El río más sagrado de India se está agotando
En esta reserva natural del Ganges, tanto delfines como humanos corren peligro.
Cerca de Bhagalpur, India, el río Ganges corre por todos lados.
Esto es algo difícil de absorber estando en su ribera en la ciudad de Bhagalpur en el interior empobrecido del este de India.
El río madre del subcontinente, cuyas corrientes sostienen, en cuerpo y alma, a alrededor de 500 millones de seres humanos, se desliza por un único y crecido vector de 1,6 kilómetros: un cinturón líquido de gran antigüedad y poder que se mueve de este a sudeste hacia la humeante bahía de Bengala desde su origen en el menguante glaciar del Himalaya, conocido como Gangotri. Las aguas del Ganges se iluminan con la luz matutina. Pasan de un color lodo a un borroso celeste y blanco, hasta que, en el horizonte, las corrientes brillan y parecen mezclarse pálidamente con un cielo aún más pálido.
La naturaleza direccional de los ríos ofrece consuelo. Nos cuenta una historia conocida. Son biógrafos del paisaje, con comienzo, nudo y desenlace. Como nosotros, los ríos nacen, crecen y mueren. Revolviendo sus aguas en sus orillas, parecen arremolinarse inexorablemente en una única dirección: el futuro. Pero todo esto es falso. Es una ilusión.
Así lo explica Mahendra Mandal en su campo de tomates.
“Hace veinte años, este campo desapareció. El río se lo llevó”, cuenta Mandal, entrecerrando sus ojos para observar por sobre la arena áspera de su granja ribereña. “Esperé 16 años para que el campo regresara. Todo ese tiempo, trabajé en Khanpur como jornalera. Vendía bananas. Ahora, mi campo ha regresado. Así que yo también regresé”.
La granjera señala un lugar a 45 metros en las corrientes limosas: el borde de la tierra de su familia sumergida en el río. Aquí, el río se escurre en sus riberas regularmente, inundando granjas y aldeas, serpenteándose lateralmente, a veces, retrocediendo por kilómetros, creando riberas y desarrollando islas de arena nuevas conocidas como chars. No hay una única línea que pueda definir al Ganges. Ni una única dirección. Oscila verticalmente, de arriba hacia abajo. A lo largo de los años, sus corrientes viraron locamente de manera lateral, en algunos casos por kilómetros. El río hace círculos con el tiempo, deslumbrando a medida que los delfines de agua dulce rompen su superficie.
Y, a pesar de esto, cada centímetro cuadrado de la llanura aluvial del Ganges sigue poseído, trazado, contabilizado, hasta la tierra sumergida temporalmente bajo el río. Un continuo de campos antiguos desaparece en una ribera para luego emerger en otra. Los granjeros marcan el ritmo de las orillas. Esperan que el río se mueva incesantemente.
Esperan meses. Años. Vidas enteras. Sus hijos y nietos recuerdan... y esperan.
Hoy, Mahendra Mandal cultiva los mismos lugares donde, no hace mucho tiempo, los delfines pasaban con sus aletas en una contracorriente de oscuridad, dragando moluscos para comer. Mañana, o tal vez el año próximo, será nuevamente el turno de los delfines en los campos de Mandal. Unidos de esta manera, por los fantasmas del agua, los destinos de ambas especies de mamíferos, delfines y seres humanos, se entremezclan en el agonizante Ganges.
Solo quedan entre 1200 y 1800 delfines del Ganges en el mundo.
Sunil Kumar Choudhary, ecólogo que trabaja en el Vikramshila Gangetic Dolphin Sanctuary (la única reserva india de delfines) está intentando preservar a los animales. Para hacerlo, estudió historia. Aprendió que, para salvar a los delfines en peligro de extinción, se necesita también salvar a los pescadores del Ganges. Las comunidades de pescadores locales habían sido oprimidas por siglos por los panidars, terratenientes ricos que cobraban un abrumador impuesto por ingresar a “sus” aguas. Con la construcción de las represas en el Ganges, los pescadores habían comenzado a pasar hambre, en especial con la desviación aguas abajo de Farakka, que destruyó a la población de hilsa, un pez migratorio fundamental. Gracias a modestos estipendios, Choudhary ha captado a los ribereños, en general los más pobres de los pobres, para que se conviertan en guardas de los mamíferos marinos.
Me encuentro con Choudhary en un restaurante de Bhagalpur para tomar un té. Es amigable y modesto: “Los delfines comen peces. Los humanos comen peces. ¿Existe competencia? Posiblemente. El recurso se está acabando. Pero seamos honestos; los aldeanos han usado los recursos del río por miles de años. Y la reserva, con sus recientes prohibiciones de pesca, les ha ocasionados grandes dificultades. Así que, si alguien tiene el derecho de ayudar con los delfines, son ellos. Los conocen mejor que cualquiera”.
Sin embargo, la cantidad de delfines en la reserva ha mermado en los últimos años, de alrededor de 200 a, aproximadamente, 150.
InEn el estado de Bihar, el templo Baba Ajgavi Nath se eleva en la orilla del Ganges en Sultanganj, parte de la reserva de los delfines ribereños en peligro crítico de extinción.
