Los campeones olímpicos de la antigua Grecia eran atletas superestrellas
El Discóbolo o "lanzador de disco" es una de las obras de arte atlético más emblemáticas de la antigua Grecia. Esculpida originalmente alrededor del siglo V a.C., la estatua de bronce se hizo famosa gracias a copias romanas posteriores, como esta del Museo Nacional Romano, en Italia.
"Lo más importante en los Juegos Olímpicos no es ganar, sino participar". Como ocurre con muchas citas célebres, las propias palabras se han hecho mucho más famosas que la persona que las pronunció, en este caso un aristócrata francés, el Barón Pierre de Coubertin. Teórico de la educación de profesión, Coubertin es hoy más conocido como el padre de los Juegos Olímpicos modernos.
La apasionada creencia de Coubertin en el ejemplo moral del antiguo torneo condujo finalmente a los primeros Juegos Olímpicos de Verano modernos, celebrados en Atenas (Grecia) en 1896. Lejos de los eventos actuales, tan sofisticados y comercializados, las olimpiadas estaban impregnadas del profundo conocimiento y la pasión de Coubertin por la cultura clásica, y de su convicción de que "lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien".
Observa las maravillas de la antigua Olimpia:
En el periodo previo a los Juegos de Atenas de 1896, los acalorados debates en el Comité Olímpico Internacional se centraron en el "profesionalismo" frente al "amateurismo" en el deporte. El Comité decidió finalmente que solo los atletas "no profesionales" podrían competir en los Juegos Olímpicos y que no habría premios en metálico.
Dirigido por Coubertin, el comité esbozó su visión de un acontecimiento que promoviera la paz, el entendimiento y la amistad entre los pueblos.
A primera vista, estas ideas parecen loables. Sin embargo, con demasiada frecuencia el "espíritu amateur" era una pantalla para los prejuicios de clase. Atletas de origen humilde que se habían beneficiado económicamente del deporte se vieron penalizados o incluso excluidos de los Juegos Olímpicos.
El ejemplo más famoso es el del atleta estadounidense Jim Thorpe, que fue desposeído de sus medallas tras los Juegos de 1912 por haber jugado previamente al béisbol semiprofesional.
Este prejuicio permaneció en los libros de reglas durante casi un siglo. Tras los Juegos Olímpicos de 1988, los organizadores cedieron a la creciente presión y aceptaron que los deportistas profesionales compitieran en la mayoría de las categorías.
Para algunos, esto supuso un lamentable alejamiento de la "pureza" de los juegos tan alabada por Coubertin. Pero, ¿eran realmente los atletas olímpicos de la antigüedad los nobles y desinteresados aficionados que tantos creían que eran?
La historia de los Juegos Olímpicos de Grecia
La noción del caballero aficionado cobró fuerza a principios del siglo XX, inspirada en parte por la obra del historiador británico E. Norman Gardiner (1864-1930). Gardiner reconstruyó la historia del deporte griego como un proceso de auge y decadencia, que comenzó con el "deporte espontáneo y aristocrático" de los héroes homéricos y culminó en la "edad de oro" en 500-440 a.C.
A continuación, el deporte griego entró en un largo periodo de decadencia, que el historiador atribuyó a la introducción del profesionalismo. Este trajo consigo un aumento malsano de los honores y las recompensas económicas que podían ganar los atletas.
El resultado fue que los deportistas profesionales de las clases más bajas y de las zonas menos "civilizadas" del mundo griego adquirieron gradualmente una ventaja física.
Los aristócratas tuvieron que dejar de participar en competiciones deportivas o, más bien, limitarse exclusivamente a los eventos ecuestres, cuya participación exigía una considerable inversión económica. Pero no era el jinete o el auriga quien se proclamaba vencedor, sino el propietario del carro y los caballos.
Gardiner sostenía que en la historia del deporte griego hubo dos etapas rotundamente distintas: un periodo inicial puro en el que los nobles se enfrentaban únicamente para demostrar su valía, por un lado, y un periodo decadente y corrupto en el que los miembros de las clases bajas competían por dinero y privilegios, por otro.
Investigaciones recientes, basadas en gran medida en los estudios del historiador holandés Henri W. Pleket, han puesto en tela de juicio este punto de vista. Los investigadores han descubierto que el deporte en la Grecia antigua implicaba grandes sumas de dinero y que, de hecho, estaba desvergonzadamente ligado a influencias sociales y políticas desde una etapa sorprendentemente temprana.
