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Así es como el primer (y único) viaje de Charles Darwin alrededor del mundo inició una revolución científica

Las plantas y animales encontrados en el viaje de cinco años del Beagle sentaron las bases de la teoría de la evolución de Charles Darwin. En el aniversario de su nacimiento, el 12 de febrero, conoce más sobre la expedición que lo transformó.

Este retrato de Charles Darwin fue pintado en 1840 por George Richmond, cuatro años después de su regreso del viaje del Beagle.

Fotografía de AKG, ALBUM
Por Alison Pearn
Publicado 11 feb 2025, 15:32 GMT-3

Durante el mes de agosto de 1831 Charles Darwin, recién licenciado por la Universidad de Cambridge, se encontraba atrapado en su casa con el mismo ánimo de una persona que hubiera elegido quedarse en una cárcel de morosos. A los 22 años, estaba fascinado por el mundo natural e inspirado por los relatos de aventuras del naturalista alemán Alexander von Humboldt, cuyos viajes por América Central y del Sur a principios del siglo XIX fueron la base de una serie de extensos diarios de viaje. 

Darwin estaba desesperado por emprender una odisea científica similar. Un intento de organizar una expedición a Tenerife, en las Islas Canarias, frente a la costa noroccidental de África, había fracasado.

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Las plantas y animales encontrados en el viaje de cinco años del Beagle sentaron las bases de la teoría de la evolución de Charles Darwin.

Fotografía de AKG, ALBUM

La terrible necesidad de ganarse la vida, probablemente como vicario de una parroquia rural, parecía ineludible. Y entonces llegó una carta que le ofrecía una oportunidad increíble. El autor era uno de sus antiguos profesores, John Stevens Henslowprofesor de botánica en Cambridge. 

Henslow informó a Darwin de que lo había recomendado para acompañar al capitán Robert FitzRoy en una expedición a bordo del H.M.S. Beagle. Escribió: “No digo esto suponiendo que usted sea un naturalista consumado, sino como una persona ampliamente cualificada para recolectar, observar y anotar cualquier cosa digna... en Historia Natural”.

Robert FitzRoy era un aristocrático pero voluble capitán de navío. En 1826 había partido como tripulante del Beagle para realizar un reconocimiento de Sudamérica. Durante el viaje, fue puesto al mando de la expedición, de la que regresó en 1830. 

La carta de Henslow a Darwin fue escrita cuando FitzRoy tenía instrucciones del Almirantazgo de organizar una segunda expedición de reconocimiento a Tierra de Fuego, un archipiélago situado en el extremo sur de Sudamérica. El principal objetivo del viaje era cartografiar la costa de SudaméricaUn motivo secundario era la exploración científica. El capitán de navío quería un naturalista a bordo, tanto para llevar a cabo el trabajo científico como para hacerle compañía.

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    Christ's College, Universidad de Cambridge, donde Darwin estudió de 1828 a 1831. El grabado está basado en una pintura de I. A. Bell.

    Fotografía de SCIENCE PHOTO LIBRARY, AGE FOTOSTOCK

    Sin embargo, a pesar de la recomendación de Henslow, el puesto de Darwin no estaba asegurado de inmediato. La primera impresión que FitzRoy tuvo del joven naturalista no fue del todo favorable. El padre de Darwin se mostró escéptico ante lo costoso y peligroso de la empresa. El Beagle era el hogar hacinado de una tripulación total de 74 personas. El naufragio era un peligro común, la muerte por enfermedad aún mayor, y gran parte de Sudamérica carecía de ley. 

    Para intentar convencer a su padre, Darwin buscó la ayuda del hermano de su madre, el industrial Josiah Wedgwood II. Emma, la hija de Wedgwood, había sido amiga de la infancia de Darwin, y los dos primos hermanos se casarían más tarde, en 1839.

    El viaje de Charles Darwin a bordo del Beagle

    Al final, tanto FitzRoy como su padre se convencieron de que debía partir, y el 27 de diciembre de 1831 el Beagle zarpó de Plymouth (Inglaterra) con Darwin a bordo. El viaje, previsto inicialmente para dos años, se alargó a cinco y llevó al naturalista no solo a Sudamérica, sino también a Tahití, Australia, Nueva Zelanda, África y muchas otras islas del Atlántico y el Pacífico. Darwin abandonaba a menudo el barco para recorrer cientos de kilómetros a caballo.