¿Cuál es la mayor amenaza para los delfines del Ganges hoy?
Choudhary afirma francamente: el dragado de nuevos canales trazados con regla que está destruyendo el alabeo orgánico y torciendo el curso del río.
Más de 984 millones de litros de aguas residuales sin tratar contaminan el Ganges a diario.
Para cuando el río pasa por Varanasi, una de las ciudades de peregrinación más sagradas del hinduismo, donde docenas de cuerpos son cremados a diario en hogueras de leña y sus cenizas esparcidas en las corrientes sagradas, las bacterias de la materia fecal del agua superan 3000 veces el límite considerado seguro para bañarse. Pero las personas se bañan igual para lavar sus pecados. Y muchos toman agua de la corriente.
La basura plástica y los vertidos industriales también ahogan al río sagrado de India. Pero, la mayor amenaza a largo plazo para el Ganges es la falta de agua.
Durante muchos años, la corriente del río ha ido menguando. Los activistas culpan a la extracción no sustentable de gran parte del déficit. El bombeo de aguas subterráneas está disminuyendo drásticamente la capa freática en las llanuras aluviales. Asimismo, el Ganges está ahorcado por más de 300 represas para riegos e hidroeléctricas, y presas de derivación en su tronco principal, y cerca de miles si tenemos en cuenta los afluentes. Además, el clima está cambiando. Las reabastecedoras lluvias monzónicas se están volviendo cada vez menos predecibles. Es un problema complejo que ha paralizado a los gobiernos.
El año pasado, Guru Das Agrawal, importante defensor ambiental del Ganges, realizó una huelga de hambre, como lo hacía Gandhi, para protestar por las generaciones de inacción gubernamental. Agrawal le escribió al Primer Ministro, Narendra Modi, vehementes cartas, prometiendo que moriría de hambre a menos que se tomaran medidas de conservación real. Nunca respondieron esas cartas. En un tuit, luego de que el activista muriera 111 días después, el primer ministro escribió que Agrawal “sería recordado siempre”.
Eb su cuento corto, The Location of a River, el escritor sobre naturaleza Barry López imagina un río de pradera en la fronteriza Nebraska que, literalmente, se eleva y deja libre el paisaje, solo para reaparecer nuevamente más adelante.
El río que desaparece vuelve loco al protagonista de López, un explorador blanco del siglo XIX, llamado Foster. López escribe: “Los pawnee le dijeron a Foster que la tierra y los ríos no pertenecían a los hombres y que solo debían ser utilizados por ellos, y que la tierra, aunque estaba satisfecha con los pawnee, estaba decepcionada con el hombre blanco. Dijeron que abandonar repentinamente un río por un tiempo se adecuaba al propósito de la tierra: confundir al hombre que era demasiado dependiente de que esas cosas estuviesen siempre allí”.
Estoy caminando por la India. Al acercarnos a las orillas del Ganges en Bhagalpur, mi compañero de caminata, el conservacionista de ríos Siddharth Agarwal me cuenta este cuento, registrado por primera vez por un escritor que viajaba por la imponente corriente hace una década: Por unos cuantos años en el Kosi, un afluente del Ganges en el estado de Bihar, las inundaciones catastróficas arrasaron con las aldeas y los cultivos a lo largo de las riberas, haciendo estragos, a tal punto que las personas quedaron hambrientas y exhaustas de reconstruir sus casas.
Fueron las mujeres del lugar quienes, finalmente, decidieron ocuparse del asunto.
Vadearon las corrientes del río, con al agua hasta sus cinturas y con un frasco de bermellón, el pigmento rojo que las mujeres casadas hindús usan en partes de su cabello.
“Retaron al Kosi por ser tan agresivo”, cuenta Agarwal. “Querían que se calmara. Le dijeron al río que debía aquietarse, debía dejar de ser tan independiente, tan fuerte y tan imprudente”.
Con el bermellón, las mujeres habían declarado que el río estaba casado.
En una ribera lodosa vecina de Bhagalpur, una mujer llamada Poonam Devi me muestra su mercadería. “Antes solíamos atrapar peces del tamaño de tu brazo”, afirma la pescadera. “Hoy, tienes suerte si encuentras algo un poco más grande que tu dedo”.
Devi, que ha vendido pescado por 35 años, usa ambas manos para recoger la pesca del día de una sucia bolsa de sisal: una red de arrastre de guppy que se ve adecuada para el acuario de un niño, pero no para una comida humana. El pescado ni siquiera es del Ganges. Compró la escoria que viene de Andhra Pradesh, un estado costero a cientos de kilómetros al sur.
“Nuestro río está completamente agotado”, señala Devi encogiéndose de hombros. “No hay posibilidad de que nuestros peces regresen. Ya ni pensamos en eso”.
Crucé el Ganges una vez más, a remo, hacia el norte
Puse mi mano por un momento en sus corrientes cálidas y ásperas. El vagabundo largo y vacío. Tengo la sensación de que, en esta o en otra vida, este río ha estado en todos los lugares de la Tierra.
Esta historia fue originalmente publicada en el sitio web de National Geographic Society dedicada al proyecto Out of Eden Walk.