Cuáles eran los premios de los antiguos Juegos Olímpicos
Había dos tipos de competición. En primer lugar, el tipo conocido como "juegos de la guirnalda". Los más importantes eran los cuatro torneos que componían los Juegos Panhelénicos, abiertos a todas las ciudades-estado del mundo griego: los Juegos Olímpicos, celebrados en Olimpia; los Juegos Píticos, en Delfos; los Juegos Ístmicos, en Corinto; y los Juegos Nemeos, en Nemea. En todos estos torneos, los vencedores no recibían más que una guirnalda que simbolizaba su triunfo.
Hasta aquí, todo era cuestión de aficionados. Pero no era así la segunda categoría de juegos. Estas eran las competiciones en las que los ganadores recibían premios materiales, a menudo de considerable valor.
Ejemplos notables son los premios otorgados en el más importante de estos torneos, los Juegos Panatenaicos de Atenas. A mediados del siglo IV a.C., el ganador de la antigua carrera pedestre, el stadion, recibía como premio 100 ánforas de aceite de oliva. Eso equivalía como mínimo a lo que un trabajador cualificado podía ganar en cuatro años, y la prueba de stadion ni siquiera era la más importante de aquellos juegos.
En el siglo II a.C., en una ciudad de Asia Menor, un ganador olímpico recibía 30 000 dracmas simplemente por participar en los juegos locales. Esto ocurría en una época en la que un soldado romano no cobraba más de 300 dracmas al año.
Los europeos del siglo XIX estaban fascinados por los antiguos Juegos Olímpicos y produjeron obras de arte con ese tema, como el cuadro de Giuseppe Sciuti de 1872. Representa al poeta griego Píndaro, del siglo V a.C., alabando a un campeón, vestido con una túnica roja y coronado con la corona olímpica de olivo. Galería de Arte de Brera, Milán, Italia.
Hasta aquí, estos ejemplos parecen coincidir con la idea de Gardiner de que, a partir del siglo IV a.C., los juegos clásicos se vieron empañados por la codicia. La realidad, sin embargo, era casi con toda seguridad mucho más compleja. Incluso entre los profesionales de la época, la voluntad de ganar, más que la de ganar dinero, era casi con toda seguridad el principal motivo de los atletas, una situación similar que se puede reconocer en los Juegos Olímpicos modernos.
Otro aspecto de los juegos clásicos que puede detectarse claramente en la actualidad es la tendencia de los países a expresar su agradecimiento a los atletas que han honrado su bandera. Esto se suele reconocer, y se reconocía, económicamente. Hoy en día, el poder adquisitivo de una personalidad del deporte aumenta tras una actuación destacada en una gran competición nacional o internacional.
Del mismo modo, en la antigua Grecia, un triunfo en cualquiera de los grandes juegos reportaba muchos beneficios al vencedor. Una larga lista de honores y recompensas esperaba al atleta victorioso en casa, lo que reflejaba la importancia que la comunidad concedía a los ciudadanos que los representaban en el terreno deportivo.
Y lo que es aún más significativo, muchos de estos casos se inscriben de lleno en el periodo anterior de la historia griega que Gardiner describe como la llamada Edad de Oro.
Corredor con guirnalda de vencedor. Estatua de bronce, siglos II a I a.C.
Es notorio, por ejemplo, el caso de Crotona, una ciudad del sur de Italia, cuyos corredores dominaron las carreras de velocidad durante más de un siglo. Entre los años 588 y 480 a.C., los Crotones ganaron 13 de las 28 carreras de stadion. ¿Qué había detrás de esta dinastía de proezas deportivas, que llegó a su fin repentinamente hacia el 478 a.C.?
Algunos expertos sostienen que el éxito de Crotona podría explicarse como resultado de los métodos de entrenamiento desarrollados en su destacada escuela de atletismo. Otros sugieren, sin embargo, que Crotona intentó aumentar su reputación entre los griegos fichando a atletas de otras ciudades y haciéndolos pasar por crotones. Una vez que el dinero para mantener esta iniciativa propagandística se agotó, también lo hicieron las victorias de Crotona.