    En el transcurso de este extraordinario viaje, llenó cuaderno tras cuaderno de bocetos y observacionesEnvió a casa barriles, cajas y botellas por docenas, llenos de plantas prensadas, fósiles, rocas, pieles y esqueletosExploró paisajes que iban de la gris desolación de las Malvinas a las gloriosas alturas de los Andes, de los salvajes acantilados glaciares del Canal de Beagle a las playas de Tahití, de la exuberancia tropical de Río a la selva tropical del sur de Chile.

    Las primeras observaciones de Charles Darwin

    El primer lugar en el que tocó tierra fue la isla volcánica de St. Jago (hoy Santiago) en las islas de Cabo Verde. Tras tres semanas de mareos, Darwin se lanzó con entusiasmo a su primer trabajo de campo independiente, identificando muestras de rocas y registrando un corte transversal de los estratos volcánicos

    Tenía el mejor equipo que podía comprar: un microscopio, un clinómetro para medir ángulos, martillos geológicos y un vasculum (un recipiente para especímenes botánicos), pero seguía siendo un novato. En una carta a su profesor de Cambridge, John Stevens Henslow, se jactaba de que su descubrimiento de un pulpo que cambiaba de color “parecía ser nuevo”. No lo era, y Henslow le desengañó amablemente.

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    Muestrario con conchas de moluscos recogidas por Darwin en diversos lugares durante su viaje. Museo de Historia Natural, Londres.

    Fotografía de SCIENCE PHOTO LIBRARY, AGE FOTOSTOCK

    El 15 de febrero de 1832 ya estaban reabasteciéndose en los remotos islotes rocosos de San Pablo y, dos semanas más tarde, el Beagle cruzó el Ecuador y alcanzó la costa de Brasil. Sin embargo, Darwin, herido en el tramo final del viaje, se vio obligado a permanecer a bordo, por lo que hasta abril no pisó por primera vez Sudamérica, en la bahía de Botafogo, cerca de Río de Janeiro.

    Durante los meses siguientes, mientras la tripulación del Beagle navegaba arriba y abajo de la costa revisando y volviendo a comprobar las cartas navales, Darwin permaneció en tierraexplorando felizmente las montañas del Corcovado, cerca de Río, pasando de la geología a la zoología y creando una impresionante colección de arañas y avispas.

    El barco se dirigió de nuevo al sur a finales de junio. Esta vez también fue él, encontrándose con marsopas, ballenas, pingüinos y focas. La expedición ancló a finales de julio en la desembocadura del majestuoso Río de la Plata. Tanto Montevideo, en la orilla norte, donde ayudaron a sofocar una revuelta, como Buenos Aires, en la orilla sur, donde les dispararon como presuntos portadores del cólera, eran lugares peligrosos. El paisaje llano y vacío le parecía a Darwin un pobre sustituto de la exuberancia de los trópicos. 

    El trabajo de Darwin en Sudamérica

    Mientras tanto, las colecciones de Darwin molestaban al sobrecargo del barco, que se quejaba del desorden. El naturalista ya había aprendido algo de taxidermia y ahora experimentaba con otras formas de conservar especímenes desconocidos utilizando cera, alcohol y finas láminas de plomo, con resultados dispares.

    Las primeras cartas desde casa traían críticas y consejos de Henslow, en cuya puerta desembarcaban los tesoros de su discípulo. Es otro recordatorio de cómo el viaje de Darwin fue una experiencia de aprendizaje: sus etiquetas no estaban bien fijadas, los escarabajos se habían aplastado, los ratones se habían enmohecido y una botella misteriosa parecía “los restos de una explosión eléctrica, una mera masa de hollín”.

    En septiembre de 1832 estaban inspeccionando la costa argentina. Darwin, que ya tenía buena puntería, aprendió a utilizar una boleadora (un lazo con peso) para derribar avestruces y dejó de “admirar a las damas españolas” para descubrir su primer gran vertebrado fosilizado: un Megatherium, una especie extinta de perezoso terrestre gigante. Su parecido con una especie de agutí, un roedor originario de Sudamérica, despertó la curiosidad del inglés. En noviembre regresó a Buenos Aires para aprovisionarse para el viaje al Cabo de Hornos.

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    Una salpicadura de azul celeste, del tipo que Darwin observó, se refleja en una bahía de Tierra del Fuego (Chile). Sobre ella se eleva la cordillera Darwin, bautizada en honor del joven naturalista por el capitán FitzRoy en 1834.

