”, argumenta Huang. Ni siquiera es necesario restregarse por todas partes: hay que centrarse en las axilas, los genitales, los pies y el cuero cabelludo si nos lavamos el pelo, añade. Katrina Abuabara, profesora asociada de dermatología de la UCSF, añade que “el uso de estropajos y toallitas puede dañar la barrera cutánea, y basta con lavarse con las manos”.
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Para las personas con eccema u otras afecciones cutáneas, por ejemplo, los baños pueden ser una parte eficaz de su régimen de tratamiento. “Al estar más tiempo sentado en la bañera que en la ducha, la piel se ablanda, de modo que cuando se aplica el medicamento... la piel lo absorbe mejor”, explica la dermatóloga de los Consultorios Médicos de Manhattan.
Según Justine Grosso, psicóloga especializada en mente y cuerpo de Nueva York y Carolina del Norte, tomar un baño caliente también puede suponer un estímulo físico y mental. El baño de inmersión, más que la ducha, “ha demostrado levantar el ánimo en personas con depresión, mejorar el sueño en personas con insomnio y tener efectos positivos sobre el sistema cardiovascular”, enumera.
Todavía se está investigando cómo afecta exactamente el baño caliente al organismo. “Hay indicios de que actúa a través de la vasodilatación, en la que los vasos sanguíneos se ensanchan y permiten que llegue más oxígeno y nutrientes a la periferia del cuerpo”, añade Grosso.
“Se trata del calor”, dice Ashley Mason, psicóloga clínica del Centro Osher de Salud Integral de la UCSF. Estudios preliminares sugieren que sumergirse en saunas, salas de vapor, jacuzzis y duchas o baños calientes al menos una vez al día podría ser beneficioso.
En general, cuando se trata de limpiarnos, dice Hamblin, menos es más. La industria de la higiene personal ha “medicalizado” una práctica que tiene muy poco que ver con la prevención de enfermedades, afirma. Sin descartar la necesidad del jabón para la salud pública, culpa al marketing moderno de manipular a los consumidores con creencias distorsionadas sobre la importancia de un ritual diario que utiliza productos caros.
Desde un punto de vista médico, el baño comunitario nunca fue un medio para mejorar la salud, añade Hamblin. Pero “en términos de conexión social, de relajarte psicológicamente, no dudo de que tuviera algún efecto”.