Campeones nacionales: cómo se reconocía a los atletas olímpicos
En la Antigüedad, al igual que hoy, los competidores victoriosos eran celebrados con entusiasmo al regresar a su ciudad o país de origen. El historiador griego Diodoro Sículo recogió la bienvenida que recibió Exeneto de Akragas tras ganar la carrera de velocidad en los Juegos Olímpicos de 412 a.C. Su relato recuerda con creces a los desfiles que realizan los equipos deportivos modernos por las calles de una ciudad repletas de gente:
“Tras lograr su triunfo, condujeron a Exeneto de Akragas (del puerto) a la ciudad sobre un carro, escoltado, entre otros, por 300 carros tirados por caballos blancos, todos ellos pertenecientes a los propios ciudadanos”.
Las recompensas económicas otorgadas por las ciudades a los vencedores de los grandes juegos podían ser colosales. En Atenas, en la primera mitad del siglo VI a.C., las leyes de Solón concedían 500 dracmas a los atletas atenienses que triunfaban en Olimpia, y daban 100 dracmas a los que triunfaban en los Juegos Ístmicos. Eran sumas considerables. Dos siglos más tarde, en tiempos del filósofo Platón, el salario diario de un obrero cualificado era de dracma y media.
Las arcas públicas podían pagar la construcción de una estatua del atleta. El vencedor disfrutaba de otros beneficios, como empleos públicos y, sobre todo, de ciertos privilegios reservados a un número extremadamente reducido de personas consideradas VIP de la comunidad: un estipendio vitalicio pagado por la ciudad, el derecho a un asiento de honor en los actos públicos e incluso la exención de impuestos.
La distinción entre atletas profesionales y aficionados se difumina bastante en el mundo griego clásico. De hecho, los primeros atletas profesionales de la historia del deporte europeo, y tal vez mundial, no procedían de los estratos sociales inferiores, sino de la aristocracia. Se pueden citar casos de este tipo desde el siglo VI a.C., si se define a un atleta profesional como alguien que trabaja "a tiempo completo" entrenando y compitiendo, y recibe recompensas en forma de dinero u honores, aunque no dependa de ellos para ganarse la vida.
Pleket subrayó que competir por dinero u honores (e incluso aprovecharse de las victorias con fines políticos) no estaba mal visto en la antigua Grecia. No había ningún estigma social asociado a ello, como sí lo había para los defensores del "deporte amateur" del siglo XIX.
Esta misma actitud puede verse también en La Ilíada, el poema épico de Homero del siglo VIII a.C., en el que guerreros aristocráticos compiten por costosos premios concedidos por el héroe, Aquiles.
(Descubre: ¿Es real la historia del caballo de Troya?)
¿Acceso para todos? Quiénes podían participar de las Olimpiadas
Una de las cuestiones más debatidas entre los historiadores en las últimas décadas es cuándo, y en qué medida, empezaron las clases medias y bajas a participar sistemáticamente en el deporte y a competir en los juegos.
La idea tradicional, expuesta en la obra de Gardiner, es que la creciente profesionalización del deporte comenzó más tarde, en el siglo V a.C., y de forma concluyente a partir del siglo IV. A medida que los deportistas de las clases bajas participaban cada vez más en los juegos atléticos, los nobles empezaron a retirarse.
Los estudios de Pleket revelan que, efectivamente, los atletas de clase baja empezaron a practicar la actividad deportiva, antaño exclusivamente aristocrática, pero este proceso se produjo mucho antes de lo que sugiere la teoría original de Gardiner. A principios del siglo VI a.C., solo la aristocracia disponía del tiempo libre necesario y del acceso a instalaciones para su práctica.
Sin embargo, a finales de ese mismo siglo, en consonancia con los cambios sociales y políticos que transformaban las ciudades-estado griegas, se construyeron gimnasios públicos que ampliaron el acceso a la formación. Eso favoreció la progresiva incorporación de otras clases sociales al deporte.
Aparte de los beneficios físicos, intelectuales y morales que proporcionaban estas instalaciones, también se consideraban útiles para preparar a la población para el servicio militar.
La victoria corona a un atleta. Cratera del siglo V a.C. Museo Kanellopoulos, Atenas, Grecia.
A partir de esta época, los ciudadanos de las clases sociales más bajas pudieron participar en acontecimientos deportivos. Al principio se limitaban a los juegos locales.
Los grandes Juegos Panhelénicos seguían siendo dominio casi exclusivo de la antigua nobleza y de la rica clase mercantil, debido a los elevados costes asociados a los viajes y al alojamiento en los lugares donde se celebraban los juegos. En Olimpia, por ejemplo, los atletas debían llegar un mes antes del comienzo de los juegos.