    Fotografía de Peter Essick, NGS

    Un año después de abandonar su hogar, el Beagle, finalmente desembarcó en la bahía Buen Suceso, en la costa de Tierra del Fuego. Era un lugar magnífico pero inhóspito. Pasaron la Navidad en la isla Hermite, al oeste del cabo, pero los vendavales les hicieron retroceder una y otra vez. Uno de sus botes balleneros se estrelló contra el barco en una tormenta, y Darwin perdió notas y especímenes.

    Tras llegar a Ponsonby Sound, FitzRoy y parte de la tripulación, incluido Darwin, se embarcaron en dos de los botes de la nave en un viaje de ida y vuelta de 300 millas para cartografiar los confines del Canal Beagle, llamado así por las primeras aventuras de FitzRoy allí. 

    Era un país espectacular. Las cartas de Darwin a casa brillan con descripciones de la belleza de los glaciares. Pero también eran peligrosos: cuando una gran placa de hielo se estrelló contra el agua y provocó una marejada a lo largo de la costa hacia sus barcos, fue Darwin quien lideró la desesperada carrera para arrastrarlos a un lugar seguro. FitzRoy bautizó el lugar como Seno de Darwin en su honor.

    Frustrado su intento de rodear el cabo, navegaron hacia el este y el 1 de marzo de 1833 llegaron a las islas Malvinas, donde la armada estaba ansiosa por descubrir puertos seguros. Preocupado por el hecho de que la tripulación del Beagle sola no pudiera completar su misión, FitzRoy compró otro barco: el Adventure. Ambas embarcaciones regresaron en abril a Montevideo, donde Darwin emprendió su primera larga expedición interior, acompañado por el grumete del Beagle, Syms Covington, a quien Darwin había contratado como sirviente y ayudante de investigación a la vez. No se reunieron con el barco hasta septiembre, en Buenos Aires.

    Darwin descubre una nueva especie

    Tanto el Beagle como el Adventure se dirigieron al sur en diciembre, siguiendo la ruta del año anterior hasta Tierra de FuegoAllí, Darwin encontró por fin algo que había estado buscando: una nueva especie de ñandú (originalmente llamada Rhea darwinii), un ave parecida al avestruz, pero sólo después de haberse comido la mitad para la cena de la tripulación.

    En marzo de 1834 se vieron obligados de nuevo a regresar a las Malvinas sin doblar el cabo. La quilla del Beagle estaba muy dañada, por lo que a mediados de abril varó en la desembocadura del río Santa Cruz para ser reparada. FitzRoy aprovechó la ocasión para organizar una expedición río arriba. Remaron y arrastraron los botes 140 millas a través de territorio desconocido. Tardaron tres semanas en subir y tres días en bajar, mientras Darwin ampliaba sus observaciones.

    Una vez reparado, el Beagle hizo un tercer intento de doblar el cabo. Quizá a la tercera fue la vencida, porque esta vez lo consiguieron. En junio de 1834, la expedición alcanzó por fin la costa occidental de Sudamérica.

    El año siguiente lo pasó siguiendo la costa de Chile y Perú de la misma manera que los dos años y medio anteriores los había pasado en Brasil, Uruguay y Argentina: el Beagle siguió una ruta sinuosa, inspeccionando una y otra vez el complejo archipiélago de la costa.

    Darwin detestaba la incesantemente goteante e impenetrable selva templada del sur de Chile, y se ausentaba con frecuencia organizando sus propias expediciones tierra adentro

    Viajó hacia el sudeste a través de los Andes desde la elegancia colonial de Valparaíso hasta Santiago. El camino estaba en gran parte inexplorado, por lo que contó con la ayuda de lugareños que trazaron mapas, aconsejaron rutas seguras y le ayudaron a contratar guías y caballos. Uno de ellos cuidó de él durante varias semanas, cuando cayó peligrosamente enfermo, probablemente de fiebre tifoidea. Mientras tanto, FitzRoy se sentía aislado, sobrecargado de trabajo y deprimido. La falta de voluntad del Almirantazgo para asumir el coste de la Aventura le obligó a vender el barco, tras lo cual amenazó con dimitir. El futuro del viaje pendía de un hilo.