Pleket también cita inscripciones y documentos literarios que confirman sin lugar a dudas que los miembros de la aristocracia y la clase mercantil, lejos de retirarse de los estadios, seguían compitiendo en los Juegos locales y panhelénicos a partir del siglo IV a.C.
En otras palabras, los atletas aristocráticos, y los de la clase mercantil acomodada, participaban ellos mismos en la creciente tendencia hacia la profesionalización. Los deportistas aristocráticos competían no solo en las pruebas ecuestres más caras, sino también en el pentatlón, la lucha, el boxeo y el pancracio, aunque evidentemente en menor número que en épocas anteriores.
(Lee también: Osteoporosis: los beneficios de hacer ejercicios con peso)
Quiénes fueron los primeros ganadores de los Juegos Olímpicos
El historiador olímpico estadounidense David C. Young va incluso más lejos que Pleket. En sus libros, sostiene que muy al principio de la historia de los juegos, numerosos atletas no nobles competían en Olimpia y aprovechaban al máximo los beneficios económicos y sociales que conllevaba la victoria. La investigación de Young encontró una serie de fuentes de los siglos VIII al VI a.C. que hablan de atletas que no pertenecían a la aristocracia.
Incluso se dice que el primer vencedor olímpico conocido, en los primeros juegos del 776 a.C., fue un cocinero llamado Coroebus de Elis. Amesinas de Barce (Libia), campeón olímpico de lucha en el 460 a.C., era pastor. A finales del siglo VI a.C., el poeta Simónides celebró los éxitos deportivos de un atleta anónimo y le hace decir que, antes de convertirse en deportista, "transportaba pescado de Argos a Tegea".
Sin embargo, el jurado está deliberando sobre los orígenes de Glauco de Caristo, vencedor olímpico de boxeo en 520 a.C., y también dos veces vencedor en Delfos, ocho veces en los Juegos Ístmicos y otras victorias en Nemea. Algunas fuentes lo retratan como un rudo campesino, mientras que otras lo describen como un noble terrateniente no menos musculoso. Cualquiera de los dos tipos podría ser un campeón deportivo.
En la imagen, una estatura de un boxeador sentado, siglos III a I a.C., Museo Nacional Romano, Italia.
Suponiendo que los miembros de las clases sociales más bajas participaran activamente en competiciones deportivas, ¿cómo podían permitirse el enorme gasto que suponía viajar hasta ellas? Young argumenta que podían haber financiado sus "carreras" deportivas con los premios que ganaban en juegos locales de menor importancia.
Un joven atleta de familia humilde que ganaba una competición regional podía utilizar el dinero del premio para participar en juegos más importantes y más gratificantes económicamente. Si triunfaba también allí, podría pagarse un entrenador y emprender así una carrera deportiva que incluso le permitiría participar en los grandes juegos.
Que era difícil para los atletas más pobres y no nobles participar en los grandes juegos es evidentemente cierto. Pero no era imposible. Estaba al alcance de jóvenes de familias pobres con excelentes aptitudes deportivas.
Incluso se ha sugerido que deportistas de talento pero sin el dinero suficiente podrían haber tenido mecenas (la respuesta del mundo clásico a los patrocinadores) en forma de ciudades o individuos, aunque no hay pruebas de ello antes del siglo IV a.C.
Young sostiene que este tipo de casos eran frecuentes antes del 450 a.C. Otros historiadores discrepan y señalan que los casos de atletas no nobles eran más bien excepcionales: Aristóteles afirma expresamente que la victoria olímpica del pescadero, alabada por Simónides, fue un hecho insólito. En cuanto al triunfo de Coroebus el cocinero, se trataba de un joven de una ciudad vecina que no tuvo que pagar gastos de viaje y alojamiento.
Los atletas que competían en boxeo, lucha libre y pancracio se sometían a opíparas dietas de carne. Según el escritor Eurípides en Autólico (hacia 420 a.C.), esto los convertía en "esclavos de sus mandíbulas y... más débiles que su estómago".
Aun así, se produjo una cierta "democratización" del deporte en la antigua Grecia. La disponibilidad del deporte para los menos pudientes y, en particular, su participación en los Juegos Panhelénicos entre los siglos VIII y V a.C., es mayor de lo que se pensaba. Esta participación era más amplia de lo que sostenían los defensores del "amateurismo" aristocrático del siglo XIX.
El movimiento olímpico moderno puede alegrarse de que, lejos de traicionar a las Olimpiadas antiguas, el profesionalismo moderno es una continuación de su legado.