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    Tortugas gigantes se reúnen al amanecer en la isla Isabela, en el archipiélago de las Galápagos, en el Pacífico. Darwin quedó asombrado por el gran número y variedad de estos animales. Viven desde hace un siglo o más y son nativas del remoto archipiélago, al que han dado su nombre: galápago, palabra española que significa “tortuga”.

    Fotografía de Frans Lanting, NGS

    Darwin realizó otra gran expedición terrestre, recorriendo 220 millas desde Valparaíso a través de los Andes hasta Coquimbo y Copiapó, antes de reunirse de nuevo con el Beagle para navegar hasta Iquique, en Perú. Desde Lima navegaron hacia el oeste a finales de julio de 1835 y llegaron al archipiélago de las Galápagos a mediados de septiembre.

    Pasaron cinco semanas explorando las islas, cada una con su propia flora y fauna. Darwin, a quien aún le faltaban meses para formarse una teoría rudimentaria sobre la evolución de las especies a lo largo del tiempo, archivaba nuevos datos con cada especie que encontraba

    Aunque las Galápagos y sus pinzones y grandes tortugas están estrechamente relacionadas en la imaginación popular con el origen de sus ideas sobre la evolución de las especies, el naturalista no concibió su famosa hipótesis en aquella visita.

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    Mapa del Almirantazgo de las Galápagos elaborado a partir de los datos proporcionados por el capitán Robert FitzRoy, cuya firma e inscripción aparecen en la parte superior.

    Fotografía de SCIENCE PHOTO LIBRARY, AGE FOTOSTOCK

    Las observaciones de Darwin en este viaje condujeron a otra gran teoría científica. En los Andes, en el paso de Uspallata, había observado algo curioso: árboles fosilizados que, según comprendió, debían de haber estado sumergidos en el mar. Darwin se preguntaba cómo habían llegado tan alto en las montañas.

    El 19 de enero de 1835, mientras Darwin exploraba tierra adentro, la tripulación del Beagle había presenciado la erupción del volcán Osorno, en Chile. Un mes más tarde, más arriba en la costa, se produjo un terremoto que provocó un maremoto. Darwin empezó a especular con la posibilidad de que ambos sucesos estuvieran relacionados

    FitzRoy revisó los sondeos anteriores y confirmó que la altura de la tierra había cambiado. Con esta información, Darwin propuso una teoría de la caída y el levantamiento a escala continental, con pequeños cambios que, a lo largo de eones, crearon paisajes espectaculares como los de los Andes.

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    “Estuvimos diez días en Tahití y admiramos todos los encantos de esta isla casi clásica”, escribió Darwin en una carta a su hermana Caroline en diciembre de 1835. Los arrecifes de coral de Tahití llevaron a Darwin a formular una teoría sobre su formación.

    Fotografía de DEA, AGE FOTOSTOCK

    Con esto en mente, cuando llegaron a Tahití y Darwin vio su primer arrecife de coral, propuso una nueva y brillante solución al misterio de cómo se formaban esos arrecifes. Sus cartas describiendo sus ideas aparecían, sin que él lo supiera, en revistas científicas, y regresaría con una reputación científica ya establecida. Pero aún no estaba en casa. Mientras navegaban hacia el oeste desde la costa de África, FitzRoy había encontrado errores en las primeras cartas que habían hecho, y se desvió a través del Atlántico para volver a estudiar la costa de Brasil.

    El Beagle atracó finalmente en Falmouth el 2 de octubre de 1836. Darwin no volvió a salir de Gran Bretaña, pero mantuvo una intensa correspondencia con sus colegas de todo el mundo sobre el trabajo realizado en el viaje. Llegó a publicar más de 20 artículos a partir de sus notas y diarios escritos a bordo del Beagle. Publicó libros, se convirtió en un escritor de viajes superventas y en un destacado científico.

    El trabajo de identificación de cientos de especímenes fue encomendado a otras personas, muchas de las cuales se convirtieron en amigos y colegas para toda la vida. Aunque no fueron concebidas durante el viaje, las ideas de Darwin sobre el cambio de las especies nacieron no sólo de sus encuentros con tantas plantas y animales diferentes (incluidos los humanos), sino, lo que es más importante, de la oportunidad de verlos en toda la complejidad de sus hábitats compartidos. Muchos años después, no dudó en declarar el viaje del Beagle el acontecimiento más importante de su vida.

    Alison Pearn es directora asociada del Proyecto de Correspondencia Darwin, Universidad de Cambridge, Inglaterra.

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